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El Dr. Robert Liston (1794–1847) fue una leyenda en los quirófanos del siglo XIX. En una época sin anestesia, donde el dolor era insoportable y la infección casi inevitable, la velocidad lo era todo. Y en eso, Liston no tenía rival: era capaz de amputar una pierna en apenas 25 segundos.
Pero su prisa también tenía un precio.
En una operación famosa, intentó amputar la pierna de un paciente con tanta rapidez que en el proceso: cortó dos dedos a su asistente, hirió accidentalmente a un médico observador, y el paciente murió por infección.
El asistente también falleció por gangrena, y el observador —al ver su propia herida— sufrió un ataque cardíaco fulminante. Tres muertes en una sola operación. Mortalidad: 300 por ciento.
Este récord —tan escalofriante como absurdo— convirtió a Liston en una figura histórica singular: el único cirujano con una tasa de mortalidad mayor al 100 por ciento en una intervención.
Y si eso no bastara, en otra operación le extirpó a un paciente no solo el muslo, sino también un testículo, de un solo tajo.
Liston era un pionero… pero también un reflejo brutal de su tiempo. Un tiempo en que operar era una carrera contra el dolor y la muerte, y donde el bisturí corría más rápido que la ciencia.