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Por Dagoberto Valdés Hernández
Pinar del Río.- Hoy cumplo 70 años de vida. Alegrías y dolores, logros y errores, plenitud y limitación, persecuciones y golpes venidos de fuera y de dentro, que son los que más duelen. Vivir consciente y plenamente en medio del absurdo y de las cruces. Vivir con pasión y discriminaciones, con entrega y sacrificio, con fundaciones y cierres, con fecundidad y talado.
Mi vida ha sido plena y feliz. Sí, he vivido en plenitud y crucificado, he conocido la felicidad que nace de la conciencia en paz, a pesar de los pesares y a pesar de mis pecados, porque he conocido el amor en todas sus formas. En medio de una isla cárcel y de una nación crucificada he conocido y vivido en la verdadera esperanza realista que no defrauda. He vivido la cruz y la resurrección de cada día.
Y todo esto ha sido gracias a la fe en Cristo, mi único Señor y Salvador. Cristo ha sido, es y espero que será para siempre: mi Camino, mi Verdad y mi Vida. Por Él, solo por Cristo, soy un hombre de fe, soy un hombre de Iglesia que, en estos 70 años he vivido para la Iglesia y no de la Iglesia. Aunque todo lo que soy se lo debo a mi familia, al don supremo de la fe y a la formación, las vivencias, los espacios y oportunidades que me ha regalado mi Iglesia en Cuba y la Iglesia Universal, especialmente la inmerecida oportunidad de servir a la Iglesia en la persona del Sumo Pontífice san Juan Pablo II, como miembro pleno del Pontificio Consejo Justicia y Paz.
Por Cristo, solo por Él y por ser un hombre de Iglesia, es que amo y sirvo a Cuba, mi Patria querida, sufrida, esclavizada. Por ser un hombre de fe y un hombre de Iglesia he decidido permanecer siempre en Cuba y entregar toda mi vida, con mis dones y mis pecados, al servicio de Dios en la liberación de mi Patria.
Todo lo poco que soy es gracias a mi familia y a mi fe. Todo lo poco que he podido hacer y fundar es por mi fe en Cristo y mi amor a la Iglesia y a Cuba. Jamás, ni en los más desgarradores momentos dentro de mi Iglesia y de mi Patria, he cedido, sostenido solo por la Gracia de Dios, a la tentación y las pérfidas solicitaciones de irme de la Iglesia y de marcharme de Cuba. Hoy, al cumplir 70 años, renuevo con más pasión que nunca mi fe, mi esperanza y mi amor:
Confieso mi fe y mi entrega total a Cristo y proclamo con toda mi alma, mi corazón, mi mente y mi palabra que reconozco, acepto y amo a Jesús, el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo, a quien acepto como único Señor y Salvador de mi vida. Declaro que Jesucristo ha sido y es la razón, el sentido, la inspiración y la fecundidad de toda mi vida, de mis pensamientos, de mis sentimientos, de mis obras, de mis amores, de mis esperanzas en este mundo y de mi Esperanza sin tiempo y sin ocaso.
Confieso mi fe en mi santa madre la Iglesia: una, santa, católica y apostólica, a cuyo regazo fui incorporado por mi familia en el Bautismo, y en cuyo seno aspiro a morir como hijo fiel, amoroso y eternamente agradecido, de la Iglesia. Amo a esta Iglesia tal como es, con los defectos y virtudes de sus hijos. La amo tal como ha sido y como es en Cuba y en el mundo, aspirando y trabajando para su crecimiento, sanación y extensión.
Mi mayor timbre de gloria es haberla podido servir desde mi pequeñez y limitaciones. Siempre me he considerado un aspirante a cristiano y un aspirante a ser considerado y definido como un hombre de Iglesia, como un discípulo de Cristo, como un hijo apasionado de su madre, la Virgen María de la Caridad, emblema patrio, como un fiel laico cristiano, encarnado, profético y servidor comprometido con la libertad y el progreso de Cuba.
Y, desde esta identidad personal, confieso mi amor de entrega y servicio a Cuba, la nación donde Dios me sembró, donde me cultivó, donde me sanó, donde me podó, donde me taló, donde me ha hecho florecer y dar fruto. Amo a Cuba desde mi fe en Dios. Trato de mirarla como Dios la mira, de sentirla con el mismo corazón de Cristo, de servirla como el Espíritu Santo me inspira, y de cuidarla con la ternura de nuestra Madre y Patrona. Por Cristo me he quedado en Cuba. Para Cristo quiero y sirvo a Cuba; y en Cristo espero que Cuba se sane de todo daño infligido en la humanidad de sus hijos. Espero y trabajo para que Cuba sea libre, responsable, justa, fraterna, próspera y feliz.
Por todo lo anterior, surgen, al cumplir mis 70 años, por lo menos, tres actitudes y propósitos: gratitud, ofrenda y fidelidad.
1.Gratitud: en primer lugar, a Dios, fuente, inspirador, sanador y fecundidad de mi vida. Vuelve continuamente a mi mente y a mi corazón aquel salmo que recé con tanto fervor y gratitud en la Eucaristía celebrada en mi primera visita a Roma en 1987, en las Catacumbas de San Calixto y después de rezar el Credo arrodillado frente al Sepulcro de San Pedro en la basílica vaticana:
“El Señor ha guardado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, y mis pies de la caída. Caminaré en la presencia del Señor por la tierra de los vivos.
¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación invocando su Nombre.
Cumpliré mis votos a Dios, ¡sí, en presencia de todo su pueblo!
Mucho cuesta a los ojos del Señor la muerte de los que le aman. ¡Oh Dios, yo soy tu siervo, el hijo de tu esclava, tú has soltado mis cadenas!
Sacrificio te ofreceré de acción de gracias, e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré en presencia de todo su pueblo, viviendo en los atrios de la Casa del Señor por siempre.” (Salmo 116)
2.Ofrenda: Al cumplir mis 70 años quiero ofrecer a Dios toda mi vida, pensamientos, sentimientos, obras, estudios, escritos y palabras. Siempre he sido devoto de la oración de ofrenda. Por eso, desde niño, siendo acólito, cuando me arrodillaba para incensar al Santísimo Sacramento, junto al Padre Cayetano, en la Catedral, siempre me ofrecía. Por eso siempre me conmueve y repito, en lo más profundo de mi alma, esa parte del Canon III de la Misa que dice:
“Que Él nos transforme en ofrenda permanente para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos…”. Por eso tengo siempre en mi memoria, especialmente en los momentos más duros y dolorosos, esta exhortación de San Pablo a los Romanos:
“Por el amor entrañable de nuestro Dios les pido, hermanos: ofrézcanse a ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Ese ha de ser el auténtico culto de ustedes.” (Rom. 12, 1)
3.Fidelidad: Siempre he creído que la fidelidad y la entrega son las mayores muestras de amor. He tratado de ser fiel a Dios, a Cristo, a su Iglesia, a mi familia y a Cuba. Fueron para mí, padres y maestros, heroicos testimonios de esta fidelidad: el Padre Cayetano, el Obispo Siro y el Papa san Juan Pablo II. Quiero, deseo, espero e imploro de la misericordia de Dios, que yo pueda ser fiel hasta el final. Por eso desearía que en mi lugar de reposo, junto a la foto en que aparezco flanqueado por la Virgen de la Caridad y la bandera cubana, se inscriba este versículo que he tenido como inspiración y proyecto de vida:
“Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida”. (Apocalipsis 2, 10)