DÍA DE MANDELA: LECCIONES CÍVICAS PARA LOS CUBANOS

CUBADÍA DE MANDELA: LECCIONES CÍVICAS PARA LOS CUBANOS
Por Manuel García Verdecia (CubaXCuba)
Holguín.- El 18 de julio ha sido declarado desde 2009 por las Naciones Unidas, con sobradas razones, como el Día Internacional de Nelson Mandela. El motivo es que esa fecha, de 1918, nació este hombre que, con inteligencia, valentía y generosidad caló muy hondo en el afecto de millones de personas en todo el orbe que han hallado en su ardua pero luminosa existencia un apostolado para guiarse en el afán de lograr un mundo más equitativo y magnánimo.
Para nada es un eslogan que se consigne ese día a emprender acciones en favor de la paz, la democracia y la libertad, pues fueron estas las razones que animaron a Mandela en su persistente y digna lucha. En tal sentido, considero que la convocatoria trasciende el mero homenaje a una persona dotada de excepcional naturaleza humana y se eleva, por virtud propia, como fecha para enaltecer el civismo.
Lo creo así porque al examinar la larga, azarosa y luminosa trayectoria vital de Mandela nos percatamos de que sus empeños están inspirados por su conocimiento y aprecio de la naturaleza humana. Y es esta, precisamente, la base de un civismo auténtico y fructífero. Porque, ¿qué es el civismo? Para contestar tal interrogación debemos considerar primero que la vida de los seres humanos se cumple en una compleja polaridad. La existencia de cada sujeto solo puede realizarse en su individuidad, ya que cada ser es único en facultades e intereses. Sin embargo, esta realización individual se tiene que desarrollar en las circunstancias y condicionamientos de la comunidad. De aquí que todo individuo está obligado a interactuar, congeniar y pactar con los otros.
Esto precisamente genera un conjunto de principios, valores y actitudes establecidos por la práctica colectiva que facilita la vida civilizada entre los seres humanos. Ello deriva en una suerte de convenio que debemos ejercer y respetar para la convivencia de diversas individualidades sin detrimento de nadie. En pocas palabras, el civismo es la cultura de saber vivir armoniosamente en colectividad. Esto no escapa del área de determinaciones de un gobierno, pues se supone que este es una forma de control y monitoreo que se dan las personas para velar, precisamente, porque no se violen los derechos ciudadanos.
Entonces, ¿por qué digo que el Día de Mandela debe servir para celebrar, promover y cuidar la civilidad? Pues precisamente porque todo cuanto hizo el excepcional líder africano se encaminó a defender, cultivar y proteger la dignidad de las personas, independientemente de su etnia, color, ideas políticas, credos o inclinaciones sexuales, para que pudieran vivir y desarrollarse sin menoscabo ni opresiones, potenciando la empatía y colaboración humanas antes que la soberbia y el odio.
Mandela, siendo de una etnia minoritaria: el pueblo xhosa, con ascendientes en la familia real tembu (subgrupo de los xhosa), no se atuvo a una visión tribal sino que se propuso eliminar en su totalidad el sistema segregacionista (apartheid) impuesto en el país por los antiguos colonialistas blancos, holandeses e ingleses. Tal sistema no implantaba únicamente la exclusividad del poder político para los blancos, sino que separaba los espacios para la realización de la vida social de blancos y negros.
Nelson Mandela con un collar de cuentas Xhosa, en 1962. (Foto: Eli Weinberg)
Sus estudios de derecho en una Universidad para personas de color, propiciados por su relación con la casa real, le permitieron adquirir una perspectiva más informada y fundamentada en sus aspiraciones político-sociales. Esto lo llevó a unirse al Congreso Nacional Africano, institución política fundada en 1912 para defender los derechos de los ciudadanos africanos. Ya como abogado, Mandela tuvo diversos enfrentamientos con el dominio colonial por defender a los nativos de los abusos; pero no se limitó a esto y, desde la universidad, su círculo de relaciones incluyó a judíos, hindúes y blancos opuestos al apartheid.
Si bien en sus inicios en la política se dedicó básicamente a luchar por erradicar la segregación; con el tiempo, su formación y ampliación de miras lo indujeron a una concepción más integral: forjar un país donde todas las razas tuvieran iguales posibilidades y mejoraran sus condiciones de vida. Esto lo movió a ingresar al Congreso Nacional Africano, que defendía los intereses de la población negra. Como parte de las luchas del mismo se involucró en la Campaña del Desafío en 1952, que consistía en acciones no violentas —bajo la influencia de Gandhi— que se resistían a las leyes del apartheid.
En 1955 participó en el lanzamiento de la famosa «Carta de la Libertad», donde los pueblos sudafricanos e hindúes del país declaraban abiertamente que « (…) ningún gobierno puede reclamar autoridad con justicia, a menos que esté basado en la voluntad de todo el pueblo (…)». Además, abogaban por la reforma agraria, la educación gratuita, salarios dignos y reducción de las horas laborables.
