CAMPESINOS FELICES, PRESOS INFELICES

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFECAMPESINOS FELICES, PRESOS INFELICES
Por Yania Suárez Calleyro
Es el segundo pullover de Luis Manuel Otero Alcántara que me hago. El primero, de algodón barato, con la calcomanía de un dibujo de la serie «Payasos», estaba influido por la esperanza de su pronta liberación. Este es de poliéster y la tinta le penetra como un mal presagio.
Durante cinco días de enero (del 15 al 20) pensé que no necesitaría un segundo pullover. La Iglesia católica, el gobierno de Estados Unidos y el régimen cubano habían lanzado al unísono declaraciones sobre el alivio de sanciones a Cuba y la promesa de la liberación de 553 presos comunes, supuestamente en honor al año jubilar decretado por el Papa.
No se dijo más nada. El régimen no admite la existencia de presos políticos, no admite hacer concesiones bajo presión, mucho menos con Estados Unidos. Todos sabíamos, sin embargo, que ello había ocurrido. Sabíamos que los presos pertenecían a una lista que el gobierno de Estados Unidos habría entregado como demanda y que contendría, al menos, los nombres de aquellos por cuya liberación se ha estado pidiendo desde hace tres años, víctimas del 11J. A cambio, algunas sanciones a la dictadura por parte de Estados Unidos serían suspendidas.
A la luz de los últimos acontecimientos, se ha extendido el disimulo de este probable pacto. Se ha hecho énfasis en nuestra ignorancia, en el hecho de que ninguna de las partes dijo nada claro. Habría sido una casualidad, entonces, que el mismo día, casi a la misma hora, ocurrieran el anuncio del levantamiento de sanciones y la entrega de rehenes: por obra de algún inefable, el régimen trabajaba en una generosidad hacia los presos del 11J y Estados Unidos en otra hacia el régimen.
Tengo para mí que la difundida ingenuidad sobre el probable pacto secreto tiene apenas un fin exculpatorio. Esto es: cortar la relación causa efecto entre el levantamiento de algunas sanciones a Cuba y la excarcelación de presos políticos. Dependencia incómoda, sobre todo cuando la revocación de una parte del acuerdo (como ocurrió) implicaría la anulación de la otra. El disimulo, sin embargo, no es lo que más nos conviene. En cualquier circunstancia, incluso en estas difíciles, nuestra salida no debe ser la inconsciencia, sino siempre el análisis y la crítica ―aunque esta última nos afecte personalmente.
En el exilio se manejaban varias objeciones respecto a los anuncios de ambos gobiernos: que la liberación de presos no sería completa sino condicionada, que no los incluía a todos, que el régimen seguiría siendo el mismo, que sacarlo de la lista y eximir a GAESA significaba una dádiva demasiado grande…
Frente a ellas se podrá alegar que no tan poco se ganaba. En primer lugar, la fragilidad de las excarcelaciones tendría su contraparte en la volatilidad de un pacto sujeto a un cambio de negociador. Es decir: si la liberación de los presos sería condicionada, el levantamiento de las sanciones también. Todos sabíamos que con la llegada de un nuevo gobierno a la Casa Blanca, los alivios de Biden hacia Cuba podían durar bastante poco (asombraba, de hecho, la ingenuidad con que el régimen habría confiado en un compromiso tan de última hora).
Si le preguntábamos a un preso, por otra parte, este preferiría cualquier libertad condicional a la cárcel. Era inadmisible, sin embargo, que solo se planeara beneficiar a una fracción de las víctimas. Hay alrededor de 1200 presos políticos en la actualidad, no 553. A corregir esa injusticia se dirigieron como nunca los esfuerzos de una buena parte de la sociedad civil en la Isla y fuera de ella.
Hay que considerar que la lucha por la liberación de los presos políticos no solo constituye un imperativo moral, sino estratégico. Ese objetivo justo, inspirador, bien llevado, se convertiría en tarea cuya derrota sería automáticamente su reverso. Bien organizado el movimiento, un preso político solo generaría más dolientes en la calle y mayor exposición a un valiente. En mi artículo «¿Qué hacemos ahora en Cuba?» abundo sobre esto. Desde la perspectiva del encarcelado, por otra parte, la solidaridad probablemente consista en su principal sostén. Es así que todos los argumentos parecían favorables a concentrar las fuerzas en la liberación de estas víctimas.
Después de tres largos años de frustraciones, entre el 15 y el 20 de enero de 2025, algo parecido a la ilusión de un movimiento libertario estaba ocurriendo. Guiados por la incertidumbre y la esperanza, familiares y sociedad civil, dentro y fuera de Cuba, comenzaron una campaña intensa que exigía la liberación de todos los presos políticos, no solo de 553. Espontáneamente, como ocurren las cosas de verdad, la acción adquirió el nombre de #Todos. Se sumaban voces. Se daba la bienvenida a valientes excarcelados. Cada día era un sobresalto de espera, empuje y alegría por los que salían.
