Por Tania Tasé ()
Berlín.- Las imágenes que veo del pueblo venezolano me llenan de emoción, de esperanza y de angustia. Todo al mismo tiempo.
He visto muchos, cientos de rostros. Miles de voces he oído. Mujeres que claman por el regreso de sus hijos, maridos, hermanos, nietos. Mujeres que necesitan su familia reunida en torno a una mesa y necesitan también comida que poner sobre ella. Mujeres de todas las razas, credos, edades y profesiones.
Pero yo quiero hablar de los hombres. Del anciano que llora en la calle mientras grita «Sí se puede!» Del niño que grita «quiero a mi madre de vuelta». Del joven estudiante que está en la calle y dice «quiero graduarme en una Venezuela libre». Del macho policía que le avisa al pueblo cuándo van a pasar Maria Corina y Edmundo por sus calles.
Son hombres en la calle recuperando su coraje, su virilidad y su dignidad. Hombres que se avergüenzan de dejar solas a las mujeres en su lucha por un cambio.
Veo todo, oigo todo. Y sueño.
