Por Ed Libedinsky ()
Buenos Aires.- Nacido en Austria en 1856, Sigmund Freud se convertiría en uno de los intelectuales más influyentes de su época. Tras obtener su título en medicina, comenzó a trabajar con pacientes que sufrían de ansiedad y enfermedades mentales. Su trabajo lo llevó a fundar una escuela completamente nueva de psiquiatría, que llegó a conocerse como “psicoanálisis”.
Freud llegó a creer que gran parte del comportamiento humano podría atribuirse a ansiedades y deseos inconscientes o subconscientes (“reprimidos”) que se originaban en la infancia. Creía que estas ansiedades y deseos a menudo se expresaban en los sueños humanos (que él llamaba “el camino real hacia el inconsciente”) y que, a través de un diálogo cuidadoso y controlado con los psicoterapeutas, se podían exponer y gestionar las fuentes de muchas enfermedades mentales y “trastornos nerviosos”. Al explicar la psique humana, Freud acuñó los términos “ego” e “id”, y esas palabras permanecen en nuestro vocabulario cultural hoy en día.
Los deseos infantiles reprimidos a los que Freud atribuía gran parte del comportamiento humano eran en su mayoría de carácter sexual.
Las teorías de Freud y la psicoterapia se volvieron extremadamente influyentes durante su vida, generando tanto devotos entusiastas como críticos mordaces. Controversiales o no, se cree que muchos millones de personas se sometieron a terapia psicoterapéutica y se beneficiaron de ella.
En sus últimos años, Freud se expandió más allá de su enfoque clínico y postuló que amplias expresiones de la cultura humana, incluida la religión, son atribuibles a las neurosis originadas en deseos infantiles reprimidos.
El Partido Nazi ordenó que se quemaran los escritos de Freud y, en 1938, a los 82 años, huyó de Viena a Londres para escapar de la persecución nazi. Sus cuatro hermanas mayores se quedaron atrás y las cuatro murieron, tres de ellas asesinadas en campos de exterminio nazis.
Fumador empedernido desde los 24 años (una adicción que él mismo sugirió que era una sustitución de un deseo por un tipo diferente de autogratificación), Freud desarrolló cáncer en la boca y la mandíbula. Después de que su médico le informara que el doloroso cáncer era terminal, Freud pidió a un amigo y colega que le administrara una sobredosis de morfina. Con el consentimiento reacio de su hija Anna (ella misma una destacada psicoanalista), recibió la sobredosis fatal el 23 de septiembre de 1939 y murió poco después, a los 83 años.
El psicoanálisis aún se practica hoy en día, pero ha caído en gran medida en desuso entre los neurocientíficos, principalmente porque se basa en datos no comprobables, como los sueños. Sin embargo, Freud es a menudo considerado uno de los pensadores más influyentes del siglo XX