Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Ha muerto el sacerdote Valentín Sanz, con quien tuve una larga amistad, que data de los días en que entre él y Alejandro Hartmann (historiador de Baracoa) me hicieron amar a la «Ciudad Primada».
Valentín era a la sazón de conocerlo, párroco de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, iglesia que visité en mi primer viaje a esa ciudad, allá por los noventas. No más acomodarme en «La Rusa» mis pasos se encaminaron a la iglesia con mucha curiosidad y para mí total sorpresa, me recibió el párroco en persona una vez enterado.
Absolutamente inteligente, perspicaz y profesional, tenía sin embargo esa gracia cubana que le hacía disparar frases simpáticas y chispeantes. Toda una enciclopedia el hombre.
Me dio la bienvenida interesándose por mi salud y motivos de estancia, e inmediatamente se dispuso a mostrarme la iglesia y sus tesoros. Esa iglesia debía ser patrimonio de la humanidad, en serio. A pesar de su modesta arquitectura, atesora buena parte de la historia de Baracoa y por tanto de Cuba.
Quedé petrificao cuando me la presentó. Ni peregrina idea de que algo así existiera aún. De madera durísima, la cruz se erigía en un pedestal, iluminada por alguna claraboya en los ventanales y me sumió en la más perfecta idiotez sentimental.
Valentín me miraba sonriendo orgulloso. Sin embargo, a mi vista no escapó que para la envergadura de la cruz, era bastante bajita. Valentín sonrió con mi observación:
– Quienes pudieron, en cada tiempo, fueron vendiendo los pedazos. Tú sabes. ¡Cubanos!
– ¡Le ronca los… Ay, perdón…!
