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Tomado de MUY Interesante
Nacer y crecer en la Edad Media eran un duro desafío de supervivencia que muchos bebés no lograban superar en los primeros meses de vida.
Madrid.- En la penumbra de una humilde choza medieval, un niño recién nacido llora débilmente, su voz apenas un susurro entre las robustas paredes de piedra y madera. A su alrededor, la vida se despliega con cruda indiferencia: la lucha diaria por la supervivencia, una realidad omnipresente que no perdona ni siquiera a los más inocentes. En esos tiempos remotos, la mitad de los niños morían antes de cumplir su primer año, víctimas de enfermedades y desatención. Este escenario plantea una pregunta ineludible y desgarradora: ¿cómo era realmente ser un niño en la Edad Media? A través de las sombras del pasado, intentaremos descubrirlo.
Juegos de niños representados por Pieter Brueghel el Viejo. Wikimedia
En cuanto llegaba al mundo, el recién nacido medieval era recibido con rituales y prácticas que reflejaban la lucha constante contra la muerte temprana. Siguiendo las indicaciones de Bernard de Gordon, célebre médico de la época, se cortaba el cordón umbilical, se limpiaban meticulosamente los orificios del bebé y se realizaba una cura con una bola de plomo en el ombligo, todo para proteger al pequeño de las infecciones y males que acechaban desde el primer aliento. Este era un momento crucial, marcado por el intenso deseo de preservar la vida en un mundo donde la medicina era rudimentaria y muchas veces basada en supersticiones.
El género del infante dictaba su destino desde estos primeros momentos. A los varones se les asignaba frecuentemente las mejores nodrizas y se les proporcionaba más tiempo de lactancia, preparándolos para un futuro de mayores privilegios y responsabilidades. Las niñas, en cambio, eran criadas con menos esmero, reflejo de su posición marginal en una sociedad dominada por hombres.
La mortalidad infantil era desgarradora. Aproximadamente el 50% de los bebés no sobrevivía al primer año de vida, víctimas de enfermedades infecciosas, mala nutrición y accidentes domésticos. Estas muertes eran a menudo vistas como una fatalidad inevitable, parte de un orden natural aceptado con resignación por los adultos, que debían enfocarse en los sobrevivientes, aquellos que tenían mayor probabilidad de resistir las asperezas de la Edad Media. Este ciclo de vida y muerte influía profundamente en la estructura familiar y social, perpetuando una visión del mundo en la que cada nuevo nacimiento era recibido no solo con alegría, sino también con un palpable temor.
La dura realidad de la infancia medieval. Wikimedia
Durante la Edad Media, el cuidado y la crianza de un infante comenzaban con la elección de una nodriza, cuya calidad a menudo reflejaba el estatus social de la familia. Las familias adineradas seleccionaban nodrizas con reputación de buena salud y moralidad, conscientes de que la leche materna era vista como transmisora de características físicas y morales. En contraste, los niños de familias menos privilegiadas eran amamantados por sus propias madres o nodrizas de menor rango, a menudo hasta que condiciones de trabajo o pobreza interrumpían abruptamente este cuidado esencial.
En cuanto a la alimentación, tras el período de lactancia, se introducían papillas y purés, cuya calidad y variedad también variaban con el estrato social. Los niños de la nobleza recibían alimentos más refinados y nutritivos, mientras que los de familias humildes a menudo se alimentaban con lo disponible, que podía incluir restos de pan y sopas diluidas.
Además, la existencia de objetos como andadores y chupetes sugiere un conocimiento y una preocupación por las etapas del desarrollo infantil, aunque rudimentarios comparados con los estándares modernos. Estos objetos eran más comunes en hogares de mayor estatus, donde se podían permitir tales lujos.
Las supersticiones también jugaban un papel crucial en la crianza. Amuletos y rituales eran comunes para proteger a los niños de las enfermedades y el mal de ojo, creencias que impregnaban las prácticas de cuidado diarias y que reflejaban un mundo donde la medicina y la magia estaban frecuentemente entrelazadas. Este mosaico de prácticas de crianza nos muestra una imagen de cómo las diferencias sociales y las creencias culturales moldeaban desde temprano la vida de los niños medievales.
Recreación artística de niños en una villa medieval. Fran Navarro / Midjourney
En la Edad Media, la educación de los niños comenzaba temprano, pero variaba significativamente según el estatus social y el género. Para muchos, la instrucción inicial se centraba en la religión y la moral, impartida en el seno familiar o en pequeñas escuelas parroquiales. Los niños aprendían a través de historias bíblicas y ejemplos de santos, que servían no solo para enseñar la doctrina cristiana sino también para inculcar valores y normas sociales. En los hogares más acomodados, los niños podían recibir instrucción adicional de tutores privados, aprendiendo lectura, escritura y principios básicos de latín, mientras que, en las casas nobles, la educación también incluía formación en artes marciales y códigos de caballería.
La infancia también tenía sus momentos de esparcimiento y juego. Los niños jugaban con juguetes hechos a mano como muñecas de trapo, soldaditos de madera, y disfrutaban de juegos al aire libre como la tagarnina y el escondite. Estos juegos no solo proporcionaban diversión, sino que también eran una forma de socialización y aprendizaje de roles sociales.
El papel de la comunidad en la vida de los niños era fundamental. Durante las festividades y celebraciones religiosas, los niños participaban activamente, lo que fortalecía su sentido de pertenencia y les enseñaba las tradiciones y valores de su cultura. Estos eventos, desde festividades hasta ferias locales, eran momentos en los que la comunidad se reunía, y los niños eran tanto participantes como espectadores, aprendiendo y absorbiendo las dinámicas sociales y culturales de su entorno. Así, la educación, el juego y la participación comunitaria eran pilares que juntos construían el tejido de la vida infantil medieval.
La falta de alimentos fue uno de los peores males en la infancia medieval. Murillo / Wikimedia
Las prácticas y creencias de la Edad Media reflejaban las circunstancias de la época y modelaban la percepción social de la infancia, vista como un período transitorio breve y, a menudo, brutal. Comparado con la infancia moderna, protegida y valorada, los niños medievales se las veían con desafíos inimaginables para nosotros hoy. Sin embargo, la resistencia y la adaptación eran, como ahora, parte esencial de su crecimiento. Al reflexionar sobre estas vidas pasadas, recordamos que cada época es un sueño que está muriendo, o uno que está naciendo. Esta visión nos invita a apreciar los avances logrados y a seguir mejorando la protección y el cuidado de nuestros niños, asegurando que su bienestar sea siempre una prioridad.