Muchos presos callaron. Otros, como José Daniel Ferrer, Donaida Pérez, Félix Navarro, o el Yuyo Sebey, de Santa Clara, demostraban su coraje ¿Hace cuánto no oíamos desde Cuba una directa tan frontal como la primera que hizo Ferrer o un entusiasmo de gente de pueblo parejo al del Yuyo? ¿Desde hace cuánto solo sabemos de terror y éxodo? Varios medios independientes se unieron para crear una página web que titularon #Todos, que informaría minuto a minuto del proceso de excarcelación de los presos políticos y de la fuerza que iba tomando la campaña por su liberación. Desgraciadamente, todo se detuvo el 20 de enero de 2025.
Una pasión muy distinta animaba el discurso fuera de Cuba. No nos gusta hablar de las distancias, pero las distancias existen. No tanto las físicas como las de la memoria, la imaginación y las emociones. La localización «fuera de Cuba» es más mental que geográfica, pero con seguridad consiste en un olvido que convierte la vida en la Isla en una abstracción, en una fantasía de telenovela y maniqueísmos, incapaz de concebir que durante el día pidamos la liberación de los presos y a la noche vayamos a un concierto; ajena a la complejidad que nos hace humanos, no figuras hieráticas de ficción.
Si me preguntaran hoy, este es el principal problema de Cuba y quizás merecería más cuartillas que las que incorporo a esta crónica: hay una Cuba en Cuba y otra en el exilio. Su desfasaje es ganancia de la dictadura. Gracias a eso se detuvo la liberación de los presos y, peor, la fuerza inspirada que se estaba produciendo aquí dentro. «Fuera de Cuba» se consideraba inadmisible el alivio de las sanciones y, sin tener en cuenta nada más, se concentraron en ese antagonismo. Como cófrades del castigo puro aconsejado por años de odio, se olvidó lo que pasaba en el terreno, que vibraba de forma muy distinta.
El proceso interno que se detuvo pudo haber fructificado con repercusiones incalculables. Se esperaba que aquellos familiares conocedores del activismo político volvieran a unirse para reclamar la excarcelación de los suyos. Esta vez estarían acompañados no solo por una buena parte de la sociedad civil fuera y dentro de Cuba ―que ya se concentraba en ellos otra vez―, sino también por los líderes valientes que salían de la cárcel y eran recibidos como héroes. El régimen se habría refrenado de castigar a quienes excarcelaba y a estos familiares, so pena de que fueran revocadas las concesiones recién obtenidas, en especial la inclusión en la lista de países patrocinadores del terrorismo, que parece ser lo que más le interesa.
Por más que pienso me cuesta trabajo encontrar el lado perdedor de este plan. ¿Que para ello hubiera sido necesario detener las sanciones por un tiempo? Nada significaba para la macroeconomía cubana. Ni siquiera voy a discutir la pertinencia o no de esas sanciones. Era apenas una cuestión de paciencia, de aprovechar la brecha de condicionamientos y constricción que se nos ofrecía. Teníamos un freno a la represión ―basado en el interés del régimen de mantenerse libre de sanciones y en la existencia de un compromiso internacional―, y teníamos a la sociedad civil que empezaba a organizarse en torno a un objetivo como no se veía desde hacía tiempo.
Una urgencia irreflexiva, desgraciadamente, dominó el discurso, apremiando para que se revirtiera el muy probable pacto entre Biden y la dictadura y frustrando así el impulso que se gestaba dentro de Cuba ¿Qué más daba esperar seis meses, un mes, una semana, período de tiempo que hubiera significado el mundo para un preso? Es precisamente esta urgencia, cuyo estropicio se verificó en esos días, prueba de la existencia de un «Fuera de Cuba» confundido.
He usado el término «Fuera de Cuba» de manera indistinta para indicar el lugar donde se ubica el olvido y también donde viven quienes sí están conectados con los de adentro. El primero es un espacio mental y el segundo es físico. El primero es el lugar peligroso. El segundo, una contingencia. Por mucho que coincidamos en objetivos, si domina la lógica del primero, la relación con la realidad de adentro será confusa, incluso errática, y recibida con extrañamiento por los que aquí vivimos. El análisis desapasionado y transparente podrá salvarnos de este peligro.
LA SALIDA
Luis Manuel tiene eso: por muy desanimada que una esté, siempre encuentra la forma de activarte. Lo mismo organiza una Bienal alternativa que una huelga de hambre, que inspira a un joven lejano llamado Luis Robles o a una muchacha llamada Aniette González. Por eso está preso. Probablemente ajeno a las frustraciones externas, ahora se le había ocurrido que el 28 de enero participáramos en una experiencia artística que llamaba «Campesinos felices 1938-2024».
