Por Norge Espinosa Mendoza ()
La Habana.- Todos los años hay una película que el público ama o detesta con pasión, dividiendo en bandos acalorados a sus integrantes. Probablemente la que consiga ese rol este año sea la recientemente estrenada The Substance, con la cual su directora, Coralie Fargeat, ganó el premio al mejor guion en Cannes.
La directora, que había sorprendido con Revenge, su debut de 2017, va aquí mucho más allá, y vaya si lo hace, rompiendo moldes, convenciones y estereotipos a toda marcha en esta pieza que tampoco se conforma con ser catalogada como una muestra del body horror, sino que devora a su paso todas las referencias que puede necesitar, e incluso aquellas que pudieran parecer innecesarias o excesivas. Y es que esa es la clave a que aquí se nos invita: reconocer el exceso y la avaricia de aquello que nos lleva a sentirnos en un mercado, en un comercio constante de intereses y deseos que, si se arrojan contra el rostro de una mujer, pueden desencadenar pesadillas impensables.
El rostro de esa mujer es aquí Demi Moore. Y hay que decir que sin su entrega a conciencia, a cuerpo completo, a este rol, The Substance no se sostendría probablemente. Porque claro, ella está asumiendo aquí todo lo que su personaje requiere, pero al mismo tiempo ella ejecuta un doble acto aquí, que puede entenderse dentro de la trama desaforada de la película, pero también como una versión paralela de su propia trayectoria en las pantallas.
Moore es Elizabeth Sparkle, una estrella de cine venida a menos que consume sus horas en un show televisivo de ejercicios aeróbicos, a la manera de una Jane Fonda, atrapada en esa imagen de una mujer madura que lucha por demostrar ante la audiencia que su cuerpo es aún perfecto. Cuando se entera, del peor modo, que está a punto de ser despedida para que su sitio lo ocupe una nueva candidata, su vida se desmorona. Y en ese momento recibe una oferta «que no podrá rechazar».
La solución que se le ofrece es consumir «la sustancia», lo cual implica una suerte de pacto con el diablo cuyo rostro nunca vemos, que le permitirá ser, por un plazo alterno de siete días, «la mejor versión de sí misma», para luego volver, en un ciclo que puede parecer infinito, a ser la misma Elizabeth por otra semana, y reanudar todo el proceso una y otra vez. Con detalles de sangre, desgarramientos, piel rasgada y todo lo que pueda imaginarse, Elizabeth «da a luz» a su joven alter ego, la hermosa Sue, con la cual deberá compartir ese procedimiento, a riesgo de que una acabe por consumir a la otra.
No cuento más, porque a partir de ese momento la película se convierte en una auténtica montaña rusa de emociones, sobresaltos, citas a grandes títulos del gore, el slasher, que incluye referentes a Dorian Gray, el afán de la eterna juventud y su precio, la misoginia del mundo del espectáculo (encarnada en un Dennis Quaid que disfruta a tope su caricatura), y el espanto que hemos convertido en ejercicio cotidiano de poder y dominación sobre los cuerpos que pasan a ser desechables, una vez que el público y quienes lo manejan se hartan de lo que antes celebraban en las portadas de revistas y posters gigantescos.
Hay, por supuesto, una lectura feminista detrás de esta película que no duda en presentarse como una sátira mordaz, como un experimento cruel, que pasa por ser su propia broma, una vez que el hartazgo de sangre, vísceras y terror alcanza a ser parte de su deliberado acto de provocación. Fargeat no duda ante nada, y aprovecha lo mismo ecos de Kubrick que de James Whale, los riesgos de la droga y el mercado negro, del cine pornográfico y la publicidad, con tal de ponernos ante los ojos su lectura explosiva de lo que hemos normalizado.
Más rabiosa en tantos sentidos y más eficaz que el discurso de Barbie, disfrazado de agenda con merengue, que tanto se comentara el pasado año, curiosamente The Substance pasa por ese lindero, pero también nos remite a la brutal Titane, ganadora en Cannes y dirigida por Julia Ducournau en el 2021. Aquí, como en aquella, Fargeat transita por las demandas de la agenda sin quedar atrapada en ella, su manifiesto es un reclamo de liberación individual, que crece en la medida en que su metáfora consume todo lo que la película presenta en sus primeros momentos. De ahí el cierre en círculo, cuando el final llega después de tantos desenlaces posibles, para recordarnos el golpe de humor brutal que hay detrás de The Substance, y que pone al público, sin dudas, al borde de sus propias prevenciones y convenciones.
