Enter your email address below and subscribe to our newsletter

LOS CUBANOS EMIGRAN TAMBIÉN POR EL ANHELO DE LIBERTAD

Comparte esta noticia

Por Jorge Sotero

La Habana.- Para los gobernantes cubanos, la emigración nunca fue un tema político. Para ellos, los cubanos que dejaban la isla, arriesgando la vida muchas veces, lo hacían por ir tras los cantos de sirena que les llegaban de Estados Unidos. Y eso servía para cualquiera que tomará la determinación de dejar el país.

Si era un pelotero, estaba obnubilado por los dólares. Si era un músico, se había dejado seducir por las disqueras. Si era un militar, que también los hubo, era un traidor más, que había vendido su alma al diablo. El resto iban solo tras mejoras económicas, porque en Cuba, por culpa del bloqueo -todo siempre por culpa del bloqueo-, pasaban limitaciones o no tenían todo eso que veían en las publicaciones que llegaban de manera clandestina desde afuera.

Recuerdo la partida del lanzador René Arocha. La de Rolando Arrojo, José Contreras, Orlando Hernández. Desde la cúpula dirigente, medios oficialistas mediante, les enfocaron los cañones. Y así hicieron con todos. Si alguien se quedaba en una delegación oficial, tenía que pagar ocho años sin volver a ver a los suyos, a alguno de los cuales retuvieron en el país, solo por golpear al «traidor», por cobrarle por su decisión.

Pero no solo se fueron artistas famosos, deportistas talentosos… También lo hicieron políticos, como Alcibíades Hidalgo, quien dejó un día la redacción del semanario Trabajadores -a donde lo mandaron tras pasar por la oficina de Raúl Castro y un viceministerio de Relaciones Exteriores-, se montó en una lancha y se largó.

También lo hizo el general Rafael del Pino, en un avión que se robó. Lo mismo que el mayor Orestes Lorenzo, otro que pilló una aeronave y fue a parar a Miami, de donde volvió un día para recoger a su familia, en una operación que dejó al régimen mal parado.

Durante años, la única vía de escape para salir de Cuba era el mar. Los cubanos normales no podían viajar, pero, pese a eso, hubo estampidas enormes como las del Mariel o la Crisis de los Balseros. Hasta que un día la tiranía decidió abrir a quien quisiera viajar y los cubanos tomaron cualquier camino, lo mismo a Europa que a Asia, América del Sur o del Norte. Cientos de miles dejaron sus casas, sus familias y se marcharon.

A diferencia de las aves, que toman siempre la misma ruta, los cubanos se convirtieron en émulos de los palestinos y se marcharon a cualquier parte, a veces sin rumbo fijo, como el que se monta en un velero y se deja llevar por el viento. «Allá a donde lleguemos, estaremos mejor», decían. Y así ha sido.

Hasta a la guerra se han ido en los últimos tiempos, haciendo de mercenarios, por unos miles de dólares con la intención de cambiar sus vidas y las de sus familias. A la hora de escapar, no les ha importado poner en riesgo la vida. Los cubanos han huido como han podido de la isla-cárcel, que puede convertirse en cualquier momento en isla-cementerio, porque cada vez quedan menos jóvenes y los mayores se mueren por miles por falta de alimentos y medicinas.

En los últimos tiempos se han largado muchos que vivían bien, que tenían negocios, proyectos de vida duraderos, con mucho dinero y bienes, entre ellos hijos de generales, hermanos de ministros, vinculados de alguna manera con el poder, que en Cuba lo ha ejercido siempre la misma familia desde los albores de 1959.

La migración, en medio mundo, sigue siendo económica. Eso no es nuevo, pero la cubana lleva, además, un componente político y de sobrevivencia. Las personas se cansaron de la dictadura, de los mismos viejos caprichos, de las decisiones arbitrarias, de la persecución, de los derechos coartados, de la Seguridad del Estado persiguiendo a todos.

Y se cansaron también de sobrevivir en la zozobra total, en la incertidumbre de no saber si mañana tendrán corriente, medicinas, combustibles, médicos o comida. Un ser humano puede vivir un tiempo así, pero no toda la vida. La vida es el más preciado de los bienes y es preferible pasarla trabajando en una cantera, en libertad, que preso en las fronteras de un país gobernado por déspotas, donde todo se hace para que una familia y sus cortesanos la pasen bien sin importar el resto.

El justificante económico tras las contantes olas migratorias de los cubanos, no se puede obviar. Pero hay uno político muy fuerte, y otro de sobrevivencia. Al final, todos huyen en busca de la libertad, la misma que el castrismo les arrebató hace 65 años.

 

 

Deja un comentario