EL PRECIO DE LOS AGUACATES

LECTURASEL PRECIO DE LOS AGUACATES
Por Héctor Miranda (Tomado de su muro de Facebook)
(Con el perdón de Ortelio Colón y de mi padre, que ya no están en este mundo)
Moscú.- Un mediodía de julio de 1985, Franklin y yo le metíamos cabeza a todo lo que pudiera darnos unos pesos porque teníamos unas fiestas por delante y los bolsillos estaban vacíos. En Palmarejo pagaban por despajar caña para sembrar, pero no hay peor trabajo que ese de estar en contacto con el cogollo seco de la caña, que tiene a veces unas espinas milimétricas que se riegan por toda la piel y dejan una sensación de desespero inenarrable.
Un día fuimos. Había unas 20 personas llegadas de Coloma, de Santa María, de Lomita y hasta de la cabecera municipal, pero aquel descampado que habían buldoceado unos días antes, en las tierras que antes eran de Bolillo e Ismael García, no tenía ni un árbol donde trabajar a la sombra. Cuando el sol comenzó a picar duro, a eso de las 10 de la mañana, y luego de enterarnos de que los pagos los harían dos meses después, desistimos y nos fuimos, Dos meses era mucho tiempo. La plata hacía falta para ya.
Sembrar mucha caña para producir más azúcar - La DemajaguaEse mediodía, al fin, luego de sopesar muchas cosas, entre ellas esperar a que estuvieran los melones de los Panchillos para participar en la recogida, decidimos ir a buscar naranjas cagel a una mata que quedaba justo en el lindero de la finca de mi padre con la de uno de sus mejores amigos, Ortelio Colón, el Gago.
Cuando llegamos al naranjo, nos dimos cuenta de que justo al otro lado tenía el Gago una mata de aguacate a la que le quedaban aún unos 150. Eran aguacates grandes, de cáscara medio amarillosa ya, reflejo de que su tiempo se terminaba aceleradamente y de que en unos días estarían todos en el piso si no los recogían.
Franklin y yo nos miramos. Desistimos de las naranjas, volvimos a la casa por dos sacos de yute y 20 minutos después no quedaba un aguacate en aquel árbol. Metimos los sacos entre unos plantones de piña de ratón, llegando a la línea de ferrocarril, y una hora después salía el Quíquere con ellos para Sagua, donde le dieron 80 pesos, así, al por mayor.
Dos horas después llegó mi padre de Sagua, a donde había ido a pelarse. Almorzó algo y se acostó un rato en el portal a esperar a que el sol bajara un poco para ir a las tareas propias de la finca: halar agua, mudar animales que estaban amarrados, curar unos carneros, revisar una cerca…
El pequeño perro pastor mete en vereda a los dos feroces carneros -  Periodista DigitalCuando se iba a levantar sintió un perro ladrar y me pidió que mirara para ver cuál era la causa de los ladridos. Cuando me asomé, vi a Ortelio bajarse del caballo debajo de una mata de ciruelas cimarronas y dirigirse a la casa, mientras le daba vueltas en la boca a un tabaco.
-Es Ortelio, Papito -le dije.
-Amarra el perro, no vaya a ser que muerda al Gago y se me desgracie el perro -me dijo en voz alta para que Ortelio lo oyera.
Se saludaron afectuosamente. Eran buenos amigos. A mí también me saludó el Gago con afecto, y sentí entonces un complejo de culpabilidad tremendo, porque tenía una ligera intuición de los motivos de la visita de Ortelio.
Él y mi papá hablaron un rato, sentados ambos en el piso del portal, mientras mi madre preparaba un café. Hablaron de cualquier cosa, como siempre que se encontraban. Eran amigos desde hacía muchos años. Mi padre se llevaba muy bien con él y con el resto de los hermanos: Mongo, Roberto y José Antonio. Eran buenas personas, gente de campo con sentido del humor, sobre todo José Antonio, que siempre que me veía me llamaba por el sobrenombre de Galletica, una herencia de mi tío Ibraim, que algún día contaré.
Luego del café, de hablar durante mucho rato, mi papá le dijo que iba a ponerse los zapatos para hacer unas cosas y que lo esperara un segundo.
-Espérate un segundo, regreso enseguida -le dijo.
-Nooo, yo solo quería saber si no viste a nadie por la finca mía después de que yo me fui.
-Estaba para Sagua y regresé hace un rato, como 20 minutos antes de que tú llegaras. ¿Tú no viste a nadie? -dijo mi padre mientras se viraba hacia mí, que estaba recostado a uno de los tubos del portal.
-No. Ni me he asomado. Hace un rato fui a ver dónde estaban los carneros, pero ni para allá miré (Y sentí que mis palabras sonaron convincentes, como si las hubiera ensayado a lo Robert de Niro, durante mucho tiempo).
-Me robaron todos los aguacates -dijo Ortelio, que le dio una vuelta al tabaco en la boca, le mordió la parte que la saliva había mojado y la lanzó lejos en un escupitajo-. Si lo cojo lo mato. O los mato, si es que fue más de uno -agregó y se llevó la mano a la empuñadura plástica de un machete que llevaba en la cintura, en un gesto típico de los campesinos, como si fuera a sacar la hoja de aquel implemento que la gente de campo usa para todo, hasta para atacar o defenderse.
-La gente es atrevida. Si te los encuentras ahí, tienen problemas. O los tienes tú, en caso de que sean unos muchachones -dijo mi papa, por decir algo, imagino.
Ortelio se había calentado mientras hablaba, porque aquellos aguacates tenían su fin. Tal vez los iba dejando para que la familia se los comiera poco a poco, o quería venderlos…
-Más se perdió en la guerra – le dijo mi padre con la intención de sacarle hierros al asunto, y medio en broma apuntó a una mata que debía tener como 500, y que estaba como a 50 metros de donde hablábamos-. Coge un saco de esos – le dijo y soltó una carcajada.
-Esos aguacates de perro no te los comes ni tú. Por eso están ahí -dijo el Gago más relajado.
Mi padre lo conocía bien. Sabía que aquel calor se le pasaría enseguida y trató de cambiarle la conversación, pero Ortelio volvió sobre el tema.
-Al que se los robó no le queda mucho de vida. Se cagó debajo de la mata y el mojón debe tener como un metro de largo -dijo, mientras soltaba una carcajada y se ponía de pie y se encaminaba al caballo.
Recordé entonces que uno de los ladrones, por jodedera, hizo caca en movimiento para que la deposición saliera larga y solté una carcajada. Ortelio pensó que me había reído por lo que dijo él, pero yo pensaba en otras cosas.
Y pensar ahora que aquellos 150 aguacates se vendieron más baratos que uno solo en 2024. El Ordenamiento le ha dado valor a las cosas…
(Mi padre nunca supo que formé parte de aquel robo. Franklin y yo prometimos no contarle a nadie jamás. Pero de eso han pasado casi 40 años y ya el delito debe haber prescrito. Imagino)

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