
HIJO DEL EMBAJADOR DE NAMIBIA EN CUBA ASESINA A SU HERMANO EN LA HABANA
Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Al embajador de Namibia en Cuba, Samuel Hendrik Goagoseb, está en el ojo del huracán y no precisamente de Rafael, porque uno de sus hijos, Enrico, asesinó a su hermano dentro de la residencia diplomática y la información se filtró a pesar de los esfuerzos del padre por silenciarlo.
Enrico Nerongo, quien estudió en Cuba y aún está casado con una cubana a la que golpeó recientemente y que lo denunció ante las autoridades policiales, sin que estas hicieran nada, con el argumento de que tiene inmunidad diplomática, ahora le puso la tapa al pomo, y en una trifulca, asesinó a su hermano dentro de la residencia oficial.
El asesinato no pudo ser ocultado por el padre y las autoridades cubanas, puestas al tanto del caso, decidieron deportar a Enrico a Windhoek para que sea juzgado en su país por homicidio, en medio de ingentes esfuerzos de su padre, el embajador, para que no ocurra, pero al parecer ya es demasiado tarde.
El diplomático goza de consideraciones extremas en la isla, no solo por la amistad con los históricos del gobierno cubano y con Miguel Díaz-Canel, sino por ser el representante de uno de los países incondicionales con Cuba, de esos que respalda a ojos cerrados cualquier propuesta de La Habana ante los organismos internacionales, pero lo del asesinato rebasó los límites y las autoridades tomaron cartas en el asunto.
A Enrico lo apresaron y desde el Minrex le comunicaron al embajador que lo deportarían a Namibia, porque no es la primera vez que el joven se ve envuelto en problemas, más allá de la golpiza a la esposa y madre de su hijo.
Samuel Hendrik Goagoseb, cuentan, realizó varias llamadas y solicitó algunas entrevistas, pero no pudo pasar más allá del director de África Sudsahariana de la Cancillería cubana, porque más arriba no quisieron recibirlo. Desde la oficina de Díaz-Canel le dijeron que el mandatario estaba en constantes reuniones por todo lo relacionado con el huracán y ni al teléfono intentaron pasarlo.
Al final, molesto e incomprendido, el embajador parece resignado a la deportación de su hijo dilecto, el mismo que ha hecho y deshecho desde que era un muchachito, con la benevolencia de sus padres, que siempre le rieron sus chistes y hasta se vanagloriaban cuando regresaba a casa al amanecer del día siguiente, luego de pasar noches enteras en bares y discotecas de La Habana.
El diplomático, según una fuente del Minrex que exigió anonimato, teme que su reputación vaya a sufrir un golpe duro, no solo en La Habana, sino también en su país, y su principal preocupación está en la posibilidad de que lo llamen de regreso y le retiren la condición de embajador.