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HA MUERTO UN ÍCONO DE LA FOTOGRAFÍA

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Por Andrea Giorgio

Brasilia.- Acaba de fallecer Sebastiao Salgado, uno de los últimos testigos de cómo era el mundo, antes de que lo olvidáramos.

Tenía 81 años, y con él se va una conciencia armada solo con una cámara fotográfica y una mirada capaz de abrazar a toda la humanidad.

África, Amazonía, minas, campos de refugiados, periferias olvidadas del planeta: a través del blanco y negro de sus imágenes aprendimos a mirar a los ojos a los últimos, los olvidados, los excluidos. Pero también a la fuerza de la naturaleza, la resistencia de la vida, la dignidad que sobrevive en el dolor.

Inolvidables sus fotos en la mina de oro de Serra Pelada, en Brasil: miles de hombres cubiertos de barro, atrapados como hormigas en una herida abierta en la tierra. Un icono del trabajo extremo, del esfuerzo humano llevado al límite del absurdo.

Economista de formación, fotógrafo por vocación, profeta por necesidad. Salgado retrató el mundo sin filtros, con una crudeza severa y una belleza desarmante.

Series como Workers, Exodus, Genesis son atlas visuales del alma del planeta.

Y sin embargo, su obra más grande no está hecha de película, sino de raíces: junto a su esposa Lélia reforestó una parte del Brasil devastada por el hombre, plantado más de dos millones de árboles.

Así nació el Instituto Terra: un sueño transformado en bosque, un ejemplo viviente de que el cuidado es posible.

En el documental “ La sal de la tierra”, Wim Wenders lo definió como “un hombre que fotografía como si rezara”.

Y de hecho, sus imágenes se parecen más a oraciones laicas que a simples capturas: reverencias profundas al ser humano y a la Tierra.

Por eso, mientras el mundo pierde a uno de sus más grandes narradores, queda su legado: un archivo de rostros, de luchas, de esperanzas.

Un testimonio que no solo nos pide recordar, sino actuar.

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