EL PROGRAMA DE RAMÓN (2) ¿YA?

CULTURA Y FARÁNDULAEL PROGRAMA DE RAMÓN (2) ¿YA?

Por Ulises Toirac ()

La Habana.- El Programa de Ramón (EPR) tenía una magia en las grabaciones. Éramos unos locos con intimidad. Cuando había visita en el estudio (y a veces aquello parecía un pequeño café concert), la cosa no funcionaba exactamente como cuando estábamos solo los del equipo. Aunque la jodedera marcaba tarjeta y se presentaba, revoloteaba de otra manera en un estudio de apenas cuatro por ocho metros incluyendo piano de cola.

Aprendí por segundos el negocio de la radio. Venía de hacer teatro solamente y era absolutamente neófito en la materia, que en lenguaje florido viene a ser como «culicagao al tema».

En mi cerebro pongo los medios por uso de imaginación: el libro, que pone a volar los cerebros y hace que para cada cual «Mario Conde» tenga una fisonomía diferente; la radio, que con un jazz de fondo, el sonido de un portazo y una canción china nos lleva de New York a Shanghai; el teatro, que a menudo usa recursos para los que más que ver, hay que imaginar; el cine que tiene los recursos para sugerir con un plano aparentemente sin sentido; y finalmente la televisión en la que pocas veces y por la premura se explota la creatividad del que recibe. He hablado cáscara como un caballo pero así lo tengo debajo de mi azotea con pelos.

La cosa es que la radio es magia por segundo. No importa tu cara, importa tu voz; no importa que mires con odio, importa que se escuche tu odio; no importa que sonrías, importa que se oiga que te diviertes. No importa quien imaginas ser, importa que tu tesitura, tu cadencia, la pronunciación y la colocación de la voz lo definan. Y ahí tuve a dos maestros que le retraquetean el aparato: Luis Alberto García Novoa, que es un mostro haciendo personajes con la voz, y el propio Ramon Fernandez-Larrea, a quien la ciencia de su negocio le había llevado a «descubrir» sus propias potencialidades. Sin pagar aprendí como un caballo.

En las ocasiones en que, uno de ellos dos o los tres, teníamos que pararnos frente al micrófono al unísono era la cagazón. Aguantar la risa y hacerlo divertido, toda una proeza. Mil veces estallábamos y había que parar aquella mierda porque tan cerca y tan loco era pa morir.

Pero había asiduos, de los que no formaban parte del equipo como tales, que no inhibían una gota de aquello. Recuerdo por ejemplo a Jorge Navarro, un tipo de edad avanzada y absoluto roquero. Se llevaba la seña detrás de la bola escondida en un guante atrás de la espalda. Curda sináptico y neuronal. Y además yo de vez en cuando llevaba a mi hermana que en aquellos días era casi mochila mia. Tania tendría unos diecitanticos años y por supuesto, la tropa ramonesca al principio la hizo dar vueltas mentales de carnero.

En la grabación a veces producíamos directamente algunos efectos de sonido para aliviar la edición, que era una locura. Galletazos, trompetillas, gritos, portazos (había una puerta allí para eso), y… pianazos en aquel vetusto piano del estudio.

Cierta vez que casi todos estábamos ocupados alrededor del micrófono, Ramón le dijo a Tania:

-Siéntate allí y cuando éste diga «Perebé» -no recuerdo el «pie»- suenas un pianazo. ¡Viene!

Actor: trururú y perebé

Tania: (señalando las teclas) ¿Pa este lado o pa este?


Ulises: Pal que te dé la gana, Tanita, suénalo duro y ya.

Actor: trururú y perebé.

Tania:…

Ramón: Tania… En cuanto lo diga, le metes.

Actor: trururú y perebé.

Tania: ¿Ya? praaaam…

No había Dios que parara la explosión de risas.

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