CUBA: LA CRÓNICA DE LA INCERTIDUMBRE

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFECUBA: LA CRÓNICA DE LA INCERTIDUMBRE

Por Freddys Núñez Estenoz ()

Camagüey.- Mis padres viven en un municipio y tienen apagones de entre 15 y 23 horas diarias. Mi hermano también vive en un municipio y desde hace meses no logra dormir, tiene 58 años, sus pies están inflamados, no caben en los zapatos. No descansa, no duerme, en las noches se mete dentro de un lavadero lleno de agua. Allí es donde único logra encontrar algo de paz.

Al otro día conduce un ómnibus de transporte escolar, pisa el acelerador con sus pies inflamados y su cuerpo agotado. ¡Qué responsabilidad, qué responsabilidad!

La madre de mi amigo perdió todos sus alimentos… ¿qué coño come mañana, con qué dinero podrá comprar alimentos? Su pensión no supera los mil 500 cup y mi amigo que se esfuerza en ayudarla es un simple obrero con salario de tres mil 500 cup.

Camagüey es la provincia con más reportes de apagones en las últimas 24  horasMientras, mi amigo me contaba que los alimentos de su mamá se habían podrido. Las lágrimas viajaban por su mejilla, solo me dijo:

-¡Qué impotencia Freddys, qué impotencia!

Si sales a la calle nada funciona, nada. Todo cerrado o con los trabajadores sentados en los portales, en las aceras. Solo funcionan algunos negocios privados que tienen una planta eléctrica.

Tengo una amiga, una amiga heroína, digna, valerosa, que está haciendo trámites para legalizar su casa, y carga con una pequeña planta eléctrica y una impresora, va de oficina en oficina, de pasillo en pasillo, para poder terminar sus trámites e irse a cualquier parte.

Hace unos días asistí a consulta en el hospital y, como una película de ficción, a las tres de la tarde, vi bajarse a 13 personas de una ambulancia procedente de Santa Cruz del Sur. Era una ambulancia pequeña y destartalada… 13 personas. Algunos estaban a la espera de ser trasladados al hospital provincial desde las seis de la mañana, pero eran 13 personas dentro de una ambulancia, dos de ellos víctimas de un accidente de motocicleta, con sus vendajes ensangrentados, sangre seca, sangre de nueve horas de espera.

En la ciudad llevamos meses en apagones que inician a las seis de la mañana y terminan en algún momento pasadas las siete de la noche.

En los municipios es peor. En esos lugares más apartados, los apagones no terminan nunca.

Mi madre padece de Parkinson. Está descompensada, no duerme, no duerme. Ella siente que los apagones no terminan.

Estamos en algo que denominan Economía de guerra, pero ¿con quién es la guerra?

Yo no tengo conflictos con nadie. Mi amigo tampoco tiene conflictos con nadie, la madre de mi amigo tampoco está en guerra, ni mi hermano, ni mi madre enferma de Parkinson. Mis compañeros del teatro tampoco tienen conflicto con nadie. Nadie que conozco está en guerra con nadie. La gente común, el ciudadano de a pie, no tiene nada que perder, nada. Aquí solo estamos librando una batalla: ¡sobrevivir en medio de este desastre, seguir cuerdos en medio de este desastre!

Queremos vivir con dignidad. Los que hemos decidido quedarnos, solo queremos vivir con dignidad, con dignidad, trabajar decentemente, dormir, comer, soñar, vivir…

¿Quién coño puede pensar en el futuro? ¿Cómo se construye el futuro en semejantes circunstancias, cómo le pides a los jóvenes que se queden aquí… cómo, cómo?

Y por favor, no me digan que este tipo de publicaciones es combustible para el enemigo, a estas alturas es difícil discernir quién es el enemigo.

Urge hablar de lo que ocurre. Hablarlo tal cual, sin adornos, sin justificaciones y lo más importante, con soluciones.

Lo peor de todo, lo que más angustia a las personas que elegimos permanecer aquí, es la certeza de que nada cambiará. Es difícil tejer sueños en semejantes circunstancias, es muy difícil.

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