LOS ÁRBOLES DEL DINERO

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Por Manuel Viera
La Habana.- Llevo días pensando cómo publicar esto sin ser atacado, aunque la polémica será inevitable. Vivo en Cuba y hago un llamado a la reflexión.
Un amigo muy joven dejó su carrera, sus amigos, su novia, su vida en Cuba y se fue a Miami cruzando los volcanes. Lo deportaron, se volvió a ir, trabajó meses en México, corrió mil peligros y finalmente logró llegar a los Estados Unidos.
Dos meses después, ya le escriben o le hablan como si el fuera banquero. Unos necesitan celular, una recarga; otros tienen hambre, mil carencias de esas que tenemos los cubanos. Al final, solo lo llenan de preocupaciones, compromisos y trabas.
No somos el centro del universo. Muchos no saben que fuera de Cuba el dinero no se da en los árboles. Muchos no saben lo difícil que es llegar a un país extraño muchas veces con deudas desde que se llega. Muchos no saben lo que es estar solo, aburrirte, ver de un día para el otro como tu tiempo se convierte en dólares y no poder darte el lujo ni siquiera de enfermarte, pues esa renta hay que pagarla porque si no la pagas no tienes donde vivir. Pocos entienden que un carro o una scooter no es un lujo, sino una necesidad para ir al trabajo, una necesidad que aún estás pagando junto a un montón de cuentas que llegan cada mes. Pocos entienden que la tarjeta que te da dinero aunque no tengas, luego hay que pagarla o que el frío del invierno no te gusta pero aún así con un dolor enorme en cada hueso debes pararte a trabajar. Hay personas que ni siquiera piensan en lo que cuesta enviar un paquete a Cuba o cuánto dinero se pierde para hacer llegar unos dólares al país. Muchos no entienden que una recarga te cuesta más de 20 dólares. Hay personas que no calculan el sacrificio y el riesgo que implica el pasar por esa aduana del aeropuerto que parece un cable lleno de buitres posados a modo de espectadores amables y ofrecidos.
La ayuda a la familia cubana es una bendición que siempre se agradece en un país donde la vida es cada día más difícil, sin embargo, no debemos olvidar jamás que quienes ayudan desde la distancia y lo hacen de corazón, con todo el amor del mundo, tienen también una vida, tienen necesidades y cuentas que pagar.
La ayuda es siempre bienvenida, pero más que todo debe ser agradecida y voluntaria. A mi amigo le deseo que progrese, que eche pa’ lante, que mantenga su mente libre de ataduras y frenos… y que ayude solo cuando le sea posible, porque aún no hay país donde el dinero crezca en los árboles.