Si Demi Moore se somete a todo este calvario que su cuerpo ha de sufrir, lo hace con el estoicismo de quien sabe que detrás de la oferta hay un gran papel, y se entrega a ello con esa conciencia, mostrando acá mucho más de lo que apenas dejó ver (actoral y físicamente) en Showgirls, aquel desentonado thriller erótico que protagonizó antes de que su carrera empezara a ir en declive. A su modo, es una carta de triunfo, la que ella juega desde su comprensión del rol que interpreta, y lo que eso implica a esta altura de su vida.
Junto a ella, Margaret Qualley, hija de Andie McDowell y conocida tras su éxito televisivo con Maid, demuestra que su ascenso exitoso viene más que justificado. Se alía a Moore para transformarse en esa otra suerte de vampiro que no teme al sol restallante de Los Ángeles ni duda en ir robando fluidos a Elizabeth para conseguir una fama a la altura de estos tiempos tan mediáticos. Ellas son las piezas de este empalme tan curioso, que rinde tributo a Cronenberg, a Tinto Brass, John Carpenter o David Lynch, sin remilgos y sin necesidad de pedir excusas por ello. Todo lo contrario.
The Substance es un acto radical, más que una película al uso. Y ello queda claro en esas secuencias donde la sangre estalla, literalmente, en tantas direcciones. En una secuencia que se remite a Frankestein y a The Elephant Man, el cuerpo que alguna vez fue Elizabeth y Sue inunda con esa sustancia a todos los espectadores, no solo a los del auditorio donde se nos revela, sino también a quienes, en la sala del cine, presenciamos ese momento. Sus mejores instantes son esos donde el horror coincide con la risa nerviosa de quien contempla, entre espantado y fascinado, imágenes aterradoras, como un recordatorio de la broma que somos, y de la culpa que pagamos cuando se olvida que acaso sea el cuerpo nuestra única posesión real.
«Tú eres la Matrix», dice la voz que se oculta detrás de The Substance a Elizabeth, y el olvidar eso tiene consecuencias irreversibles. En ella, y en los espectadores de esta película tan gozosa de sus atrevimientos, excesos y disonancias.
Producida entre Francia, Estados Unidos y el Reino Unido, The Substance apenas empieza ahora su recorrido por las salas. Las reacciones han sido tan extremas como podía esperarse de este proyecto, y no deja de ser llamativo lo que una mujer puede hacer como líder de un proyecto así, que la tradición ha mantenido en las manos de hombres por tanto tiempo. Candidata segura a premios por sus efectos especiales, la mayoría de ellos realizados sin auxilio de la imagen digital, también es notable por la cuidada fotografía de Benjamin Kracun, que evoca a todos los referentes aquí mencionados sin caer en el plagio o la copia demasiado inmediata. The Substance también podría llamarse, sencillamente, The Body. Porque más allá de los juegos y alusiones que pasan por todo esto y llegan hasta Death Becomes Her, es eso lo que aquí se discute: la noción de un cuerpo que esta vez podrá ganar una nueva vida, no exactamente con una Isabella Rosellini que ofrezca a Meryl Streep y a Goldie Hawn la pócima de la eterna juventud como ocurría en la comedia de Robert Zemeckis (donde actuaba, ay, Bruce Willis, el ex de Demi Moore ahora incapacitado por una enfermedad terminal), sino como una interrogante acerca de como lo percibimos y nos percibimos. A su modo, es sin dudas, una película también política. Porque son los cuerpos los que hacen la política. Y porque el cuerpo de una mujer es el territorio de una batalla política constante.
Si usted es de los que tiene estómago fuerte, no deje de ver The Substance. Si no lo tiene, arriésguese también. La invitación la hago porque esta es una película que nos ayuda a recordar que el cine aún puede ser otra cosa, más allá de secuelas, precuelas y fórmulas tan predecibles. Que eso nos lo recuerde una directora, en su segunda película, es más que estimulante. Aún en los momentos más repulsivos, estremecedores y enloquecidos de The Substance, me aferré a esa idea para llegar a su final. Y tras esos 141 minutos, no lo dude: sé perfectamente en cuál de los bandos que admira o detesta esta película me encuentro. Ahora, le toca a usted.
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