Tomado de MUY Interesante
Junto a dioses y semidioses, las figuras humanas heroicas forman también parte del legado clásico que ha llegado hasta nosotros: Aquiles, Edipo, Helena, Medea, Antígona y el más trascendente de todos, Ulises
Madrid.- Muchos de los héroes y heroínas famosos ya en la Antigüedad han conservado esa fama hasta nuestros días. A bastantes de ellos (Aquiles, por ejemplo) se les atribuye ya una cierta conciencia de esa fama, que les predispone a la aceptación de la muerte siempre que esta sea, precisamente, su antesala.
Sin embargo, ¿son adaptables las figuras míticas? ¿Permanecen a través del tiempo fieles a los rasgos con los que fueron creadas o, por el contrario, son capaces de transformarse y adaptarse a tiempos diferentes?
Del mito al arquetipo
Sobre héroes como Aquiles, Áyax, Agamenón, Helena, Medea… han vuelto sus miradas muchos autores de todas las épocas, como Byron, Beethoven y Shelley, por ejemplo. En otros casos, algunos de los héroes antiguos han tenido una sorprendente adaptación a “realidades” modernas, como Edipo y Narciso, convertidos por la psicología en referentes de una ciencia. Sin embargo, estos héroes y heroínas han conservado los mismos rasgos que tenían cuando aparecieron por primera vez en las creaciones literarias antiguas o en los repertorios mitológicos, y los han conservado también en las recreaciones que sobre sus figuras se han hecho sucesivamente. En una palabra, han mantenido la esencia con la que nacieron.
Edipo y la Esfinge
Edipo (aquí, en el cuadro Edipo y la Esfinge) o Narciso han sido convertidos por la psicología moderna en símbolos de referencia. Foto: MET.
En realidad, los héroes antiguos no han necesitado adaptarse a través de la historia porque los patrones humanos han cambiado muy poco en los últimos milenios. En términos generales, cada héroe y cada heroína representan un tipo humano, un modelo de comportamiento que, a pesar del paso del tiempo, no ha cambiado sustancialmente.
La ferocidad guerrera (Aquiles), la fidelidad (Penélope), la astucia (Sísifo) o el sacrificio en favor de la comunidad (Héctor, Edipo, Antígona) siguen siendo tipos perfectamente vigentes porque nuestra sociedad es, en esencia, la misma que aquella que los creó hace más de tres mil años.
Sísifo
Casi todos los héroes clásicos representan un tipo humano inmutable, como Sísifo (arriba, copia de un original de Ribera). Foto: Museo del Prado.
Trascendencia heroica
La trascendencia, sin embargo, es un viaje que va más allá de la fama. Supone adaptarse a cada época, transformarse, adquirir nuevos significados, servir de ejemplo a nobles y villanos, a héroes y canallas. Aquiles, Helena, Paris o Medea son famosos, pero sigue siendo los mismos que fueron en los versos de Homero y Eurípides. No han trascendido, en suma; su alma, su esencia, no ha sufrido transformación alguna porque cada uno de ellos representa un modelo que se ha perpetuado a través del tiempo.
Pero ¿hay alguna excepción? ¿Existe algún héroe de personalidad lo suficientemente compleja para ir más allá de la fama? ¿Existe, de verdad, un héroe trascendente? En mi opinión, sí. Su nombre es Odiseo, más conocido como Ulises.
Aquiles, de Gerard de Lairesse
En este cuadro del clasicista Gérard de Lairesse (siglo XVII), el héroe de Troya es descubierto entre las hijas de Licomedes, rey de Esciro que le ha dado cobijo, según una leyenda poshomérica. Foto: Album.
El “milmañoso” Odiseo
Homero llama a Odiseo/Ulises πολύτροπος, es decir, “de muchos recursos”. Agustín García Calvo, en su maravillosa versión de la Ilíada, traduce el término como “milmañoso”, una palabra que se adapta muy bien al personaje.
Ciertamente, a través de una odisea literaria que emula a la geográfica, Ulises comenzó su historia como uno de los guerreros aqueos que atacó Troya e inventó el artificio del caballo para doblegar, tras diez años de guerra, la resistencia de la ciudad. Pero, con el tiempo, su figura se adaptó hasta tal punto a la sucesión de los tiempos que llegó a ser senador romano, caballero medieval o, en el Ulises de Joyce, un dublinés más o menos corriente. Esta adaptación es imposible en el caso de Agamenón o Aquiles, por ejemplo.
Daniel Delgado
Mas, ¿quién era en realidad Ulises? ¿El amoral protagonista del canto X de la Ilíada? ¿El frío asesino de Palamedes? ¿El cruel inductor del asesinato del hijo de Héctor? O, por el contrario, ¿es el héroe nostálgico, ferviente amante de su esposa y de su tierra, que arde en deseos de volver para poder ver a su hijo?
La respuesta es que Ulises es, a diferencia de los demás héroes, todo eso al mismo tiempo. Por decirlo en palabras de un escoliasta de la Odisea, mientras que Aquiles es el ejemplo de homo símplex, Ulises lo es de homo dúplex, hasta el punto de que algunos autores modernos (Tennyson, por ejemplo) llegan a asimilarse por completo con él al escribir su historia.
Odiseo y las sirenas
En el cuadro de Otto Greiner, el protagonista de la Odisea se hace atar al mástil de su barco para no ceder al tentador canto. Foto: Getty.
Sin duda alguna, el éxito de Ulises se debe, precisamente, a su personalidad compleja. Es un hombre dotado no solo de inteligencia, sino también de sabiduría. A veces pone su capacidad al servicio de fines altruistas, pero otras veces aparece como alguien astuto, egoísta, amoral. Tiene una curiosidad intelectual que le lleva a “ir más allá” para conocer más, para saber más, aunque a veces tal curiosidad se convierta en una obsesión –el episodio de las Sirenas, por ejemplo– que puede poner en riesgo su vida o la de sus hombres.
Eterno y cambiante
La personalidad de Ulises es contradictoria incluso. Representa tantos modelos humanos que propicia que los diferentes autores, a través de la historia de la literatura, enfaticen un rasgo de su personalidad frente a los otros. Así, Ulises ha sido el héroe favorito de Homero, pero, también, un canalla para Eurípides o un enemigo feroz para Virgilio; ha sido un viajero eterno para Dante, Tennyson y Pascoli y, a la vez, el protagonista de una nueva Odisea para Kazantzakis o de una de las novelas más complejas del siglo XX, el Ulises de Joyce.
Ítaca, su patria, ha sido identificada como símbolo del destino de todo viaje en uno de los poemas inmortales de Cavafis y, finalmente, el propio Ulises emerge como el símbolo perpetuo del exilio desde los versos del romano Ovidio hasta los del griego Yorgos Seferis, que, en 1934, en la neblinosa Londres, escribía uno de los pasajes más hermosos de la poesía del siglo XX:
Atenea le muestra Ítaca a Ulises
En este óleo de Giuseppe Bottani (siglo XVIII), la diosa Atenea le muestra Ítaca al héroe homérico. Foto: Album.
“Una y otra vez surge ante mí el fantasma de Odiseo, con los ojos arrasados por la sal de las olas y por el deseo maduro de ver de nuevo el humo que brota del hogar de su morada y a su perro ya viejo aguardándole a la puerta. Inmenso él, se detiene musitando tras sus barbas encanecidas palabras en nuestra lengua, como la hablaban hace tres mil años”.