Tales acciones evidencian la vocación democrática de Mandela y conllevaron a que fuera juzgado, entre 1956 y 1961, en un juicio «por traición» junto a otros 156 militantes, acusados de intentar derrocar al gobierno. Aunque serían absueltos en 1960 por falta de pruebas, la persistente actuación de Mandela contra el segregacionismo y por la justicia social, lo condujeron a un nuevo juicio en 1964, en el que se le condenó a cadena perpetua. La repulsa internacional y las continuas manifestaciones de sus conciudadanos lograron su liberación en 1990. Había estado preso por veintisiete años.
Mandela había abrazado las ideas del marxismo y se uniría clandestinamente al Partido Comunista Sudafricano. Ello lo indujo, en 1961, a pesar de estar contra la violencia, a organizar el grupo guerrillero «La Lanza de la Nación». No obstante, sus ideas marxistas siempre estuvieron tamizadas por sus creencias cristianas y, a pesar de fundar esa guerrilla, se percató posteriormente de que la violencia siempre generaba mártires y dolor, por lo que decidió acudir a la vía de la negociación.
Fue así que mantuvo sucesivas conversaciones con Pieter Botha primero y Frederick De Klerk luego. Esto propició su libertad en 1990, la legalización de los partidos políticos africanos y, tras sucesivos encuentros y diálogos, la convocatoria a elecciones generales en 1994. Las mismas fueron ganadas por Mandela, que devino el primer presidente negro de Sudáfrica. Al concluir su mandato, y con todas las posibilidades de reelegirse, renunció a ello y permitió que la vida siguiera fluyendo por los canales que había abierto.
Nelson Mandela y Frederik de Klerk, el presidente de Sudáfrica que lo liberó. (Foto: AFP)
Mandela no solo eliminó el sistema segregacionista, sino que invitó a muchos de los participantes del anterior gobierno a unirse en las nuevas acciones de su administración, como Frederik De Klerk que sería su vicepresidente. Además de suprimir el racismo institucional —garantizando que la minoría blanca fuese protegida—, mejoró las condiciones empobrecidas del país que había recibido creando nuevas fuentes de trabajo y repartiendo la tierra. Igualmente, inició la construcción de viviendas para los pobres, amplió los servicios de agua y electricidad, decretó la educación universal y obligatoria y la asistencia médica gratuita. De este modo hizo palpable su lema: «Una vida mejor para todos».
En su política exterior trabajó por fortalecer el Movimiento de Países No Alineados, del que fue presidente en 1998, para poner coto a las hegemonías globales. Promovió el derrocamiento de la Junta Militar en Nigeria, ayudó a liquidar la guerra en Zaire, se esforzó en poner fin al conflicto israelí-palestino, así como entre India y Paquistán, entre otros actos favorecedores de la paz mundial.
En sus escritos y discursos evidenció un espíritu democrático y humanista. Opinaba que en su país no debía existir la opresión de una persona por otra; que la paz con el enemigo implicaba trabajar con él, pues así «se vuelve tu compañero»; que si la gente aprendía a odiar, también podía enseñársele a amar; que la libertad no era solo deshacerse de las propias cadenas, sino respetar y mejorar la libertad de los demás, y que la paz no era solo la ausencia de conflicto, sino «la creación de un entorno en el que todos pudieran prosperar».
Su sensibilidad humana, pensamiento cívico, calidad ética, espíritu de conciliación y desprendimiento material, le han ganado, no solo un sitio en la posteridad, sino un altar donde buscan sabiduría y claridad todos los que se empeñan en lograr un mundo más decoroso.
Todo lo dicho nos hace pensar que el espíritu redentor y cívico de Mandela puede proporcionar a los cubanos, no solo ideas sobre cómo solventar la difícil situación político-social que atravesamos, sino también hallar estrategias para fomentar una nación más próspera y armoniosa. Algunas de estas podrían ser:
Sustituir la represión generadora de odios por la libre expresión de ideas, de manera desembozada, respetuosa y resolutiva, lo cual engendra confianza y un clima de cooperación.
No rechazar de plano a los que piensan distinto, sino acercarlos, escucharlos y hallar las posturas más convenientes a las partes contrapuestas mediante el debate desinhibido y positivo, de modo que se garantice el equilibrio ciudadano.
Promover la participación de las personas que cuenten con ideas, saberes, experticia y buena voluntad para la solución de problemas o la proposición de nuevos emprendimientos económico-sociales, de modo que se generen proyecciones y medidas más eficaces, fiables y convenientes para todos.
Descartar la apelación a una única ideología como orientadora y decisora de la vida de la amplia variedad de sujetos de la nación, trabajando por la unidad esencial de todos dentro de la diversidad particular.
Instituir la conciliación como práctica política general y cotidiana de solventar discrepancias para fundar afinidad, solidaridad y bienestar.
El Día Internacional de Mandela podría servir a los cubanos como jornada para repensar y reprogramar nuestra actitud y nuestro compromiso con la deseada patria «con todos y por el bien de todos».

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