Por Jesús Rodríguez ()
La Habana.- En días recientes, cuando una corte denegó asilo político a un joven cubano y ordenó su deportación, aparecieron en la red muchas críticas a la decisión del juez, alegando que se trataba de un “buen muchacho”, trabajador, padre de un niño pequeño, etc, etc.
Cuando expresé mi opinión al respecto, me increparon y –como cubanos de estos tiempos- me exigieron que permaneciera “calladito”, porque yo “no sabía de que quién estaba hablando”.
Solo pretendía explicarle a los inconformes con esa decisión, que el asilo político se le otorga a un extranjero perseguido en su país por motivos de carácter político y cuya vida, libertad o seguridad, se encuentra en peligro. Se supone que, en la corte, el solicitante debe demostrar la existencia de un temor creíble de represalias, si regresa a su país de origen.
Lo que sucede, es que durante décadas los cubanos han utilizado estos argumentos para ingresar a EEUU y aprovechando, o provocando demoras en los trámites, al año y un día se han acogido a la bendita “Ley de Ajuste Cubano” para obtener la residencia permanente.
Yo fui asilado político y durante dos horas y media fui interrogado por oficiales de inmigración, que a cada argumento mío, me exigían pruebas documentales; al término de la entrevista, me concedieron el asilo, sin necesidad de ir a corte.
Si ese procedimiento le hubiera sido aplicado a los millones de cubanos que han ingresado a este país, es posible que un altísimo porcentaje no hubiera obtenido asilo, pero gracias a Lyndon Johnson todos somos felices acá y tenemos, solo en el sur de la Florida, más militantes del PCC que cualquier provincial de Cuba.
“No son todos los que están, ni están todos los que son”, dice un viejo refrán.
