TREINTA Y CINCO AÑOS SIN OCHOA Y TONY

CUBATREINTA Y CINCO AÑOS SIN OCHOA Y TONY

Por Carlos Cabrera Pérez

Majadahonda.- Arnaldo Ochoa Sánchez y Antonio de la Guardia y Font fueron fusilados hace 35 años, junto a sus lugartenientes Jorge Martínez Valdés y Amado Padrón Trujillo; respectivamente, como pretendido acto final de un drama saturniano que destruyó al Ministerio del Interior, sacudió al Ministerio de las Fuerzas Armadas y al partido comunista y ahondó el cisma entre gobernantes y gobernados, en una Cuba abandonada por la URSS, asediada por Estados Unidos y abrumada por peticiones de clemencia y apertura política.

En una dictadura, que considera la información un acto bélico, los cubanos tardaron una noche en darle la vuelta a la tortilla y mostrar una simpatía arrolladora por Arnaldo Ochoa Sánchez que -por su condición de combatiente castrista en medio mundo- hasta entonces era un desconocido para la mayoría, incluidos sus numerosos votantes de Marianao, que lo eligieron diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Junto a Efigenio Ameijeiras, Pepito Cuza y Álvaro Prendes, fue el militar más vigilado y controlado por la Contrainteligencia Militar, aunque Raúl Castro en emotivo discurso, llegó a llamarlo el general más charlatán de Cuba, del que nunca se sabía si hablaba en serio o bromeaba; pese a que le habían encomendado la jefatura del Ejército Occidental, tras superar en Angola la crisis de Cuito Cuanavale, provocada por sendos errores de los mandos soviético y angoleño.

El fantasma de Ochoa | HavanaluandaDe ahí la infortunada frase de Fidel Castro de que tuvo que mandar a Polo Frías -ahora muerto en vida en su dachita de la 5ta Avenida- para que asumiera el mando del Frente Sur y que no podía dejar solo a Ochoa, aunque fuera un Clauzewitz*. La orden era destruir a la carrera la imagen pública del condenado y persuadir al pueblo, a miembros del gobierno, jefes militares y al partido comunista de la justeza de los fusilamientos.

Tony de la Guardia era un soldado polivalente, capaz de liderar con igual habilidad una operación para proteger a Robert Vesco, que conseguir un lote de equipos médicos norteamericanos de última generación, vedado a Cuba por el embargo. Acomodado de cuna, era como un Lord inglés en aquella Habana gris; donde sobresalía por ir siempre arreglado y por la lealtad inquebrantable hacia sus amigos y subordinados.

Mon père, le James Bond de CubaAmbos fueron corsarios de Fidel Castro, sin ninguna inquietud política que implicara la pretensión de relevarlo en el poder e implantar una democracia, aunque discrepantes en algunos aspectos de la política económica oficial; sobre todo, a partir de haber recibido la orden de buscar dinero para las empobrecidas arcas cubanas; cuando el comandante en jefe convirtió a una parte de los policías en ladrones.

Ochoa y Tony acumulaban largos años de servicios a la causa y entraban en una edad en la que un hombre comienza a acusar todo el cansancio de las heridas vitales y conocían a la perfección los problemas de liquidez de Cuba, las consecuencias del divorcio soviético, la hostilidad norteamericana, las traiciones angoleñas y la soledad de su jefe en el escenario mundial.

El pretexto para eliminarlos fue el supuesto involucramiento de un grupo de oficiales en el tráfico de drogas, del que tendría conocimiento Estados Unidos que -envalentonado por la perestroika de Gorbachov- podía tener la tentación de borrar a los Castro Ruz del mapa, pero los hechos ni las fechas cuadran.

En la primavera de 1983, Ronald Reagan reveló que Cuba estaba involucrada en el narcotráfico regional y amenazó con un bloqueo naval, que nunca ordenó, quizá porque la operación Irán-Contras lo dejó sin argumentos, pues el método de trueque de armas por drogas, era parecido al usado por Castro en sus tratos con el narcotráfico. Las armas que entregaba Cuba a las guerrillas hispanoamericanas eran de fabricación estadounidense, compradas a Viet Nam y ocupadas en Nicaragua, donde Tony La Guardia combatió al lado de los sandinistas, en la ofensiva final contra Anastasio Somoza.

