Contramaestre.- Llegué a Bayamo a buscar un Captopril que un buen amigo mandó para mí. Llegué con los primeros claros del día. Llegué con el despertar de una ciudad que conozco desde mis primeros gritos, pues nací en ella el 19 de diciembre de 1971.
No era la ciudad donde nací, la de mis viajes de fines de semana, en la década del 90 del pasado siglo, tras el primer amor, la que junto a Rogelio Ramos y Juan Carlos Roque visitamos, y nos entregamos a ella guiados por el caballero del periodismo, David Rodríguez.
Roque la comparó en aquel entonces con algunas ciudades de Países Bajos, se sorprendió incluso con sus lácteos, los tantísimos quesos en los comercios, la vida cultural floreciente, viva.

Llegué a Bayamo y antes de recoger el Captopril, fui a donde descansan las cenizas de Francisco Vicente Aguilera, a la ermita que recuerda el primer cementerio de la América hispana, la ermita donde en gesto solemne el pueblo de Bayamo, en tiempos de la República, vindicó la memoria de Aguilera y de su primer campo santo.
Llegué y Aguilera tenía lágrimas, infinitas lágrimas, su estatua, en la base donde descansan sus pies, tenía la huella de un ultraje, sentí muchísimo dolor al ver aquello.
En la ermita del viejo San Juan, lloré, lloré al ver a la Patria simbolizada en una mujer, sin cabeza, cercada por basura, heces fecales… La Patria custodiando la memoria de Francisco Vicente Aguilera no merecía un final así, amargo, triste, desolador.

Me costó mucho aceptar que en tan brevísimo tiempo, aquel lugar sagrado de la Ciudad Monumento, no sea ya el corazón de Bayamo; ahora es un lugar que muere irremediablemente por el agravio infinito de los hombres.
La ciudad también es otra, la basura asoma en muchos lugares, colas interminables en los cajeros, los bancos, el parque muy callado, sin palomas como en el pasado, la gastronomía que tanto distinguió a Bayamo no existe, El Pedrito una ruina a punto de languidecer, hierba y basura son hoy sus inquilinos, pensar que allí comí las mejores pizzas de mi vida.
La librería tiene contados libros, una gran parte de su espacio vital pertenece a otras ventas. Apenas recogí el Captopril, puse uno bajo mi lengua. La profanación de la memoria de Francisco Vicente Aguilera, elevó mi tensión al máximo. No encontrar el viejo espíritu de la ciudad, conocida, amada, fue la nota que desbordó mi alma. Bayamo muere y urge salvar lo que por derecho histórico es suyo.