Por Jesús Rodríguez ()
Miami.- Así se define el apasionamiento y tenacidad desmedida, en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas.
El fanático cree poseer la verdad y no admite cuestionamientos o discusión sobre sus creencias u opiniones, mostrándose intolerante, intransigente, obstinado, y se convierte en un extremista, incondicional a su causa.
Pudiéramos citar muchos ejemplos, pero basta solo recordar a los kamikazes japoneses o los miembros de la hijad islámica, como ejemplos de hasta dónde puede llegar el fanatismo a una causa.
En mi país natal pude ver hasta dónde puede llegar el fanatismo, cuando personas inteligentes llegaban a creer las idioteces de Castro, cuando deliraba sobre su “revolución lechera”, sus planes agrícolas y ganaderos, o su proyecto de convertir a Cuba en una “potencia médica”, en solo unos años y en medio de una economía en declive.
Me apenaba ver cómo una persona supuestamente inteligente, podia repetir consignas vacías y ridículas.
Me costaba, pensar que una persona normal, pueda creer que solo su razón es válida, que posee la verdad absoluta y que ningún compatriota tiene derecho a opinar, o cuestionar, sus ideas políticas, o llegar a creer aquello de que “todos somos revolucionarios”.
A ese fanatismo, llegaron los “revolucionarios” cubanos. Si Pardo Llada viviera y le preguntáramos al respecto, sin dudas nos diría: “por eso estamos, como estamos”.