En el otoño de 1983, Estados Unidos confirmó que dos miembros del Comité Central del partido comunista, el vicealmirante Aldo Santamaría Cuadrado, subordinado directo de Raúl Castro, y René Rodríguez Cruz, presidente del ICAP, y cinco hombres del departamento América, Fernando Ravelo Renedo, Gonzalo Bassols Suárez, Rodobaldo Rico Rodríguez y Francisco Echemendía jugaban al burle de cocaína y marihuana con Pablo Escobar y jefes de la ya desaparecida guerrilla colombiana M-19.

Para descubrir el entramado castrista fueron claves los testimonios de los colombianos Jaime Guillot Lara y Juan Lozano Pérez (alias Johnny Crump), y el de los cubanos emigrados Lázaro Visuña, Mario Estévez González y David Lorenzo Pérez, que fueron corroborados parcialmente por el entonces colaborador de la DGI, Raúl Pérez-Méndez, que desertó en Nueva York, adonde viajó con como jefe del departamento del ICAP, a cargo de la Comunidad Cubana en el Exterior.

La conexión cubana (extracto de 'Conexiones Mafiosas') | InterferenciaPor tanto, fueron las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Far) y el Partido Comunista de Cuba (Pcc) los pioneros del narcotráfico cubano y no el Ministerio del Interior (Minint), como pretendió establecer la incompleta versión oficial del verano de 1989, que incluyó -en la descripción del modus operandi del grupo Ochoa-La Guardia- la ruta de la droga, partiendo en avión de la península colombiana de La Guajira y volando hasta cayo Paredón Grande, en la costa norte de la isla, donde bombardeaba la droga sobre las cabezas de los lancheros de Miami, que se encargaban de llevarla a Cayo Hueso, al sur de Miami.

El entonces ministro del Interior, José Abrantes Fernández, desempeñó -quizá involuntariamente- un papel clave en la cacería castrista contra parte de sus hombres, al pronunciar un discurso perestroiko y glasnostiano, en marzo de 1989, nada menos que en la Universidad de La Habana, en una rara conmemoración del 20 aniversario de los órganos de la Seguridad del Estado.

Fidel Castro se enteró del contenido del discurso por el periódico Granma y su olfato de viejo conspirador, le hizo temer que Abrantes estuviera preparándole un trastazo, en vísperas de la única visita de Mijaíl Gorbachov a La Habana, donde la discrepancia fue la nota predominante, pero decidió esperar, controlar al díscolo a través de los jefes de la DGI y CI, los generales de división Germán Barreiro Caramés y Manuel Fernández Crespo y el general de brigada, Alejandro Ronda Marrero, segundo jefe de Tropas Especiales.

Volvía el comandante en jefe en estado puro, pero se aguantó las ganas y solo alejó de su lado al periodista Julio García Luis, redactor del infausto texto leído por Abrantes en la colina; para su emboscada, Fidel contaba con un traspiés y varias ventajas: el konsomol Raúl Castro era el más entusiasta partidario de Mijaíl Gorbachov, como había venido manifestando en reuniones y debates, que apenas fueron públicos, pero su hermano llevaba años suspirando por controlar el Minint, con ofensivas varias; ayudado por José Ramón Machado Ventura, pero la sangre nunca llegaba al Almendares porque era un coto privado del máximo líder, asi que decidió matar varios pájaros de un tiro, pero cuando llegara la mala hora.

Abrantes, confiado en su máxima cercanía con el jefe, al que dedicó casi su vida entera y contrajo un padecimiento cardíaco que lo obligaba a medicarse diariamente, jamás imaginó que se vería en una Casa de seguridad, frente a un interrogador de Villa Marista, que usó una fórmula vieja y productiva, ‘compañero general, si coopera, será tenido en cuenta y el ya exministro ripostó con un ‘no jodas, si eso lo inventé yo, aunque comprendió -en ese instante- que había caído en una de las tantas trampas de Fidel y que estaba sentenciado porque cometió el pecado de creerse a salvo, cuando su verdugo le ordenó -en junio- volar discretamente en un avión ejecutivo a Panamá y apresar a la tropita de MC e Interconsult.

