Por Javier Bobadilla ()
La Habana.- Se acabó la confusión, el misterio y la falta de cifras sobre la Economía de la Cultura. Gracias a nuestros expertos en organización de eventos y otras magias patrióticas, ya entendemos TODO. Y cuando decimos TODO, queremos decir: un discurso épico lleno de palabras grandes, un toque de realismo mágico y cero números concretos.
La cultura no puede ser mercancía. Esto es socialismo, no una tienda de souvenirs en el aeropuerto. Pero, al mismo tiempo, la cultura tiene que generar dinero, porque el Estado no puede pagarlo todo como si fuera un padrino generoso. Entonces, ¿se vende o no se vende? Depende. Si eres extranjero y te interesa la cultura cubana, hay que sacarte los euros con cariño patriótico. Si eres cubano, se hace un ajuste revolucionario en el precio, es decir, te sale barato, pero a cambio debes entrenar la paciencia para la cola y la tolerancia para el calor.
Aquí viene otra joya: los eventos culturales generan ingresos. TODOS. ¿Cuánto? No se sabe, porque no hay herramientas para medirlo, pero sí una profunda convicción de que algo queda en algún lado. Si la Feria del Libro, la Bienal de La Habana o el Festival del Caribe dejan dinero, ¿cuánto exactamente? Para qué meterse en detalles, lo importante es que hay música, discursos, y fotos para la prensa donde todo el mundo luce optimista y bien peinado.
La Feria del Libro, por ejemplo, es la fiesta de la literatura… y de las fritangas. Porque, si bien nadie sabe cuántos libros se venden, lo que sí sabemos es que el que pone un kiosco de croquetas ahí termina el evento con más solvencia que una editorial estatal. Por cada página impresa, se venden diez panes con algo y tres refrescos calientes. Y si hay una crisis de papel, pues nada, el próximo año la feria la hacemos solo con títulos digitales… que la gente podrá descargar cuando ETECSA decida que el internet vale la pena.
El Festival de Cine de La Habana sigue siendo un referente del séptimo arte. La pregunta es: ¿para quién? Porque cada vez que se anuncia, aparecen unas colas más largas que la filmografía de Alfred Hitchcock. La diferencia es que en lugar de suspenso cinematográfico, el suspenso está en saber si habrá aire acondicionado en la sala o si la función será una experiencia de cine 4D con sudor y calor incluido. Y eso sin contar que a veces los estrenos de “nueva cinematografía latinoamericana” son más difíciles de encontrar que una libra de pollo.
La Bienal de La Habana es otra maravilla. Artistas de todo el mundo vienen a exponer sus obras mientras intentan entender cómo una instalación de botellas vacías con luces de linterna se ha convertido en «una crítica a la alienación capitalista». Pero más allá del arte, lo verdaderamente impresionante es que se logra organizar, porque entre falta de recursos, permisos que tardan más que un trámite migratorio y electricidad intermitente, cada edición es un performance de supervivencia.
Resulta que el turismo cubano nunca ha entendido la importancia de la cultura. No es culpa del Ministerio de Cultura, ni del de Turismo, ni del bloqueo… simplemente, la historia nos ha puesto trabas. La solución es clara: sacar a los turistas de los hoteles y meterlos de cabeza en los eventos culturales.
El alemán que vino a beberse un mojito en la piscina y desconectarse del mundo ahora tiene que montarse en una guagua reventada, llegar a la Cabaña con la ropa pegada de sudor y asistir a un conversatorio sobre la influencia del repentismo guajiro en la narrativa posmoderna. ¡Qué experiencia más exótica!
Durante años se nos dijo que el sector privado era casi enemigo del pueblo. Pero cuando hace falta dinero para los eventos, el sector privado se convierte en un aliado de la Revolución. Y lo más increíble: nunca dicen que no. Si seguimos así, dentro de poco los dueños de cafeterías venderán combos de croquetas con entrada al Ballet Nacional y los mecánicos de motos eléctricas financiarán la gira de la Orquesta Sinfónica. ¡No hay miedo!
No importa si hay crisis, si el transporte es un desafío olímpico, si la luz se va en el momento cumbre del festival o si la comida está tan cara que ya uno la mira como quien admira una pieza de arte conceptual. Los eventos culturales NO SE PUEDEN CANCELAR. ¿Por qué? Porque son parte de la identidad y quitarlos sería como quitarle el aguacate a la ensalada de fin de año, tenemos que mantener la oficina de eventos del Mincult.
Si hay crisis, ¡se busca un patrocinador! Si hay apagones, ¡se pone una vela y se recita a Martí con dramatismo! Si falta financiamiento, ¡se pide resistencia creativa! La cultura es sagrada, aunque tengamos que alumbrarnos con la pantalla del móvil en modo ahorro de batería.
Después de escuchar a nuestros flamantes economistas de la cultura, el panorama es claro: se necesita dinero, pero no se puede vender la cultura. Se generan ingresos, pero nadie sabe cuánto. El turismo debe aprovechar la cultura, pero sin hacer cambios reales. Y lo más importante: siempre hay que hacer eventos, aunque todo esté en crisis. Deberían invitar a Javier Bobadilla a ese programa, tal vez nos dé más luces.
Así que si alguna vez te preguntaste cómo se maneja la economía cultural en el país, la respuesta es simple: se hace lo que se puede, con lo que hay, con lo que aparece, y si no aparece nada… pues se sigue haciendo. ¡Nos vemos en la próxima Cena Blanca, que seguro da ganancias, aunque nadie sepa cuántas!