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Por Irán Capote
Pinar del Río.- La muchacha de la foto y yo hace años que nos debíamos un reencuentro en el escenario.
Y lo confieso ahora, muy cerca del estreno de Gotas de agua sobre piedras calientes, porque en todos estos meses de investigación, propuestas y ensayos, no he dejado de verla como la veía en aquel remoto 2010 cuando fundamos un proyecto llamado Fénix Teatro.
Éramos un grupo de mocosos que se agruparon para atreverse a montar a los novísimos dramaturgos cubanos en una provincia.
A intuición pura, a malcriadez, a osadía limpia nos lanzamos sobre aquellos textos de Yunior García, Abel González Melo y una obra de Rogelio Orizondo que no llegamos a estrenar.
Teníamos veinte años a lo sumo y una espinita clavada por la malformación técnica de las escuelas de Instructores de Arte. Éramos un piquete que salió de allí con más ganas de hacer teatro que de otra cosa. Casi todos veníamos del campo y nos resistíamos a la idea de regresar. Nos alquilamos en cuchitriles baratos y ensayábamos donde podíamos.
Estudiar en el ISA o evaluarnos como profesionales era entonces una utopía. Pero hicimos un teatro a nuestra forma, desnudamos cuerpos, expusimos discursos frente a la férrea moral de dirigentes y conservadores y soñamos con lo que vino después.
Muchas veces me pregunto qué habría sido de aquel grupo de teatro aficionado si hubiéramos seguido juntos, si no hubiéramos escuchado aquellos cantos de sirena.
¿Qué habría pasado Rubén, Adrián, Mery, Mady, Ernesto, Sergio, Ernos?
Cada uno tomó su rumbo. Y por suerte, fue un rumbo seguro. Con los años dejamos de ser aquellos aficionados y a fuerza de insistencia y sacrificio aparecieron la academia y las evaluaciones profesionales
Doce años después he tenido la oportunidad de volver a tener en mi escena (ya no tan osada) a una de mis actrices de aquel entonces. Después de la disolución de Fénix Teatro, Ainelys Ramírez se formó bajo el manto de Polizonte Teatro hasta hace poco. Ahora va de la mano de Dorys Méndez y el universo mágico- maravilloso de Alas-Teatro.
Tengo que confesar que desde hace años vengo deseando tenerla en escena otra vez. La vi formarse y crecer, aunque los destinos personales nos fueran alejando.
Ahora será la adolescente Ana en la obra escrita por un Fassbinder también adolescente al que le perdonamos todo, porque sabemos que también nos perdonará entrar en su universo de pasiones y moverlas a nuestro antojo tantos años después.
Ana tiene veinte años, pero Ainelys Ramírez ya pasa de los treinta. El teatro nos permite todo. Verdades e ilusiones van de la mano en este juego de convenciones y biografías, en este entramado de relaciones “actor- personaje- espectador” del que partimos en Este tren se llama Deseo y que ahora volvemos a poner sobre la alfombra.
Ainelys estaba aterrada ante el truco, ante el hecho de jugar con la verdad y la ilusión que le hemos pautado de volver a tener veinte años. Hace unos días le dije:
“Para entrar en Ana, tienes que volver sobre los pasos de tu vida, tienes que mirar atrás y ser de nuevo aquella Aynelis de 20 años que tenía una vida llena de sueños. Aquella muchachita curiosa e intranquila a la que le sorprendía cada cosa del mundo. Tienen que volver tus ojos a llenarse del mismo brillo de aquel entonces. Tiene que desaprender tu vientre lo que es tener un hijo. Tienes que volver a esa muchacha. Ana de Fassbinder no está en otro lugar que no sea tu pasado y el mío. Así te veo yo.”
Entre los pocos pretextos de esta obra teatral en Pinar del Río hoy, está la suerte de este reencuentro feliz.
Esta Ana es el personaje que nos debíamos.

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