Por Rafael Muñoz ()
Berlín.- Como pasa siempre con los juguetes nuevos, en cuanto la impresora 3D llegó a la oficina se desató la fiebre de imprimir modelos del proyecto en cada color y escala posible. Cada miembro del equipo quería, es más, necesitaba, tener un tótem encima de su mesa. Pero la idea se desvaneció cuando supimos que era un pasatiempo demasiado caro. No solo por el costo material y de energía sino porque el tiempo de impresión es tan prolongado que casi resulta más sencillo comenzar y terminar la obra.
Habíamos decidido abandonar el aparato en un rincón, cuando ocurrió un error. Durante la noche la máquina dejó de imprimir el layer de terminaciones y se detuvo. Al otro día teníamos un modelo tridimensional de la estructura desnuda de una parte del edificio. Desde entonces, ese “Frankestein” ha aliviado la comunicación entre arquitectos e ingenieros.
Este “accidente” cambió la forma de ver la impresión 3D en la oficina. A partir de ese momento solo se imprimen partes complejas de la estructura, nudos de encuentro de perfiles, fijaciones especiales, detalles de soluciones atípicas; de manera que nuestra comunicación con los ingenieros o los productores ha ganado en efectividad.No todos entienden un plano bidimensional y las representaciones en tres dimensiones BIM y los renders pueden y son alterados o manipulados. Pero la impresión 3D es la realidad. Dicho de otra manera: WYSIWYG
En la carrera hacia la representación realística del objeto a construir nada ha podido reemplazar a la vieja maqueta. No hay mejor herramienta de trabajo para diseñar y pactar con un ingeniero el tamaño de una viga, la conexión de varios perfiles o el recorrido de las instalaciones de aire acondicionado. Ese es el día a día del arquitecto.
La maqueta no es nueva, pero ahora la impresora 3D las puede hacer a pedido en cuestión de horas. Ya no se trata de imitar la realidad sino de la realidad misma.
