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Por Yeison Derulo
La Habana.- No hay fórmula más repulsiva que disfrazar la miseria con sonrisas acuáticas. En pleno 2025, la dictadura cubana ha decidido sacar de la chistera un espectáculo viejo. Maquillado como innovación terapéutica, para complacer a unos pocos bolsillos llenos. Así relanza su “Programa de Terapia con Delfines” desde el hotel Starfish en Cayo Guillermo. Qué tiernos.
El show es para extranjeros, por supuesto. Para los que puedan pagar los quince días de redención tropical. Mientras tanto, sus hijos, diagnosticados con autismo, TDAH o discapacidad intelectual, se sumergen en aguas turquesas con criaturas más libres que cualquier cubano en la isla. El delfinario, ese circo de aletas, opera como la nueva fachada del régimen: un oasis entre escombros.
Cuba, donde un paracetamol puede costar una lágrima y un antibiótico es un mito, decide invertir en turismo médico de lujo. ¿Y los niños cubanos con las mismas condiciones? Para ellos no hay Starfish ni terapias asistidas por mentores ni menús saludables. Hay colas interminables, médicos emigrando y padres rogando a lo divino por un diagnóstico temprano. Mientras tanto, los hijos del turista se rehabilitan al ritmo de aletazos y ejercicios de lenguaje en cabañas “sin barreras arquitectónicas”.
La Comercializadora de Servicios Médicos Cubanos (CSMC S.A.) es la cara de este negocio que el régimen llama “salud solidaria”. En realidad, no es más que turismo exclusivo pintado con barniz médico. No es nueva la práctica de usar al sistema de salud como vitrina. Lo han hecho con médicos enviados al extranjero como esclavos diplomáticos y ahora lo hacen con terapias de delfines. Además de absurdas desde el rigor científico, son moralmente nauseabundas.
Un régimen que no garantiza leche a sus propios hospitales pediátricos. Que deja a los niños discapacitados cubanos sumidos en el abandono de instituciones sin recursos. Ahora viene a promocionar un paquete turístico con olor a colonia importada y sabor a cinismo. Eso no es medicina, es marketing de la miseria.
Que lo digan en voz alta los voceros del castrismo: en Cuba, la rehabilitación es un privilegio, no un derecho. Mientras los niños cubanos se hunden en un sistema de salud desmembrado, los hijos del extranjero juegan con delfines entre aplausos y promesas de bienestar.
Esta es la Cuba de hoy. Una isla donde los animales marinos tienen más libertad que sus ciudadanos. Un país donde la esperanza terapéutica se vende en moneda extranjera y la dignidad humana es materia de exportación. Si eso no es una dictadura disfrazada de centro turístico, entonces díganme ustedes qué cojone es.