La decisión de matar a Ochoa, La Guardia, Padrón y Martínez fue tomada por Fidel en solitario, que se preparó para salvar al sodado Raúl, aplacar el descontento militar, familiar, partidista, y popular y afrontar la condena internacional y las peticiones de clemencia de gobiernos y personalidades amigas; pero con dos flecos pendientes, cómo vestir la farsa judicialmente y protegerse como gallo fino.

Para el montaje judicial apeló a Juan Escalona Reguera, hombre cercano a Raúl y Vilma, desde la época de Santiago de Cuba y el II Frente Oriental Frank País, y la conclusión fue atribuir a los condenados el delito de actos hostiles contra Estados extranjeros, que contemplaba la pena máxima en la legislación vigente, mientras que la sanción por tráfico de drogas no la contemplaba.

La escogencia de Escalona, que se convirtió en uno de los hombres más impopulares de Cuba, no solo tranquilizaba a Raúl Castro, sino que encabronaba a la vieja guardia del Minint, que siempre lo consideró un adversario y al que tildaban de santiaguero, blanco y sectario.

La tensión revolucionaria de la época dejó dos anécdotas para la intrahistoria de la revolución, el equipo encargado de un registro en la casa del escritor Norberto Fuentes entró por error en el apartamento que entonces ocupaba Escalona Reguera en el mismo edifico, llamado de los generales, en el reparto Kohly, sobresaltando a su esposa y una de las hijas del matrimonio.

La segunda fue más dramática y ocurrió tras la primera sesión del juicio de la conocida como Causa 2 de 1989, que juzgó y condenó al alto mando del Minint, con Abrantes a la cabeza; una vez retirados los acusados, Fidel Castro irrumpió en la sala y se acercó a sus colegas, los abogados defensores, y los tranquilizó con una frase totalitaria: No se preocupen, que este juicio no lleva penas de muerte.

Junto con las detenciones de los principales acusados, el comandante en jefe ordenó variar una de las rutas de su caravana para ir y venir a Punto Cero, descartando el paso por las inmediaciones del cuartel general de Tropas Especiales, que fueron desmontadas en tiempo récord y privadas de su jefe, Patricio de la Guardia Font, hermano jimagua con Tony y sentenciado a 30 años de cárcel, pese a no tener vinculación directa con los hechos, pero se trataba de destruir al Minint para que Raúl Castro cobrara la pieza mayor.

El 13 de julio de 1989, Fidel y Raúl Castro Ruz no solo fusilaron a cuatro cubanos, sino a muchos; incluidos dirigentes y militares, de los que ninguno fue capaz de protestar públicamente, de oponerse con gallardía a la razia saturniana que se les vino encima; a diferencia de aquellos honorables oficiales españoles Nicolás Estévanez; que partió su sable en la acera del Louvre, y Víctor Miralles Santa Olalla, que protestó enérgicamente por el repudiable crimen y ambos fueron devueltos a España por el entonces gobernador colonial de Cuba.

Luego supimos que Ochoa había fallecido de anemia aguda, según el Certificado de defunción y que un grupo de deudos acude al cementerio de Colón para rendir tributo al general Abrantes, en ocasión de su cumpleaños y muerte, acaecida tras un infarto en la prisión de Guanajay.

La historia oficial recoge récords mundiales como la producción de leche de Ubre Blanca, un cubano que aplastó con su espalda 84 latas en un minuto, el habano más largo y el daiquirí mas grande del mundo, dominio del balón de fútbol, con los pies y la cabeza, manejo de una bicicleta con los ojos vendados y cálculo mental con fechas de calendario, pero ha borrado a hombres y mujeres que dieron sus mejores años a una causa que los devoró y escupió, como la bíblica ballena a Jonás.

* Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz fue un militar prusiano, uno de los más influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna.

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