Por Anette Espinosa
La Habana.- A medida que pasan las horas conocemos más detalles de lo ocurrido en el juicio a la profesora e historiadora matancera Alina Bárbara López Hernández, la mujer que ha descolocado al régimen por su oposición civilizada y pacífica, por la sobriedad y claridad de sus declaraciones, pero también por su tenacidad sin límites.
Ya decíamos que ellos prefieren a otro tipo de opositores: a esos que gritan, que dicen palabras soeces, que se oponen a que les coloquen unas esposas o que repliquen con gritos a las ofensas constantes de los agentes de la tristemente célebre Seguridad del Estado, un cuerpo represivo formado por más de 20 mil hombres, casi todos de civil, con la única misión de proteger a la dictadura, que es el Estado en Cuba.
Sabemos lo que hicieron con Jorge Fernández Era, el periodista, escritor y humorista que logró entrar a la Atenas de Cuba, pero que detuvieron antes de que pudiera llegar al juicio, y lo enviaron en autos de la policía para La Habana, en una operación típica de las más eficaces agencias del mundo: de un auto a otro, de este a un tercero y luego, escoltado por cuatro hombres, hasta su casa en la capital.
No faltaron las acusaciones, las provocaciones de esos orangutanes que le pusieron para escoltarlo, y que me perdonen los simios. Pero Fernández Era es un hombre de paz, alguien que solo apela a su intelecto para sacarlos de paso. No cae en su juego, no da margen a que lo golpeen, porque su arma es su inteligencia, su intelecto.
Con Jenny Pantoja sucedió algo parecido. La estaban esperando en Matanzas, en la terminal de ferrocarriles. La detuvieron e igual, en otra carrera de relevos, en la que participaron muchos autos, y muchos policías, entre ellos algunos de civil, la devolvieron a La Habana. Antes, la amenazaron, quisieron que firmara documentos, que admitiera que estaba provocando. Con ella también quedaron descolocados.
Mario Ginéz González Reyes Cepero también contó en redes sociales su historia. No lo dejaron entrar al referido tribunal. Primero le dijeron que debía dejar el teléfono fuera y luego lo sacaron. No quiere el castrismo que haya testigos del juicio de la intelectual matancera. No quiere que se filtre nada, porque no pretenden que la profesora se convierta en otra María Corina Machado, la opositora venezolana que tiene corriendo al corrupto de Nicolás Maduro y a su horda de represores.
No. Eso no lo permitirá Cuba jamás, por eso a Mario Gines no lo dejaron entrar. Se lo llevaron preso a una unidad policial por la zona de la playa, en Matanzas, y allí le colocaron a un capitán para protegerlo. Tanta atención merece un ciudadano común y corriente que le ponen a un capitán para protegerlo, para sonsacarlo y provocarlo, pero los seguidores de Alina Bárbara se las arreglaron siempre para hacer quedar mal a los perros de presa del sistema.
A este lo empujaron en algún momento, y le advirtieron que no querían verlo más por la Atenas de Cuba, pero Mario Gines, que en algún momento de su vida trabajó para el ministerio del Interior, les dijo que había nacido en aquella provincia y que lo volverían a ver por allí. También hubo actas de advertencias para él, promesas de meterlo preso y muchas cosas más.
Al juicio entraron personas, sí. Entraron los pretorianos del régimen: segurosos, chivatos, miembros de núcleos de jubilados, policías vestidos de civil con armas debajo de sus camisas en franca violación de lo que está previsto para las vistas orales. Entró el régimen para amedrentar, y rodeó con patrullas los alrededores, porque ya no se confían de nadie y hasta duermen asustados.
El castrismo está aterrado y no quiere cometer deslices, no quiere dejar rendijas por donde pueda infiltrarse alguien que los haga estallar. Están acorralados aunque nadie haya cercado sus instituciones, sus centros de represión, y hay que tenerles cuidado, porque un felino acorralado es peligroso.
Pero también es hora de seguir metiéndoles miedo en el cuerpo, sobre todo a esos que se prestan abajo para hacer el trabajo sucio, porque esos tienen que saber que los de arriba tomarán un barco o un avión y se irán a vivir por ahí, a Venezuela -sino se cae antes-, a Brasil, Bolivia o a Rusia, pero los de abajo se quedarán y tendrán que pagar. Ojalá que ojo por ojo y diente por diente.