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METER LA PATA

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Por Jorge Fernández Era ()

La Habana.- La parte linda: Ayer nos enteramos de un concierto en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional. Laide, que evoluciona favorablemente de su operación de catarata, estaba desesperada por coger calle. Decidimos no perder la oportunidad de desconectar.

La ocasión se presentó con un concierto del Grupo Creativo de San Petersburgo, ciudad rusa considerada la Venecia del Norte y conocida por mi generación como Leningrado hasta que pasó lo que pasó. La velada, que forma parte de los «Días de San Petersburgo en Cuba», fue conformada por bailarines y solistas del Teatro Mariinski, el Conjunto Instrumental Quintet del Ensayo y el Conjunto Estatal de Danza Barynya.

Aquello fue espectacular, no hay otra palabra para describirlo. Pocas veces uno tiene la oportunidad de disfrutar tamaño despliegue de profesionalismo. No salíamos de un asombro para entrar en otro. Si tengo que escoger qué fue lo más impresionante, me quedo con el Quintet del Ensayo, una agrupación que suena cual orquesta sinfónica y le mete lo mismo a lo clásico que a una Guantanamera renovada y petersburguísima.

La parte fea: Anteayer subí como todos los días a la azotea del edificio a poner el agua de los tres apartamentos que formamos parte de su tercer piso. Un paso en falso me hizo meter un pie entre la cubierta y una tubería del gas, torciéndomelo un tanto. Amanecí ayer con menos dolor. Mi confianza en que la recuperación —incluyó compresas de agua fría y pomadas— había sido completa hizo que le propusiera a Laide caminar hasta la Plaza, cosa que finalmente hicimos.

El dolor que tenía desde el jueves se acrecentó con el recorrido. Decidimos, concluido el concierto en la Avellaneda, dirigirnos al Hospital Ortopédico Fructuoso Rodríguez, donde una placa arrojó que tengo fractura en el quinto metatarsiano del pie derecho, lo que precisará bota de yeso (ya la tengo: 7½) y no menos de dos meses de reposo.

El doctor que me atendió, cuya profesional atención incluyó poner él mismo los aparejos inmovilizadores, fue claro al exponer que si en lo que me resta de vida deseo no salir con el pie izquierdo, no podré seguir metiendo la pata. Que si mi ambición es no tener que repetir por otra causa una placa, hasta nuevo aviso no debo subirme más en la placa.

Su modestia lo llevó a no agregar que finalmente Dios hace justicia: si Era estuvo tres semanas atendiendo a Laide, es hora de que esta retribuya los cuidados por espacio de tres… años.

De momento no me desanimo. Quizás sea la oportunidad de dedicarme por entero a mi carrera artística. Ya tengo el primer resultado: acabo de componer una pieza que será todo un hit no solo por su línea melódica y pegajosa letra, sino también por el videoclip que llevará consigo: la historia de un tipo que intenta pararse todos los 18 en una plaza pública como protesta pacífica y, tras una fractura de su extremidad inferior derecha, nota que sus perseguidores insisten en vigilarlo para que no dé más pasos en falso. Entonces canta la hermosa canción que escribí y que se titula «La vida sigue igual».

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