CELIA SÁNCHEZ…

CUBACELIA SÁNCHEZ...
Por Esteban Fernandez Roig
Miami.- El grave error de Celia Sánchez fue amar a una hiena. ¿Qué tipo de atracción pudo sentir esa mujer por un asesino? Quizás sintió una mezcla del amor absoluto de una madre, la pasión de mujer la cual conlleva al deseo sexual aunque todos coinciden en creer que era lesbiana, y la sumisión que se ve en la lealtad de un perro por su amo.
¿Qué fue Celia para Fidel Castro? Al principio de la contienda cuando estaban en la Sierra, ella fue una mujer que parecía enamorada de él, fiel y servicial. A Fidel no le quedaba más remedio que conformarse con aquella mujer flaca, desgarbada y sin muchos atractivos ante la ausencia de algo mejor en aquellos momentos. EN MEDIO DE LA GUERRA Y DE DESESPERO CUALQUIER HOYO SE CONVIERTE EN UNA TRINCHERA.
Increíblemente el genocida se ocultaba de Celia para acosar a Vilma Espín en la Sierra, y mantuvo oculta su relacion con Dalia Soto hasta después de la muerte de Celia.
La ayuda inicial de ella y del guajiro traficante Crescencio Pérez fue vital en la Sierra y poco a poco, Celia se convirtió en imprescindible para Castro. Quizás LA ÚNICA persona insustituible para el monstruo. Era secretaria, enfermera, protectora, santera, administradora de la fortuna, pero sobre todo, Celia personificó su amuleto de buena suerte. Tanto fue así, que el tirano se sintió desamparado y propenso a todo tipo de errores y fracasos tras su muerte.
Al implantarse la tiranía en nuestra nación, Celia recibe una de las mejores mansiones de La Habana. La famosa “casa de Celia” no era más que una de las principales guaridas del recién estrenado dictador. Desde luego, robada a su verdadero dueño. Por lo tanto, ese palacete estaba dedicado a recibir las esporádicas visitas de Fidel Castro.
Celia Sánchez era una especie de sombra, flaca y fea, detrás de Castro. Nunca fue más cierta la frase de la Emulsión de Scott de “el hombre con el bacalao a cuestas” que en la relación de Castro con Celia.
Durante los dos primeros años de la dictadura era común que Celia entrara de sopetón en la cocina de cualquiera de los mejores restaurantes de La Habana y saliera con 20 o 25 pollos fritos; los pagaba (en esa época todavía pagaban) y se los llevara a la hambrienta bestia.
Si cinco tipos iban a una entrevista con Castro, primero Celia los recibía, libreta y pluma en mano, para chequearlos. Apuntaba detalles en la libreta como: “Cheíto es el flaco con camisa azul, Pepito está vestido de miliciano, y Pancho es el gordo con una boina negra”.
Le entregaba las notas a Fidel y entonces éste se podía dar el lujo de recibir a los visitantes diciéndoles efusivamente: “¿Qué tal Pancho? ¿Cómo estás Pepe?, y ¿Qué te trae por aquí, Cheíto?” Y los visitantes se quedaban fríos de que Castro “los reconociera” y admirados de la increíble memoria del farsante tirano.
¿Ustedes vieron la película “El Godfather” donde el jefe mafioso, Vito Corleone, recibía a la gente y les concedía favores y prebendas? Bueno, pues Celia se convirtió en una especie de Godmother de la mafia castrista. Montones de cubanos le hacían tertulias para que ella les resolviera “problemas de poca monta”.
Celia solucionaba un embrollo que alguien tuviera con la Reforma Urbana, o unos recién casados que querían un apartamento para poder mudarse, u otro que lo habían separado injustamente de su trabajo. Era la encargada de repartir “migajas de pan”.
En ningún momento resolvía, ni quería resolver, nada que fuera a incomodar al “amo”. No era que ella pudiera salvar del paredón a nadie ni nada parecido. Sólo se ocupaba de boberías y cosas sin mayor importancia, siempre tratando de no perjudicar su enfermiza relación con el monstruo.
Tras su entierro, a Castro, que hasta ese instante había estado victorioso, “le cayó carcoma”: vejez, enfermedades ocultas, temblequeo en las manos, derrotas en Granada, se le formó el lío de la Embajada del Perú, el éxodo por el Mariel, vino la quiebra del comunismo, el derrumbe del muro de Berlín, hubo miles de balseros escapando de la Isla, ocurrió el fusilamiento de su mejor soldado, Ochoa, vinieron los fracasos de las zafras, los ciclones, y todo fue un desastre total.
Claro que todas esas cosas no tenían nada que ver con la ausencia de Celia, pero Fidel Castro, por una rara superstición, vivió hasta el último suspiro convencido de lo contrario. No podía concebir que todos los problemas fueran producto de la casualidad después que Celia dejó de “tirarle los caracoles”.
Lo cierto es que él pasó, a la velocidad de un cohete, de “guerrillero heroico” a ser un desastre, fracasado, un dinosaurio enfermo hasta ser incinerado e internado dentro de un odiado seberuco.

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