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En 1692, en medio del pánico de los juicios por brujería en Salem, Massachusetts, un anciano de 81 años llamado Giles Corey se convirtió en símbolo de una resistencia brutal y silenciosa. Acusado injustamente de practicar brujería —una acusación que él sabía era absurda, pero también letal— se negó a declarar culpable o inocente. Su negativa tenía un propósito: impedir que el Estado confiscara sus tierras tras la sentencia, asegurando así que su herencia pasara a sus hijos.
Pero esa decisión le costó caro.
El castigo por negarse a declarar era tan inhumano como insólito: peine forte et dure, una tortura medieval que consistía en aplastar lentamente el cuerpo del acusado con piedras pesadas. Giles fue tendido en el suelo. Encima, colocaron una tabla. Y sobre ella, piedra tras piedra, día tras día.
Durante dos jornadas enteras, le ofrecieron una salida: confesar. Pero Giles no cedió. Sólo decía dos palabras: “Más peso”.
Con cada nueva piedra, sus costillas crujían, la sangre le llenaba la boca, su lengua colgaba fuera y un torturador, con el extremo de su bastón, la empujaba de vuelta. Y aún así, Giles Corey no gritaba. No suplicaba. No traicionaba su silencio.
Finalmente, cuando el peso fue ya insoportable, su pecho colapsó por completo. Murió sin haber pronunciado una confesión. Murió, pero venció.
Hoy, su nombre no está manchado por la mentira, sino inscrito como uno de los pocos que desafió al sistema con dignidad brutal. Giles Corey no fue sólo un granjero; fue un símbolo. De firmeza. De resistencia. Y de la verdad callada frente al poder ciego. (Tomado de Datos Históricos)