La acción consistía en realizar un recorrido contemplativo que involucraba museos, solares, ruinas, centros religiosos, en La Habana Vieja, hasta llegar a su casa de Damas 995, donde sería exhibida una copia de «Campesinos Felices», del pintor Carlos Enríquez, realizada en 1938.
Tan inocente me pareció la empresa que esta vez no tomé ninguna precaución: no avisé a nadie de mi salida, llevé el celular que uso siempre y no el viejo, dejé asuntos pendientes para las 5:00 pm, hora en que calculaba haber terminado. Ni siquiera presté demasiada atención a los ociosos en la esquina del Museo de Bellas Artes, ―donde me tiré la primera foto llevando el pullover nuevo de «Payasos»― e ignoré también, deliberadamente, al vendedor de cigarros que curiosamente seguía mi camino: allí estaban, iluminados por el invierno, los solares que Luis Manuel recordaba, estaba La Habana triste, luchando su pedacito en las calles ni se sabe en qué moneda.
Luis Manuel Otero Alcántara (Foto: Tomada de Facebook)
La ruta de Aguiar, después de Obispo, luce especialmente destruida. En la esquina de Muralla y Aguiar, donde Luis Manuel recuerda una ruina, hay en verdad dos, mirándose en diagonal, amenazando completar la cruz un día. La más destruida consiste en un cascarón de edificio. A ella le han dibujado un grafiti gigante que versa «Aquí y Ahora», que me pareció un buen alegato.
Maikel y Luis Manuel también tienen eso: caminar con ellos siempre implicaba descubrir nuevos recodos de La Habana, paladares under, solares o barrios enteros, como el de San Isidro, a los cuales poco hubiera accedido en mi vida normal. «Estás del carajo», le dije a Luis Manuel en algún momento durante la calle horrible y solitaria que vencía. En el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño había una exposición de homenaje a Martí, perteneciente a un artista medio naif, que también reconocí auspiciosa.
No entendía por qué Luis Manuel había incluido tres centros religiosos en el recorrido hasta que llegué al último, la iglesia de las Mercedes ―que se sincretiza con Obbatalá. Allí presidía el pasillo central un cartel recién instalado donde se leía: «Templo Jubilar. Año Santo 2025».
«Es el año de celebración y también de indulgencias», me dijo el hombre que guardaba la puerta en lo que constituyó una descuidada alusión al pretexto utilizado para la excarcelación de los presos, hacía una semana. Entonces, siendo atea, pedí a cualquier cosa que quizás exista por la liberación de Luis Manuel, entendiendo que así él lo hubiera querido. «Te pueden quitar todo menos la esperanza”, me dijo el hombre de la puerta cuando salía y me dio un plegable que, en efecto, la policía política me quitó.
A una cuadra de Damas, bajando por San Isidro, vi la primera patrulla. Entendí que habrían disimulado el operativo alrededor de la casa del artista, quizás para que los vecinos no filmaran los arrestos. Es así que, en la pequeña cuadra de Luis Manuel solo detecté a un policía de civil en la esquina y otro, muy joven, frente a la casa, destinado a establecer contacto con quien se acercara para verificar sus intenciones. Este delatorcito se hacía pasar por un «seguidor de Luis Manuel en las redes» que anhelaba el comienzo de la actividad. Ahí me tiré una foto que seguramente corrió a chivatear por teléfono.
La casa de Damas 995 se deteriora. Los grafitis de «2+2», que antes adornaban el lateral de la puerta, habían sido tachados con una mancha de pintura gris. Un álamo que ya supera el metro de altura, hace estragos entre el primer piso y el segundo (desde hace años declarado con peligro de derrumbe). La ruina que un día Luis Manuel quiso convertir en centro para la disidencia y el arte, cede al abandono y la naturaleza.
En la Avenida del puerto ya se divisaban como tres patrullas en obvio operativo. Traté de escabullirme por una callejuela, unos perros me cayeron detrás y en fin… me alcanzó la patrulla 238, guiada por un seguroso joven que se apoda «Gustavo», y a quien noté demasiado ansioso por ejercer el poquito poder que ya atesora. También iba una Jefa de brigada, probablemente de la unidad de Chacón, llamada Nairobi. No es usual que los policías, bajo el mando de Seguridad del Estado, participen más de lo necesario en este tipo de arrestos, por eso nunca los menciono. Pero esta Nairobi se esmeró por sobrecumplir la norma. Buscaban mi celular. Me obligó a quitarme la ropa. Al final lo encontraron en la mochila y lo ocuparon.
