Por Gretell Lobelle ()
(Mantilla me revuelve y me ubica)
Mantilla.- Un amigo me decía hace poco algo así como que somos tres personas: la que proyectamos y nos creemos, la que los demás aprecian y traducen, y la que realmente somos. Nadie se conoce completamente aunque hay valores sustantivos que marcan a los individuos.
No hay nada mejor para reconocer a alguien que sus actos, por eso las muestras intencionadas de visibilidad de la solidaridad en redes me resultan tan fatuas. Aquel que vive de la autocomplacencia de ir declarando bondad y filantropía siempre me ha olido mal.
No me gusta la gente que, en nombre de cambiar vidas, trafica con la miseria o se apunta a lo último que está de moda para alimentar su ego y su necesidad de likes y credibilidad. No me gustan los resentidos que declaran su dolor por un sistema viviendo en otro donde podrían ser felices, sin hacer nada por su gente, peor, sin hacer nada por ellos mismos. Se que lo que me guste o no tampoco es problema de nadie.
En un país tan roto y tóxico, cada día me desmarco más de la enfermedad de la nación: el egocentrismo, el narcisismo, la necesidad de tener razón y protagonismo. No vibro con la gente reactiva, con quienes se burlan y agreden a otros humanos como mecanismo para exponer la vergüenza de sistema. No pongo la otra mejilla, simplemente no me parezco a esa gente. Por eso me aparto de personas, cambio mi feed de este potrero, me voy de grupos o no me apunto en ellos. Cuando son mis amigos les regalo la cortesía de la explicación, donde está esa persona, no estoy.
La democracia también es aceptar a quienes piensan diferente y eso la mayoría no lo entiende. Elegir también es eso. Elegir desde libertad personal creer en el otro. Aún cuando me agreden y apuntan que no me interesan causas, yo los miro y solo les doy paso como horda de dolidos de manual. La mujer que soy no guarda esqueletos en su armario. Hay mucha gente viviendo de la causa Cuba desde todos los grupos y extremos. Hay mucha gente justificando frustraciones, vidas mierderas desde heridas y traumas demasiados punzantes para edades adultas. Elegir sanar también es una opción.
A veces es muy triste porque hay personas que quiero y aprecio. Gente que amo y que tengo que dejar atrás, solo proyectando mi amor hacia ellos. Ni ahora ni en una Cuba diferente serán felices, porque la mierda interior no tiene que ver con un sistema. La felicidad no se encuentra en un sistema, sino en uno mismo. En los que amo, admiro y aprecio no hay decisiones de vida. No hay derecha ni izquierda, solo hay gente buena y gente demasiado mierdera para que tengan un minuto de mi energía.
Ayer me vi preguntando a un afecto por su reacción en un muro donde se posteaban comentarios de bullying, misoginia, machismo. Luego borré el mensaje con el dolor de haber caído en la trampa. Me duele la postura de esa persona en su muro, que juzga sin compasión todo el tiempo desde su egolatría, desde el ser roto que es. Es un acto demasiado vil. Me duelen mis afectos que dejaron una Cuba que aún cree que existe y se dejan arrastrar por quien posiblemente se muestra reactivo y de vez en cuando pasa cerquita del Mónaco a entregar informe.
Cada día veo menos personas, y es literal. Me paso largos períodos solo yendo a clases de yoga, interactuando en algún sitio, tomándome un café, o viendo a mis amigos de forma puntual. Cada día cierro más el círculo, cada día entiendo más dónde no quiero estar y con quién no quiero tener que ver.
Me sirve el amor que no es más que vibrar en la energía del amor. Vivir en presencia es aceptar que hay que sacar de tu vida a todo aquel que no está en tu frecuencia vibracional. Ser consecuente es llevar tu ministerio y propósito de vida desde los actos y aceptar que no necesitas que nadie te reconozca nada porque no vives para los demás, sino en armonía con ellos.
