Por Irán Capote
Pinar del Río.- Cada cuatro años espero con ansias las Ceremonias de apertura y clausura de los Juego Olímpicos. Soy fanático de esos espectáculos y me la paso comparando entre unas y otras su niveles de calidad, creatividad y derroche tecnológico.
Hoy no pude verla. El televisor lleva semanas enquistado en Cubavisión y no puedo acceder a otros canales (Si alguien de COPEXTEL está leyendo esto que me diga qué rayos puede estar pasando en la caja decodificadora de mi ATEC híbrido de 32¨).
No intenté verla en directo por internet porque no puedo gastar los datos que me quedan en eso.
No queda de otra que esperar a que la saquen por el paquete y mientras tanto ir viendo videos cortos y fotos en redes sobre París 2024.
Nada, que se me ha frustrado esa ilusión en esta tarde heroica y una vez más me he puesto a fabular sobre cómo sería una ceremonia de ese calibre en Cuba.
Imaginemos que nos toca alguna vez, antes de que La Habana termine de derrumbarse. Imaginemos que por suerte habrá un HAVANA 2028 y que, de pronto, somos la ciudad más visitada del mundo y que miles y miles de personas se aglomeran dentro y fuera de la insigne Ciudad Deportiva para dar inicio a estos juegos en una Gala de apertura dirigida por algún director artístico “comprometido” y con un elenco de artistas también comprometidos.
Lo veo, lo veo: La bulla y las congas en las gradas. La Diva del Pueblo cantando La Guantanamera con el Conjunto Palmas, chillando encaramada en una Palma Real que trajeron de la misma Sierra Maestra; y luego un coro de pioneritos moviendo sus pañoletas y gritando consignas mientras la Garcés pide cable largo que llegue hasta la delegación de los gringos y canta el coro de los 62 mil milenios en varios idiomas. Por una esquina el equipo de Con Filo presentando el Show. Un desfile de clarias montados en Suzukis pitando y pitando con banderitas cubanas en los espejos retrovisores y un desfile de tanques de guerra. El presentador de Con filo declama con actitud y pulovito “¡Ya estamos en Combate!” Y lo pronuncia tan rotundo, tan fuerte para que lo escuchen en la ONU que Haila se cae de la Palma y sin querer, parte los cables eléctricos que han enganchado directamente desde la Guiteras. Y entra el apagón. La otra de Con filo, desesperada, sale corriendo y grita a voz destemplada: “¡No me pongan en lo oscuro a morir como un traidor!”
Los yumas no entienden, los chinos no entienden, los australianos no entienden. Pero los cubanos gritan y se ríen en una conga, cuyo coro dice: ¡Pongan la corriente, pinga!
La gente de Buena Fe viene corriendo para salvar el espectáculo. Israel tropieza por culpa de uno de los zapatos de Haila. Desde el hueco canta el “Duende del bache”.
Haila se recupera. Ha perdido una pestaña y el peluquín, pero “The show must go on” y, a capella, con ese gaznate que Dios le ha dado, canta ahora: “Yo soy el punto cubano”.
El director artístico asignado (sin evaluación, sin talento, sin currículum, pero con un historial de dirección en Tribunas Abiertas que lo han hecho confiable para esta “Tarea”) llama desesperadamente a la Empresa Eléctrica y no le cogen la llamada.
Haila no puede más. Israel tampoco. Los pioneros están desfallecidos. Y el público que nos visita no entiende ni pio.
Vuelve la luz, porque a todo meter, a todo lo que dan los esfuerzos, los directivos empeñan el Capitolio a cambio de una planta eléctrica que pueda salvar con dignidad nuestra Ceremonia de Apertura.
Y al volver la luz de distante ribera, se descubre todo el desastre:
Ya han dejado descorchada y desprovista la Ciudad Deportiva. Todos los cubanos se han tirado a la pista y andan cargando pedazos de lona, pedazos de cables, pantallas. Andan dándose piñazos por alcanzar un pedacito de algo. Hasta alguno queriendo llevarse un tanque de guerra para abastecer de agua su edificio.
Todo eso frente a los espectadores extranjeros que ahora, entendiendo un poco, aplauden, gritan, filman y dicen: “¡Qué originales son los cubanos!”