Querían que borrara las fotos de la jornada. Resulta que sí me habían estado siguiendo desde el punto de partida, en el Museo de Bellas Artes. Sabían de todas las fotos que me había hecho en cada parada y odiaban esa evidencia. Tengo para mí que están hipersensibles y muy paranoicos ¿qué si borraba las fotos y luego me hacía otras? ¿qué peligro podrían significar de cualquier manera? ̶ «Los tiempos han cambiado» ―me dijo el primer interrogador que me trató―. ̶ «Lo que antes les permitíamos, ya no va a ser así».
Me entrevistaron tres oficiales. Deduje que estaban ociosos, deseosos de quitarse del cuerpo el deseo de esbirrear un poco. El primero sería el seguroso que atiende a Luis Manuel y a Maikel, que se identificó como el mayor Ángel de la sección 21 ―aunque un par de veces se hizo llamar Ariel también. La función de este amable esbirro es la de trasmitir confianza, crear un lazo con la víctima a través de un diálogo diáfano, empático. Estos son los más peligrosos. Se notaba que tenía bien montado el personaje de secuestrador/amigo. Ya hace un rato que decidí no hablar con la Seguridad del Estado. Pero esta vez tenía curiosidad por saber de Luis Manuel y los presos, así que accedí.
Transcribo lo que me dijo «Ángel», sin dar dos centavos por su veracidad: a la pregunta de por qué dejaron de liberar presos políticos, respondió que iban a ser 553 presos comunes pero que «Estados Unidos los había incluido de nuevo en la lista de países patrocinadores del terrorismo y todo se paró». Luego me dijo que Estados Unidos no le quiso dar visa a Luis Manuel y Maikel cuando ellos se la pidieron al principio.
Yo quise saber entonces por qué los artistas no eligieron otro país (Nicaragua, El Salvador) para irse. Ahí se contradijo, al responder que los artistas no habían querido salir de Cuba en ese momento. Esta segunda variante me parece más verosímil. En las alturas del poder sí debían estar locos porque Luis Manuel se fuera, al menos al principio, y él se debió negar. En estos momentos, tristemente, quizás les sirva mejor como ejemplo que como exiliado ¿Qué tienen que perder, de cualquier manera?
El segundo oficial dijo ser el capitán Osvaldo, también de la sección 21, pero de otra división. Este pretendió todo el tiempo no conocerme. Quiso ser mi amigo al principio, pero terminó un poco molesto al final. A él sí le tocó amenazarme: que yo era reincidente, que pensara en mi madre: «No vayas más a las cosas de Luis Manuel, si tú sabes que siempre van a tener a la Seguridad del Estado encima».
Me confirmó que habían dejado de excarcelar presos debido al regreso de Cuba a la lista de países patrocinadores del terrorismo. Desacostumbrado a responder preguntas, pero aún con la intención comunicativa, me dijo también que estuvieron soltando presos hasta el mismo 20 de enero. El protocolo era, en efecto, como se ha dicho, avisar a los familiares el día antes para que fueran a recoger a sus rehenes a la mañana del día de la excarcelación. El 19 de enero (Osvaldo respondía a una pregunta inesperada) también se llamó a familiares para que fueran a buscar a su gente. Sucedió hasta el lunes 20, en que se hizo el anuncio de que Cuba volvía a estar en la lista (la pena que más les preocupa, evidentemente).
Fueron horas de tedio e incomodidad. Esperábamos a un tal «Omar», un tal «mero mero» que a las 5:30 de la tarde vestía pulcramente y disimulaba mal su odio a través de la colonia. Hablamos poco. Se notaba, como dicen los franceses, que había «tocado la plata» demasiado como para tener contemplaciones hacia el prójimo. Creo que atiende la cultura. Al caer la noche me dejaron ir. La sensación de asco con que gané la calle me recordó la de mi primer arresto.
En efecto, la experiencia «Campesinos felices 1938-2024», que propone Luis Manuel Otero Alcántara, excede lo artístico para internarse de lleno en lo policial. Esto ocurre no por la naturaleza de la obra sino por la valencia que el emisor ha adquirido para los órganos de represión. «Las cosas de Luis Manuel —admitió el capitán llamado Osvaldo— siempre van a tener a la Seguridad del Estado encima».
El participante podrá dividir en dos secciones la experiencia. La primera (si lo dejan) destinada a la percepción de lo estético a través del paisaje y hasta del azar. La segunda, dominada por la fealdad del acoso y la violencia del Poder, es su contraparte. La experiencia, entonces, propone también la contienda entre el bien y el mal que, como parte de la realidad, afectará directamente al participante. Este debería haber apostado, a priori, por el tránsito platónico de lo estético en lo ético, al entender, por ejemplo, que la causa de Cuba estaría perdida si se abandona a los presos políticos.
Yania Suárez Calleyro es escritora. Periodista independiente. Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana y Master of Arts por la Universidad de Western Ontario.

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