
EN NUEVA YORK NO SABEN DE QUÉ SE QUEJAN
Por Víctor Ovidio Artiles ()
Caibarién.- Siempre me ha gustado mucho la obra de Carlos Varela. Desde los ochenta, cuando casi nadie lo conocía, ya lo buscaba. Anoche, apagón mediante, quise coger aire puro y alejarme del olor a carbón que inunda todos los espacios.
Salgo y me sorprendo cantando: «Estoy sentado en el contén del barrio como hace un siglo atrás uhhh. A veces me pasan en la radio, a veces nada más. Y Memorias del subdesarrollo sigue gustando aún, uhhh…»
Quise recrear el momento. Todo estaba oscuro, más oscuro que el cielo. Me siento en el contén de mi barrio a mirar las estrellas. Recuerdo que alguien de Manhattan se quejaba de no poder ver las estrellas por las luces de los rascacielos y decía envidiar los cielos estrellados.
Pues que envidia te doy, pobre «niuyorquino desestrellado». ¡Yo si tengo estrellas, coño! Tengo muchas y las contemplo aquí, sentado en el conten. ¿Mosquitos o será otro bicho? Me rasco mientras veo como Basi -mi basurero, el de la esquina de mi casa-, cual gatito, está rozando mi pie derecho. ¿Es un gato o una rata esa sombra negra de cola larga?
El aire está fresco aunque a los bichos no les incomode. Por momento hay unas ráfagas del Noroeste. ¡Que peste! Con el viento, Basi se pone miedoso y quiere que lo cargue: Ocho jabas y dos sacos de nylon, que conforman sus brazos, se prenden de mí cuerpo y me obligan a pararme. Miro al cielo, directamente a la Osa Mayor y pienso: ¡Ay, niuyorquino, que comemierda tú eres!