Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa
Toronto.- Todos los días, en el camino de ida o regreso del trabajo, hago un trayecto de 10 minutos entre las estaciones Royal York y Dundas West del Metro torontiano. A veces, por las tardes, en algún rincón de la terminal subterránea, en total anonimato, un músico comparte melodías y cantos con un público que ondula sobre lo vulgar cotidiano y el cansancio físico o mental después de la faena.
Apremiados por una ansiedad que no se explica, aferrados al mecánico subir y bajar de las escaleras, la gente no repara en esas notas dedicadas a Todos, a Nadie, y sigue de largo, como queriendo sacudirse una extraña vergüenza.
Puede ser una imagen de 1 persona, acordeón, oboe, trompeta, maleta, saxofón, clarinete, flauta y violín
Hay ocasiones, sin embargo, que el performance es tan bueno que un pequeño grupo decide postergar sus urgencias para disfrutar de unos minutos del improvisado concierto. En la caja del violín o el saxofón se dejan caer unas monedas. No estamos pagando la entrada, es la manera de agradecer, decir gracias.
No sabemos sus nombres, no figuran en las listas de la Billboard o la Rolling Stones, no tienen nominaciones al Grammy. Sin espavientos, con la adquirida humildad del que ha aceptado un papel secundario, sin estridencias, se van a una esquina, se saltan el formalismo de la afinación y de golpe dejan escapar sus sueños e ilusiones por entre las cuerdas o el bronce niquelado de la boquilla.
Puede ser una imagen de 2 personas, maleta y texto¡Qué extraña alegría, qué oportuno milagro, ese aligerar el lastre de la prisa y el tedio cuando llegan sin aviso los acordes de “The sound of silence”, “Still loving you”, “Love of my life” o “Nothing else matters”!
Alguien nos invita de nuevo a lo simple, al llamado del instinto, a lo hermoso de la vida. El músico invisible nos recuerda el sinsentido de los egos, lo efímero que es todo, y lo vano.
Llego a la casa, contento de no sé qué, respondo el mensaje de algún amigo al tiempo que busco el abrazo y los besos de Liza, de Julian, de Damarys.