
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Yeison Derulo
La Habana.- Un país donde la escasez se ha vuelto rutina y la cartilla de racionamiento, un anacronismo obligatorio, las declaraciones de la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez, no hacen más que confirmar lo que la población ya sufre a diario: la libreta apenas sobrevive, y con ella, el derecho mínimo a alimentarse.
«Hemos tenido serias afectaciones», dijo al diario Granma, como si de una falla técnica se tratara, cuando lo que hay es un desmoronamiento sostenido del sistema de distribución más básico.
En diciembre de 2024, todavía se descargaba arroz correspondiente a noviembre. Y lo de diciembre, claro, “se entregará gradualmente”. Así, con un eufemismo tras otro, la dictadura intenta maquillar un descalabro que ya no se sostiene ni con consignas ni con excusas logísticas.
La leche, el azúcar, el café, la carne de res y la sal han sufrido recortes sistemáticos. Desde julio del pasado año, los huevos se destinan exclusivamente a mujeres embarazadas, como si el resto de la población pudiera subsistir con aire y propaganda.
Pero más allá del catálogo de productos ausentes, lo que resalta es la absoluta dependencia del país a las importaciones: un 80% de lo que se consume viene de fuera. ¿Cómo se construyó una soberanía alimentaria sobre cimientos tan frágiles? Las sanciones económicas existen, sí, pero atribuirles cada miseria cotidiana es una evasión peligrosa. ¿Dónde están las reformas productivas reales y la transparencia en el manejo de las divisas?
Díaz Velázquez menciona con entusiasmo la aprobación de ocho proyectos de inversión extranjera en el comercio interior. Empresas mixtas y capital foráneo que, supuestamente, establecerán mercados mayoristas.
Si embargo, el cubano promedio no accede a esos mercados, ni a esos productos. Mientras tanto, en las bodegas –que son más de 12 mil, según el régimen– lo que escasea no son solo alimentos, sino expectativas.
El puesto adedo, Miguel Díaz-Canel, declaró que se destinarán 230 millones de dólares mensuales para sostener la cartilla. aunque esa cifra no logra evitar los atrasos, los recortes ni la frustración social.
La gente está cansada. No de la libreta, sino del relato cíclico de promesas incumplidas y culpables externos.
A la crisis económica se suman catástrofes que desnudan aún más la vulnerabilidad del país: el colapso del sistema eléctrico, el impacto devastador de huracanes, y una agricultura que no levanta cabeza.
Frente a esto, la dictadura insiste en mantener la libreta para 2025, aunque vacía y con menos subsidios. ¿Es esto una política social o una forma maquillada de racionar la escasez?
Cuba no enfrenta un año “extremadamente complejo”, como dice la ministra. Cuba vive una crisis estructural, crónica y administrada con gestos burocráticos que solo profundizan la brecha entre discurso y realidad.
Y mientras no se revise de raíz el modelo económico, lo que habrá cada mes no será arroz ni azúcar, sino más decepción.