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PROHIBIDO DESANIMARSE

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Por Luis Rodríguez Pérez
Quivicán.- Estaba en la cola del banco. La CIA me acababa de mandar mil pesos. Eran dos, y sus uniformes limpios. Sus botas tenían el brillo de los que piensan que salen a la calle «lindos» ¡y son una vergüenza! Increíblemente, hay barrios, caseríos, hay chozas donde sacar lo indecente.
Les hablo. Me hago pasar por «amigo». Apenas pueden articular tres palabras con algún sentido. Se hinchan, la cola es inmensa, la gente me conoce, y lo peor: oyen. La gente de la cola están quietos, se controlan, se dan cuenta de «mi juego».
Y este es el final: la cola me pasó de primero; y el mayor de los militares -que tenía un bigote, una mascota de pelos perdido de realidad- le dijo a su amigo: «Vamos echando, que nos van a matar». El más joven, como que su primera reacción fue hacerse el guapo, pero comprendió la ventaja de correr.
Para los que pierden su fe, no se desanimen. Se lo dice también una presa política de nombre Angélica Garrido, esa mujer que besó la frente fría de su madre cuando las esposas atacaban su circulación, para más tarde poner un pie en la escalera de la jaula y exclamar con toda la valentía posible: prohibido desanimarse.

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