A UN DICTADOR NO SE LE ARROJA DEL PODER SOLO CON LAS URNAS

La Habana.- Lo que viene ocurriendo en Venezuela en los últimos 25 años de dictadura chavista, la agudización del drama social, humano, migratorio, económico, de la represión política, desde que, en abril del 2013 Nicolás Maduro heredó el Poder por voluntad de Hugo Chávez, y particularmente las gravísimas violaciones a los derechos humanos de los ciudadanos en los últimos meses previos a las elecciones del próximo domingo 28 de julio -en especial los derechos civiles y políticos, y entre ellos los electorales- validan la hipótesis, probada además en los antecedentes de otros regímenes totalitarios, de que Maduro solo acude a las urnas para cubrir las apariencias -maltrechamente, pues su descrédito crece por días- y que contrario a entregarlo mansamente, perseguirá retener el Poder a como de lugar.

Para validar esto, basta escucharlo en los actos de campaña que se paga con el dinero exprimido al pueblo venezolano, donde ha llegado a afirmar que «Venezuela se ahogara en un baño de sangre si él pierde las elecciones».

Estas amenazas de violencia contra la oposición llegaron, incluso, a sorprender al ex-convicto e izquierdista Lula Da Silva, presidente de Brasil, que explícitamente dijo haberlo escuchado «muy asustado».

Maduro, y su obsesión por mantenerse en el cargo, no son sin embargo un fenómeno nuevo. Es propio de los dictadores rechazar la alternancia en el ejercicio del Poder como principio básico de la convivencia democrática, toda vez que el ejercicio prolongado del mismo los corrompe.

Ha pasado con decenas de déspotas y tiranos en la historia más contemporánea, y los casos del propio Chávez y de su tutor, Fidel Castro, en la región latinoamericana, son solo algunos.

El joven Castro llegó en enero del ’59 al Habana-Hilton prometiendo elecciones libres e iguales en 18 meses, hablando en inglés a un periodista norteamericano -aun no empleaba el despectivo ‘gringo’-, renegando del comunismo, de la eliminación del pluripartidismo, de la negación de las garantías y libertades, vendiéndose como el más grande libertario y demócrata… y solo tres años después se había declarado marxista, e impuesto una dictadura comunista y asesina que aún hoy persiste.

A ningún dictador se le arroja entonces del Poder con las urnas.

Dados determinados casos -y pienso que en Venezuela no están totalmente cristalizadas las condiciones, a pesar de todo el esfuerzo de la verdadera oposición que lidera María Corina Machado- acudir a las urnas como vía pacífica de conseguir el Poder, sería solo una acción previa, como parte de un conjunto, para lograr el derrocamiento del dictador, enfrentando luego su fraude con la movilización popular en las calles, con la presión política internacional, tanto de gobiernos como de instituciones de carácter regional y global.

Es a la conjugación de múltiples acciones de carácter explícito, que le llamo «lucha pacífica activa».

Es una opción de lucha que muchos pueden rechazar como medio contra un tirano, pero que la historia también ha confirmado efectiva.

Los rostros asustados de Díaz-Canel y su comparsa de testaferros de Castro en la tarde del 11 de julio del 2021, y en los días y semanas posteriores, y como no salían de los barrios más pobres de la Habana haciendo su mediocre populismo, confirma el peso terrorífico que tiene para una dictadura un pueblo en las calles, incluso cuando, en el caso de Cuba, lo que primó fue la espontaneidad y la desorganización en la protesta.

Una desorganización que ellos fomentan como medio de control social y político. Así pues, los días por venir tendrán un impacto significativo, no solo en la vida de los venezolanos, sino también en la nuestra.

Basta de manipulación y mentiras. Basta de tolerar injusticias. No más temor. No más dictadura en Cuba.