Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Cuando el cubano común se entera de que sesionará la Asamblea Nacional del Poder Popular, se encomienda a Dios, porque sabe que nada bueno saldrá de esa reunión aburrida, en la cual los dirigentes disertarán sobre supuestos incumplimientos, planes ilusionantes, y nada más.
En esos días, previa edición, los espacios informativos de la televisión -y también los que no son tan informativos- se extenderán eternamente, alargando el comienzo de las telenovelas de turno, o de esos programas que ven quienes no pueden pagar al que rellena memorias con enlatados llegados allende las fronteras.
A veces, como ha ocurrido en los últimos días en el interior del país, que no en esta capital, hubo corriente mientras hablaron Manuel Marrero, Díaz-Canel y Esteban Lazo, y luego desconectaron eso que llaman «caballitos» y que yo no tengo ni la más mínima idea de lo que es. Entonces llegan apagones de hasta 10 horas, como los de las últimas noches.
Los de fuera, los que vemos críticamente la Asamblea y sabemos que se trata de una obra mal montada, en la cual cada uno de los participantes, los de las tribunas incluidos, conocen muy bien lo que les toca representar.
Lazo, Marrero y Díaz-Canel cargarán, como siempre, contra las ilegalidades, contra el que invirtió su dinero para importar algo que ahora vende y que intenta sacarle dinero. A esos los culpan de todos los males. El hambre del pueblo, la inflación, la pobreza generalizada, la corrupción, tiene en las mipymes a su gran culpable.
Todos estos, los mencionados Lazo, Canel y Marrero, asistieron antes, por separado, donde Raúl Castro y su entorno, quien les dijo cómo debían manejar la situación, cuál era la idea, cuál el enemigo, hacia dónde había que enfocar los cañones, para lograr los objetivos: ganar tiempo en espera de un milagro, que nadie sabe cuál será.
El vicepresidente, por su parte, insistirá en la producción agropecuaria. Diría, como dijo, que otrora Cuba llegó hasta a producir la astronómica cifra de medio millón de toneladas de arroz y que ahora no se produce nada, como si el referido cereal pudiera cosecharse con aquellas palabras mágicas de Meñique: «Brota, arroz, brota». Y luego, si te descuidas, le piden al arroz mágico que se meta solo en el saco, incluso que llegue a los puestos de venta y hasta que se ponga precio.
Los cubanos enfilamos los cañones a los Castro, a Díaz-Canel, Marrero y Lazo, y pasamos del vicepresidente, el servil Salvador Valdés Mesa, un negro que algo habrá tenido que ver con Raúl Castro, que lo ha protegido siempre, y le ha dado responsabilidades de importancia, sin resultado alguno, pese a lo cual siguió ascendiendo en la escala jerárquica.
Esos, los peces gordos, disertarán, en la mayoría de los casos de manera incoherente, sobre lo que no «hemos hecho» o lo que «haremos». Incluso, se tomarán la atribución de regañar y hasta pegarle a quien los tiene ahí, que es el pueblo, aunque ellos han equivocado los papeles y creen que el pueblo cubano existe y sobrevive por obra y gracia de los Castro y luego de ellos.
Y luego de estos sermoneros, aparecen los actores de relleno: el secretario general de la CTC, el arribista Ulises Guilarte de Nascimento; el ministro de la Industria Alimentaria, Alberto López Díaz, un protegido de Díaz-Canel; o el soplavergas de Yusuam Palacios, a quien Lazo, en su papel de presidente y moderador, utiliza para esos tiempos en los cuales nadie presta atención.
De Nascimento, un santiaguero que llegó a La Habana a hacer carrera y que no tuvo por años dónde vivir, y pernoctaba en casa de un primo que le ofreció cobija, hasta que logró catapultarse al grupo de elegidos, ofrece sus sermoniosos discursos, cargados de un optimismo desmedido e injustificado, con una voz, un fanatismo y unos decibelios que le dan deseos de ir al baño al más resistente.
Sabes que la mansión que le dieron en Playa depende de cuánto diga y de cómo lo diga. Lo mismo que Alberto López, un maestro de quinta categoría de Santa Clara, quien por un golpe de suerte ha escalado al Consejo de Ministros. Y eso hay que defenderlo.
Y lo de Yusuam Palacios no tiene explicación. O sí: hay quien nace para oler culos, y en eso este es un maestro, casi un genio.
Lo otro, todo lo otro que pase o que digan, será lo mismo de siempre: mucho ruido, pocas nueces…
Así pasa legislatura tras legislatura, porque esos cientos de personas que levantan las manos al unísono, cada vez que hay una votación, no tienen poder de decisión alguna. Incluso, no tienen ni voz. Porque en Cuba, voz, voto y poder de decisión solo tienen dos o tres: esos Castro que aún manejan los hilos del gobierno, como si fueran un guiñol.
Los cubanos deberíamos saber de esto.
