Por Isabel Cristina López Hamze
La Habana.- En Boca de Yumurí, subiendo por la vieja Boruga, vive la niña de las polimitas. Le dicen así porque en el patio de su casa hay un gran árbol que, en vez de dar frutos, da caracoles.
Sobre las hojas verdes puedes ver posadas a las polimitas con sus colores increíbles y su fragilidad de mariposa, porque si el viento que viene del mar sopla muy fuerte, las desprende y las arroja contra la tierra.
Con sus crespos amarillos y sus callosos piececitos, la niña parece una brujita diurna, que no lleva escoba, porque prefiere ir saltando sobre las piedras. La niña de las polimitas no quiere volar, porque su magia está abajo, donde los duendes con alas no pueden llegar.
Desde su altura, ella no alcanza a ver la frondosidad del árbol de los caracolillos, ni puede presenciar la maravilla del sol cuando enciende los colores de las conchas en lo alto. Su trabajo de bruja buena, es cuidarlas, no asombrarse con su belleza como los curiosos malos que llegan y le roban al árbol unas cuantas.
Ella sale todos los días al patio a rescatar a las polimitas que el viento desprende de las hojas. Si la niña no llega a tiempo, las hormigas se las comen vivas y queda sólo la concha, muerta y hermosa, sobre la piedra fría.
Pero ella corre ágil después del viento y la sal, hincándose los pies con el filoso pedrusco, busca a las polimitas caídas, les canta una nana y las pone dormidas sobre las hojas del árbol.
Yo no sé si cuando la niña crezca seguirá siendo una bruja salvadora o si olvidará las canciones que sólo las polimitas entienden; yo no sé si al árbol le saldrán mangos cuando los bolsillos de los curiosos se llenen de polimitas robadas.
Tal vez la magia de la niña sea tan fuerte que la deje pequeña para siempre con sus crespos amarillos y sus piececitos callosos. Tal vez el filo de las piedras nunca hiera el pie de la niña de las polimitas y pueda seguir corriendo después del viento y la sal a salvar el prodigioso fruto del árbol.