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EL HAMBRE EN CUBA Y LOS REFRANES DE MI ABUELO

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Por Jorge Sotero
La Habana.- El viejo Zenón Sotero siempre tenía un refrán a mano. Los sacaba como de una chistera, como el mejor de los magos, o los inventaba. Y uno de sus preferidos era aquel que decía «no pienses que el mondongo es carne», que le repetía una y otra vez a unos orientales que se habían asentado al lado del riachuelo y le recordaban siempre que cuando fuera a matar un cerdo, le guardara el mondongo con todas las vísceras.
En casa de mi abuelo se mataban los puercos y todo lo de adentro se botaba, incluyendo el hígado. Allí solo se comía hígado y corazón de res. De carnero o cerdo se les echaba a los perros o a los cerdos del puercos de la ceba, hasta que llegaron aquellos orientales: dos hombres y dos mujeres, que plantaron en dos días un vara en tierra de yagua a la orilla del pequeño río.
Aquella tierra pertenecía al Estado. Y como toda la ribera del río estaba llena de malanga picona, allí encontraron alimento fácil. Y la leche se la sacaban a cualquier vaca de las que pastaban en aquello potreros que llegaban casi hasta las estribaciones del Escambray. Eran tiempos en los que había bastante ganado.
A aquellos orientales, uno de los cuales se llamaba Otilio y que a veces venía a la casa a escuchar noticias de la pelota, mi abuelo Zenón le preguntaba siempre que si él tenía hambre o deseos de comer. Y la respuesta siempre era la misma: «hambre, mi viejo. En Cuba todos pasamos hambre».
El viejo Zenón murió hace años. La finca donde vivió es un marabuzal, y hasta el río ha cambiado su cauce por el efecto de las hierbas malas en sus orillas. Donde vivieron aquellos orientales solo hay fornidos troncos de marabú, que apenas dan espacio para que pase entre ellos algún animal silvestre, pero en Cuba cada vez hay más hambre. Y también más robos para garantizar la comida.
A la familia de mi colega Oscar Durán le robaron por tercera vez la casa en lo que va de año, y en dos de esas ocasiones en días consecutivos. La primera vez, hace ya tiempo, le llevaron una bala de gas y algunos electrodomésticos de la cocina, pero las dos últimas veces han ido directo a lo que tenían en el refrigerador. Así de sencillo, y un día después del otro.
Hace unos meses, más de un año, unos cacos se metieron en la casa de la familia de un sacerdote en Santiago de Cuba -sacerdote o pastor, escribo de memoria- y se sentaron en la cocina a tomarse el yogurt que había en el frío, y a comerse unos panes con un pedazo de queso.
Cuando el hombre de la casa salió, una persona ya mayor, y los increpó, le dieron con un machete en la cabeza. Así, sin más ni más lo golpearon, solo porque el hombre defendió su comida, lo más importante que pueden tener los cubanos ahora mismo, luego de la familia.
Y en casa de un pariente de mi esposa, en Pinar del Río, también entraron hace poco a robar. Los ladrones rompieron la cerradura de la parte de atrás, entraron, se comieron todo lo que había en el frío, y luego encendieron un par de tabacos y se los fumaron en la terraza.
El pariente sintió el olor a humo a esa hora y le pareció extraño, pero no imagino que fueran sus tabacos, ni que los ladrones estuvieran en su propiedad.
Eso sí, los cacos no eran tan malos, porque no se llevaron nada. No tocaron el televisor, ni las ollas, ni el microwave… nada. Solo comieron y luego se fumaron un par de puros y a casa a continuar su aventura nocturna.
Eso es una señal de que en Cuba hay hambre, hambre de verdad. De lo contrario, cómo se explica que en San José de las Lajas unos locos vendieran carne de perro como si fuera de carnero. Es cierto que las piernas de ambos se parecen, pero yo no le compraría jamás a un loco de esos que andan por la calle ni carnero ni conejo, porque detrás, estoy consciente, puede haber un perro o un gato. Y perros y gatos enfermos, no criados para esos fines.
En Cuba hay hambre, porque solo con hambre, con unos deseos enormes de comer, uno puede mandar a sus intestinos el pan de la bodega, el arroz que venía por la libreta, la mortadella líquida, el picadillo aumentado o texturizado, o cualquiera de esas otras cosas que el gobierno pone en sus redes de mercado y que en otros lugares del mundo las personas no compran ni para las mascotas.
En Cuba hay hambre, porque solo así la gente se juega la vida por un yogurt, un pedazo de queso o un pan.
Hay hambre en Cuba, porque si no hubiera hambre y la no gente tuviera que dedicar muchas horas al día a pensar en cómo alimentarse, ya se hubieran levantado contra el régimen y no hubieran dejado títere con cabeza.
Los clásicos de la filosofía lo tenían claro: el hombre, antes de pensar en política, tiene que resolver sus problemas fundamentales, y no hay ni uno más importante que la comida, que es como matar el hambre. Como diría el viejo Zenón: ningún perro flaco se enamora.

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