Por Renay Chinea ()
Barcelona.- Hay un calvo colombiano, tatuado, Weiter, o Vaiter o algo así, que me sale por todos los recovecos del FB. Lo de “Redes Sociales” es un eufemismo. En verdad es una Hidra: mientras más atajo a este pelado fortachón, el algoritmo más me adivina el Wind up, y el tipo, que además es doctor en medicina y gurú alimentario, más se me aparece por cualquier lugar.
Pienso en ello mientras cuadro, banderilla en mano, una colita de cuadril que hice a la brasa, en el ruedo del plato de mi mesa, bajo la atenta mirada de Lucas.
—Papá… ¿por qué nos comemos una ternera y no nos comemos a nuestra gata Lagherta, por ejemplo?. —Me preguntó.
—Es complejo, hijo. En algunos lugares del mundo comen gatos y perros… pero has visto que hermosa es nuestra gata. ¡Jamás podríamos comernosla…! Nunca podríamos comernos un animal tan bello. ¿Verdad?
—¿Es por eso, Papá, que los vegetarianos comen brócolis y lechugas, pero nunca se comen una flor de Girasol o de Rosas… es porque son bellas?
Acaba de fallecer de neumonía mi viejo amigo Carlos Alemán, en Argentina. Era meticuloso. Hermético, culto, pausado y decente. Descendiente de una familia de economistas suizos, que llegaron a ministros de Economía en Argentina y fundaron el Primer Diario Economico en América Española: “Die Economisches Tageblad” que aún se edita aunque en alemán, eso sí.
Carlitos, era un hombre con cierto éxito en las inversiones, pero su pasión era la Genealogía. Hablaba de sus antepasados de dos siglos antes como si los hubiera acabado de saludar. De un tal Badía, establecido en Matanzas, Cuba, hacia el 1835, de origen catalán, hablaba como si fuera un primo conocido de toda la vida.
Con algo de Quijano, Carlos se fue convirtiendo en un personaje mimetizado con los libros de Genealogía, y los legajos parroquiales que devoraba. Estudió y buscó sus antepasados entre papeles amarillos en San Joan de Palamós, Barcelona, Torredembarra, La Habana, Matanzas, Trinidad y San Juan de Los Remedios.
La primera vez que visitó Cuba, se fue con su piano desde La Habana hasta Trinidad, siguiéndole los pasos a otro antepasado, Diputado a Cortes. Y cuando salía de los Archivos Diocesanos de la antigua Villa Trinitaria, tocaba el piano dos horas bajo una arcada colonial, donde suspiró un pariente hacia el cálido junio de 1855.
Ya más tarde nadaba o tomaba clases de baile otro buen par de horas… y así todos los días. Por entonces decidió solo comer sano. Es decir: vegetales hervidos, huevo y cosas por el estilo.
En verdad, mi amiguísimo es su hermano Teddy. Mi yunta de mil batallas. Nos conocimos en los jardines de la UNEAC de los 90’s, pero por allí llegó Carlos y nos seguimos viendo durante mis largos periplos sudamericanos.
Teddy, me confesó que Carlos había decidido vivir entre 100 y 120 años, pero murió —digamos que prematuramente— hace un par de semanas a los escasos ochentaypocos en su casona de San Isidro en Buenos Aires.
Carlos, heredó una estancia ganadera —de pie de cría— con más de mil cabezas de ganado y ocho mil hectáreas, por las montañas de Córdoba. Usted podrá tener todo el oro del mundo, pero Carlos, me permitía quedarme con Teddy y otros invitados, en una Estancia llena de pumas salvajes, vacas, terneros, cabritos, corderos… y hordas de caballos y ovejas. ¡Algo que vale más que el oro del mundo! Un río de aguas cristalinas cruza la propiedad durante muchísimos kilómetros, dibujando una curiosa herradura.
Cuando Carlos vio por primera vez una vaca de su Estancia, se volvió vegetariano. Y me dio una conferencia estética de los ojos de una Aberdeen Angus, y cómo se diferencian las pestañas en el ojo de la Shorthorn y las de la percherona Holstein.
—Es una deslealtad comerse un animal tan bello… — me dijo, y comencé a pensar en el, mientras Lucas asocia la belleza del animal con la carne a la brasa.
El tal Weiter recomienda que solo se coma carne. Proteína y grasa animal, pues nuestro cuerpo, está hecho con apenas un ápice de carbohidratos.
Pero me quedo con Lucas… que piensa que uno no debe comerse las cosas bellas…
