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¿Cómo vivían nuestros antepasados de Altamira? Sandsun / iStock
De entrada, hay que tener en cuenta que el clima era más frío cuando se hicieron las pinturas de Altamira. En concreto, la cornisa cantábrica, al norte de la península ibérica, estaba poblada por renos, bisontes y mamuts, una fauna propia de la última glaciación, conocida como Würm o, simplemente, la Edad de Hielo.
“Adaptados a estos ecosistemas nos encontramos con grupos humanos con una economía basada en la caza y la recolección, pero también en la pesca y el marisqueo. Se trata de pequeños grupos familiares (familias amplias) nómadas que recorren su territorio anualmente para aprovechar de la mejor manera posible tanto los frutos silvestres estacionales como las migraciones de algunos animales”.
Con este modo de vida había que tener localizados varios puntos donde habitar según la época del año. Otro tópico del hombre prehistórico es pensar que siempre vivieron en cuevas. Usaron muchas, eso está claro, y en ellas es donde se han conservado más rastros prehistóricos que hoy podemos estudiar, pero fue igual o más habitual que nuestros antepasados acamparan en abrigos rocosos o directamente al aire libre. Claro que, al estar expuestos a la intemperie, los investigadores tienen que lidiar con una considerable escasez de restos prehistóricos preservados en estos hábitats exteriores. Con todo:
“A nivel general, los datos arqueológicos permiten observar que estos lugares de hábitat poseían espacios específicos para realizar las diversas actividades cotidianas. En unos lugares se realizaría la talla del sílex incluso pudiendo diferencias zonas donde se ubicaban los aprendices y los maestros/as (como en algunos yacimientos al aire libre de la cuenca de París). En otros espacios se realizaba el procesado de la carne, tanto su extracción como el posible secado para su conservación. Habría lugares para el trabajo y curtido de las pieles o la fabricación de útiles de madera, por desgracia casi nunca conservados en los yacimientos. Eso sí, todas estas labores se realizaban casi siempre cerca de los fuegos que arderían de manera continuada”.
Además, se reservaba un lugar para asuntos más celestiales que mundanos. Es el caso del interior de la cueva de Altamira, donde los investigadores creen que se realizaban actividades simbólicas cuyo rastro ha quedado plasmado en forma de pinturas de las que se desprenden diversas teorías acerca de su posible carácter ritual o educativo, aunque no podemos afirmar cuáles fueron los propósitos concretos de estas pinturas.
Uno de los bisontes pintados en la conocida como “la Capilla Sixtina del Paleolítico”. Jesús de Fuensanta / iStock
De esta forma de vida, del arte de Altamira, las técnicas empleadas y las interpretaciones de las pinturas se habla de manera amena y rigurosa en el libro “Arte rupestre” editado por Pinolia. En esta obra “descubrimos un mosaico de conocimiento que abarca desde el descubrimiento inicial del arte rupestre en el Paleolítico superior hasta la sorprendente arqueogenética que nos brinda una visión íntima de las vidas de los creadores de Altamira”.
Cómo se hicieron las pinturas, quiénes las hicieron, cuál era su hábitat, el papel de las mujeres en este contexto y el uso del fuego son algunas de las cuestiones que discurren por las páginas de este libro de divulgación histórica y científica que reúne a un equipo de expertos para desgranar asuntos tan curiosos como importantes para nuestro conocimiento acerca de nuestros antepasados. Tal y como indica el coordinador de la obra, Eugenio Manuel Fernández:
“Altamira es mucho más que un mero relicario del pasado, es un fenómeno cultural que ha perdurado en el tiempo, dejando su huella en la cultura pop y un legado que continúa inspirando y asombrando a generación tras generación. Este libro es un tributo a la dedicación de los expertos que siguen desentrañando sus misterios y un homenaje a los artistas que, hace milenios, dieron vida a las piedras y dejaron una herencia que sigue maravillándonos”.