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Por Sergio Barbán Cardero ()

Miami.- Una vez más, la maquinaria propagandística del régimen cubano intenta confundir a la opinión pública, tanto dentro como fuera de la isla, presentando cualquier medida adoptada por Estados Unidos contra la dictadura como un ataque “anticubano”.

El reciente artículo del periodista oficialista Oliver Zamora Oria, al referirse a la postura de varios políticos del sur de la Florida como “retórica anticubana”, es un ejemplo flagrante de esta estrategia manipuladora.

Lo que Zamora y otros voceros del régimen pretenden es suplantar en el imaginario colectivo la identidad de Cuba con la del Partido Comunista.

Se arrogan la representación del pueblo cubano cuando, en realidad, son su mayor obstáculo para alcanzar libertad, prosperidad y justicia.

Es fundamental desenmascarar esta narrativa: las sanciones y las medidas de presión adoptadas por Estados Unidos y otras naciones democráticas no están dirigidas contra el pueblo cubano, sino contra un régimen totalitario que lleva más de seis décadas reprimiendo libertades, persiguiendo disidentes, separando familias y hundiendo a la nación en la miseria.

¿Quién asfixia realmente al pueblo cubano?

No es el embargo ni las sanciones lo que impide que un campesino venda libremente su cosecha, sino las absurdas trabas estatales.

No es la política exterior de Washington la que mantiene salarios de hambre y racionamiento, sino un sistema centralizado que ahoga toda iniciativa privada.

Tampoco son los políticos del sur de la Florida los que encarcelan jóvenes por manifestarse pacíficamente, sino la Seguridad del Estado del régimen.

No es Estados Unidos el que impide que los cubanos elijan libremente a sus gobernantes, sino el propio Partido Comunista.

El mismo partido que se proclama “único y máximo órgano de gobierno”, además de fidelista y marxistaleninista, negando de raíz el pluralismo.

La verdadera división la impone el régimen

Divide a la sociedad entre “revolucionarios” y “contrarrevolucionarios”; entre los que obedecen y los que piensan por sí mismos.

También divide a las familias exiliadas, negándoles el regreso o condicionándolo a su silencio.

Divide al país entre quienes viven bajo control absoluto y quienes han logrado escapar, aunque sea al precio del destierro y la ruptura, a veces hasta con su propia familia.

En nombre de Cuba, el régimen pretende blindarse. Pero Cuba no es la dictadura. Cuba son sus ciudadanos, dentro y fuera de la isla.

Cuba son sus presos políticos, sus madres que claman justicia, sus jóvenes que piden futuro, sus artistas censurados, sus emprendedores aplastados por un aparato represivo que teme a la libertad.

Si de algo hay que culpar a Estados Unidos, no es por presionar al régimen ni por aplicar tal o más cual sanción, sino por haber tolerado durante más de seis décadas que, a solo 90 millas de sus costas, se consolidara un sistema que ha destruido un país y conduce al exterminio de todo un pueblo.

En este punto, Oliver Zamora Oria tiene razón en algo: «de nada han servido los millones de dólares que Estados Unidos ha destinado al desarrollo de la democracia en Cuba».

Han sido recursos mal canalizados, con resultados ineficientes, y en muchos casos, capturados o neutralizados por las propias redes de influencia del régimen.

La demora del cambio ha costado

Esa ineficacia, en lugar de acelerar el cambio, ha contribuido a la perpetuación del sufrimiento del pueblo cubano.

Esa pasividad ha tenido un costo altísimo; millones de cubanos forzados al exilio, generaciones marcadas por la represión y la escasez, una nación fracturada en lo más profundo de su alma.

La dictadura cubana ha sido el cáncer que ha irradiado inestabilidad, migración forzada y represión a toda la región, aliándose con potencias enemigas de la libertad.

El gobierno cubano ha convertido al Caribe y a las Américas en general en un escenario de amenazas geopolíticas reales.

Llamar las cosas por su nombre es un deber moral. No se trata de “retórica anticubana”, sino de denunciar con claridad una dictadura.

No se trata de “asfixiar al pueblo”, sino de presionar al opresor. Y no se trata de atacar la soberanía nacional, sino de defender el derecho de los cubanos a vivir en democracia.

Mientras el régimen siga usando a Cuba como escudo, será responsabilidad de todos los medios, de políticos, de nosotros los exiliados y ciudadanos de conciencia, desenmascarar esa farsa y no guardar silencio ante la tragedia de un pueblo noble y digno que merece ser libre.

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