Por Jorge Sotero ()
La Habana.- La capital cubana es una ciudad linda, una urbe maravillosa, pero desvencijada, cual si hubiera sido conquistada por un ejército de bárbaros que se entregaron al pillaje y al saqueo hasta destruirla por completo. Solo les faltó incendiarla, aunque al final es como si lo hubieran hecho.
Si ahora mismo quieres tomar fotos lindas de La Habana, que hace poco cumplió 505 años, hay lugares donde hacerlas, incluso desde el mismo malecón, que ve cómo al otro lado una parte se derrumba cada día, allí casi sobre las aceras que lo acompañan y lo protegen. En esa parte de Centro Habana, el famoso paseo marítimo está en ruinas, desde el desvencijado Hotel Deauville hasta el modernísimo Prado y Malecón.
Más hacia el oeste, después del edificio Girón, vuelve a ser precioso todo. Edificios más modernos, hoteles, todo mejor conservado. Son las dos caras de una ciudad que se muere por un lado y que revive por otro.
Los lugares donde vive la clase dirigente, que son los duelos de la ciudad y del país, son lindos, están limpios, con calles recién reparadas, vehículos modernos y casas confortables. Por allí también pasan los visitantes ilustres, que la dictadura hospeda en sus casas de visita cercanas a El Laguito, el Palacio de las Convenciones, o esos sitios que muchos habaneros ni conocen.
Los defensores del castrismo dicen que desde las páginas opositoras y desde las redes sociales de quienes no comulgan con el gobierno vilipendian a La Habana, porque solo ponen las fotos lúgubres de la urbe, de los balcones apuntalados, de los basureros, llenos de ratas y mendigos.
¿Y de qué se quejan? Si ellos hacen lo mismo. Van solo a la otra parte. No hay un spot dirigido a un posible visitante extranjero que diga algo así: «venga a la capital cubana y sienta los olores de un microvertedero eterno, donde reposa basura de meses. Sufra la experiencia». No. El castrismo solo vende lo que le interesa, y los del otro lado hacemos lo mismo.
¿Dónde está la verdad? Tal vez no en el medio. La Habana es linda, pero no tanto. La han dejado envejecer de mala manera esos que se han olvidado del país y solo se han preocupado por las fortunas personales y el buen vivir, de ellos y sus familiares.
Y es fea también: violenta, sucia, demacrada, rota, herida, mal cuidada, ruidosa, indisciplinada, cargada de corrupción y vicios, y llena de heridas que quienes la aman intentan lamerle sin conseguirlo siempre.
La Habana fue preciosa, una urbe con unos encantos tremendos, que languideció con el castrocomunismo, que expulsó del país a muchos de los mejores habaneros, a los forasteros habituales, a los músicos famosos que hacían vida en ella, a las disqueras, las emisoras de radio, las mejores tiendas, quienes se fueron unas millas al norte e hicieron de Miami lo que debió ser La Habana.
Eso es lo bueno. Lo malo es que tal vez alguno no pueda verlo.
