EL MAESTRO

CUBAEL MAESTRO
Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa ()
Toronto.- Giselda Becerra, Teresita Medina, Fe Medina, Gloria Fuentes, Teresita González, Lidya Díaz, Vicente Borges, Laudelina Miní y Zoila Duarte. Son los nombres y apellidos (no los olvido nunca) de mis maestros en la escuela primaria. No sé cuánto de predisposición genética hay en nuestros gustos y afinidades; reconozco, sin embargo, que a algunos de mis maestros debo, en gran medida, esa vieja pasión por los números, la geografía, los relatos históricos o literarios.
La escuela no es el sustituto de la casa, no tienen reemplazo el hogar y el ejemplo de los padres pero, es en el colegio donde primero nos adentramos en los misterios de la lógica, la magia de las palabras y colores al tiempo que hacemos amigos, compartimos una merienda, y ayudamos al compañero de al lado.
No se puede ser un buen maestro sin vocación para el servicio, sin la creencia en el mejoramiento humano. No hay país que aspire al desarrollo y al progreso, sin un sistema educativo en el que además de instruir y enseñar a niños y adolescentes se muestre el camino del respeto, de la honestidad, del valor del sacrificio, de la solidaridad. Más que hombres y mujeres expertos y cultos, una nación precisa de ciudadanos decentes, justos y honrados.
En Cuba, desde el siglo XIX, se fue gestando una fuerte y exitosa tradición pedagógica que entre otros nombres resaltan los de José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero, Félix Varela, Rafael María de Mendive, María Luisa Dolz, José Martí, Enrique José Varona, Aurelio Baldor, Alfredo Miguel Aguayo, Ramiro Guerra y Manuel Valdés Rodríguez.
La exigencia académica, el rigor científico, la constancia y la disciplina constituyeron las bases de la Educación en Cuba. Toda esa estructura y organización profesoral se vino abajo desde 1959. Se trastocó todo el sistema educativo en Cuba y la formación cívica cedió su lugar al Adoctrinamiento y la Ideologización. Fidel Castro y sus cómplices entendieron que para llevar a cabo su proyecto totalitario era necesario dinamitar los pilares de la nación: La Familia, la Tradición cultural y religiosa, la Escuela.
En ese sentido, entre las primeras medidas que decretó el Régimen sobresalen la nacionalización de todos los centros docentes del país, la eliminación de la educación privada y religiosa y la ejecución de una doctrinaria “Campaña de Alfabetización”. El plan, meticulosamente preparado, era el punto de partida para un ideal: La Creación del Hombre Nuevo, una idea con la que ya habían soñado Mussolini, Hitler y Stalin.
Había que arrasar con todo, empezar de cero. Había que extirpar de la sociedad sus valores fundacionales para implantar de manera arbitraria y coercitiva las nuevas reglas ciudadanas que ahora promovían la intolerancia, la delación, el culto a la personalidad, el materialismo, el odio irracional al enemigo ideológico.
Fueron expulsados de sus centros de estudios y trabajo, tanto alumnos como educadores, que se consideraron incompatibles con el nuevo sistema atendiendo a sus ideas políticas, sus creencias religiosas o su orientación sexual. Toda esa persecución y acoso terminó reduciendo los claustros de profesores, muchos emigraron, otros fueron obligados a cambiar de profesión. La solución al grave problema que representó (y representa) la falta de educadores fue una continuada sarta de improvisaciones y disparates que cambian de nombre según la voluntad del tirano: Brigadistas, Los Makarenkos, el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunse Domenech, Maestros Emergentes, Maestros Integrales, los Valientes.
Maestro dejó de ser una cuestión de vocación, de amor y servicio, para convertirse en una opción forzada de última hora. Hay un punto clave en el Proyecto Socialista de Educación en Cuba: la construcción y funcionamiento de Escuelas en el campo. A esos cientos de IPUEC, ESBEC, Institutos Tecnológicos o Militares fueron enviados millones de niños y jóvenes con la expresa intención de separarlos del seno familiar y someterlos (someternos) a rigurosas jornadas de trabajo forzado y bombardeo ideológico. Lo común en aquellos centros era el robo, la violencia entre estudiantes, el asedio sexual, la mala alimentación, el abuso de autoridad, el fraude.
Hoy Cuba es lo que es debido, entre otras cosas, a los resultados catastróficos de su Sistema de Educación. Y a pesar de todo, a pesar de ellos (Castro y su banda), a pesar de los actos revolucionarios y del “Pioneros por el Comunismo, seremos como el Che” hubo mujeres y hombres dignos, íntegros, profesionales comprometidos con la muy complicada, honrosa y, no pocas veces, ingrata tarea de enseñar.
En un desfile irregular y arbitrario pasan frente a mí las sombras de Mario Travieso, Lula, Angelita Morales, Elaine, Mirtica, Edith Vázquez, Luisa Rodríguez, Freddy Rivero y su esposa Nimia, Deysee Lanza, Catalina Mesa, Omar Gastón, Iris, Ricardo Hernández (Pisín), Emilito, El Lore Servelló, los hermanos Jorge y Oscar Cedeño, Marisol Fernández, Ana Ramos, Aurora, Miriam Adelit, Eliza Lanza, René Licea y su esposa Cuquita, Amancia Brito, Carmencita, El Zuzo, Fátima, Trujillo, Fernando, Juan Castellanos. Muchos ya no están, a todos, ahora: mi agradecimiento y respeto por lo que hicieron durante tantos años y con tanto esmero.
No me engaña la memoria. La Cuba de mi infancia y juventud ya había sido degradada por los actos de repudio, los domingos rojos, la intolerancia, la censura, la estupidez. Tuve malos profesores, incluso miserables, mas no recuerdo a uno de los que aquí he nombrado (la lista es injusta, incompleta) en un gesto vulgar, escribiendo con faltas ortográficas o mala caligrafía, diciendo obscenidades o golpeando brutalmente a algún alumno.
Se necesita de mucha paciencia, creatividad y amor al prójimo para ser un buen maestro, para sobreponerse a las preocupaciones personales y hacer suyos problemas ajenos, para entregar a otros el tiempo y la bondad que nunca sobran. Una Cuba futura, la Nueva Cuba, tendrá que honrar y volver a poner en el centro del reconocimiento social a aquel que nos muestra el camino de la sabiduría, el que enciende la chispa de la superación y el éxito, el que obliga a pensar con las preguntas difíciles: El Maestro.

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