CUANDO ESTÁS PERDIDO

LECTURASCUANDO ESTÁS PERDIDO
Por Héctor Miranda ()
Moscú.- No hace mucho me perdí en un bosque. Me adentré por un trillo y lo fui siguiendo entre los árboles, pero llegó un momento en el que no sabía qué hacer. Por un instante tuve dudas y no supe si seguir adelante, regresar sobre mis pasos, tomar a la derecha en la primera oportunidad o, incluso, torcer a la izquierda. Recordaba por donde había entrado, pero de eso había pasado mucho rato y ya mi habitualmente agudo sentido de la orientación no encontraba hacia dónde llevarme.
Recordé la vez que acompañé a unos amigos, a unos 200 kilómetros de Moscú, a ver un terreno que querían comprar para construir una dacha. Nos guiábamos por el GPS y este nos llevó por dentro de un monte cenagoso, con montones de hierbajos altísimos, detrás de los cuales dormía plácidamente un oso que solo yo vi, y del que me alejé casi a la velocidad de la luz, mientras le hacía señas a mis acompañantes de que cambiarán el rumbo para que no se hundieran en un supuesto barrizal.
Totalmente desorientado, me detuve entre unos pinos enormes, debajo de los cuales crecía abundante maleza. Por un momento sentí que estaba nervioso y como no quería perder la compostura, me concentré en el canto de las aves. Fue lindo escuchar el trino de uno que se balanceaba sobre un gajo de abedul. Podía ser un mirlo, pensé, aunque no había visto jamás uno en estado natural.
Me miró unos segundos en silencio y luego volvió a trinar, y entonces pasó una ardilla a la carrera con una nuez en la boca. Llegó hasta el tronco de otro abedul, subió unos metros, escarbó un poco en la corteza, y la escondió. Luego descendió y me miró. No supe entender si fue un llamado a que la siguiera, o si solo se burlaba de mí al pasarse las patas delanteras por la nariz una y otra vez.
Estaba perdido y ya era tarde, mucho más de las cinco, el día estaba turbio y era imposible orientarse por el sol. El astro rey no se veía por ninguna parte. Pensé entonces en seguir adelante. Podía hacerlo, pero… ¿y si eso me llevaba solo más adentro en la espesura…? Tuve dudas y me pregunté decenas de veces por qué me había metido en aquella aventura, en un lugar al que nunca había ido. Y entonces recordé una vez que me perdí cerca de Palmarejo.
Fui a cazar jutías por Loma Bonita. Solo llevaba un perro, un machete y una mochila vieja con unas piedras dentro. Jamás comí jutía, porque para mí era como comer ratón, pero disfrutaba cazarlas, sobre todo para ver la destreza del viejo perro sin raza definida y cómo se las arreglaba para encontrarlas, por muy arriba que estuvieran en la copa de los árboles. Entonces me adentré en un monte de marabú tan espeso que apenas podía caminar sin que las espinas me hicieran surcos en la piel, me tumbaran el desvencijado sombrero de yarey o se enredaran en el pantalón, la camisa o la mochila. Di vueltas y vueltas y nunca encontré las cuevas, ni las piedras al estilo diente de perro donde salían a tomar el sol las jutías después de las lluvias, cuando las cuevas se inundaban, y por un momento me detuve. Estaba perdido. Llevaba un machete y mi padre me había dicho que si alguna vez me perdía en el monte, que cortara la corteza de los árboles y que la parte más gruesa de la cáscara siempre iba a indicar el norte. Mi padre hizo hincapié en el norte, pero pudo haberme dicho que cortara la corteza y la parte más fina señalaría el sur. Pero cuando se trata de rumbo, el término siempre es el norte, y no seré yo quien me lo cuestione.
Si sabía donde estaba el norte, solo tenía que tomar rumbo al sur para volver a casa. Di unos cortes en el tronco de un dagame y no vi diferencias. Repetí lo mismo en una vieja guásima y poco después caminaba en sentido contrario. Luego supe que en Cuba los hormigueros siempre abren su boca hacia el norte, y que el musgo en los árboles y en las paredes, también crece solo en la parte que da al norte. Había aprendido la lección.
Pero donde estaba perdido ahora no había hormigueros, ni tenía machetes, y mucho menos sabía si aquello que funcionaba en Cuba lo haría acá. Y lo peor, no podía esperar mucho más para tomar una determinación. No debía faltar mucho para que se hiciera de noche.
Al final decidí tomar a la izquierda, desde donde imaginé que llegaba el ruido lejano que escuchaba, por sobre las copas de los árboles, proveniente de los vehículos que transitaban por una supuesta autopista, tal vez la misma por donde había ido a hacer mi paseo por un bosque. A medida que el ruido se hacía más claro, y que distinguía, incluso, el sonido de algún claxon, pensé en los motivos por los que había llegado hasta allí. Necesitaba una justificación para entender porqué me había enrolado en aquella caminata loca por un sitio enorme y desconocido.
Un hombre como yo, juicioso, medido, precavido, no podía enrolarse en esas aventuras sin sentido alguno… y entonces volví a pensar en Cuba. Ya había desandado unos tres kilómetros desde donde me detuve porque me creí perdido y me faltaban unos cientos de metros para llegar a la supuesta autopista. Y entonces se me ocurrió una idea que consideré genial en ese momento: «Me perdí por culpa del bloqueo. El bloqueo y las mipymes tienen la culpa de todo».
Salí a la carretera, tomé un taxi, me fui a casa y me preparé un vodka con hielo y jugo de naranja. Aquel día aprendí otra lección: no sabía cómo orientarme en Rusia, pero sí a quién echarle la culpa de todo.

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