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Por Oscar Durán
La Habana.- En Matanzas, donde los incendios se heredan y las negligencias se multiplican como los mosquitos en temporada de apagones, hoy volvió a hablar el petróleo. Esta vez no fue en forma de explosión ni de llamarada bíblica como aquella vez en la base de supertanqueros. No. Esta vez fue un susurro espeso, lento, pero igual de revelador: un derrame de crudo y fueloil desde uno de los tanques de la antigua Termoeléctrica José Martí, cerrada desde 2015 pero con residuos almacenados como si la hubiesen clausurado ayer.
Dicen que el residuo, contenido en dos tanques de 500 metros cúbicos, “se encontraba bajo medidas de traslado” desde hace años. ¿Traslado hacia dónde? ¿Hacia el limbo energético de la Revolución? ¿O hacia los discursos huecos que en cada Mesa Redonda prometen soluciones con bombos y sin bombillas?
Lo real es que el residuo estaba ahí, en el corazón oxidado de una planta muerta, esperando que alguien se acordara de él. Y como todo en Cuba —hasta el combustible— tiene un límite de paciencia, se desbordó.
El vertido no pasó a mayores, gracias a que el cubeto contuvo la fuga. Llegaron los bomberos, llegaron los jefes, llegaron los mismos de siempre con sus cascos brillantes y frases de protocolo. Pero no llegó la explicación lógica de por qué, diez años después de cerrar una termoeléctrica, los tanques seguían llenos de esa baba tóxica que alguna vez hizo girar una turbina.
La historia se repite, pero con variantes. En vez de llamas, esta vez hubo lodo. En vez de víctimas, hubo desidia. Y mientras los medios oficialistas hablan de “medidas adoptadas” y “riesgos minimizados”, el pueblo sigue preguntándose por qué demonios el país se cae a pedazos por dentro, mientras afuera los jerarcas siguen de gira en busca de inversiones, ayuda, promesas, lo que sea… menos responsabilidad.
¿Qué hubiese pasado si ese cubeto no contenía el derrame? ¿A quién culparían? ¿A un bloqueo imaginario que impidió mover el residuo? ¿Al karma de Matanzas por tener una de las bahías más golpeadas por la idiotez técnica del siglo XXI?
Este país está lleno de tanques. Tanques de petróleo, tanques de promesas, tanques de represión y tanques de silencio. Todos contienen una carga peligrosa. Y cuando alguno se rompe, por negligencia o por cansancio, se arma el desastre. Pero no el desastre que cambia las cosas, sino el desastre que refuerza el hastío.
En la isla, hasta el petróleo se cansa de esperar. Y cuando se derrama, no solo deja una mancha en el suelo, también en la conciencia de un régimen que ya ni sabe qué hacer con sus propios residuos. Ni los materiales, ni los morales.
Nos toca vivir en un país donde las termoeléctricas no generan corriente, pero sí titulares. Donde el futuro huele a fueloil rancio y el presente es una balsa varada en el mismo tanque de siempre: el del olvido.