EL COSMOS Y LA VIDA COTIDIANA: LA ASTRONOMÍA PREHISPÁNICA EN MESOAMÉRICA

CURIOSIDADESEL COSMOS Y LA VIDA COTIDIANA: LA ASTRONOMÍA PREHISPÁNICA EN MESOAMÉRICA

Tomado de MUY Interesante

Los antiguos mesoamericanos también registraban fenómenos celestiales en sus códices.

México DF.- Desde los tiempos más antiguos hasta la actualidad, todas las civilizaciones del mundo han mirado hacia el cielo en busca de respuestas, inspiración y orientación. En Mesoamérica, la conexión entre el cosmos y la vida cotidiana de sus culturas fue especialmente profunda; la astronomía jugó un papel fundamental en la conformación de las sociedades prehispánicas, que alcanzaron una gran complejidad y sofisticación en el registro del firmamento hace milenios. El estudio de la astronomía prehispánica en Mesoamérica requiere de una visión inter y multidisciplinaria que involucra a la arqueología, antropología, etnohistoria y algunas otras disciplinas afines. Esta aproximación permite a los investigadores comprender mejor cómo el conocimiento del espacio permeaba todos los aspectos de la vida mesoamericana, desde la planificación urbana hasta la organización social y religiosa de estos pueblos.

En el Códice Mendoza, un observador contempla la bóveda celeste representada por una multitud de ojos que simbolizan las estrellas.

En el Códice Mendoza, un observador contempla la bóveda celeste representada por una multitud de ojos que simbolizan las estrellas.BODLEIAN LIBRARY/ UNIVERSITY OF OXFORD

A diferencia de la astronomía moderna, que se apoya en instrumentos tecnológicos de avanzada, la astronomía prehispánica se basaba principalmente en la observación directa del cielo. “Junto con la astronomía, que es una herramienta para aclarar dudas, está la cultura, está el hombre. Estamos sumergidos en un ámbito cultural que no podemos ignorar”, dice Jesús Galindo Trejo, doctor en Astrofísica Teórica por la Universidad Ruhr de Bochum, Alemania.

“A lo largo de tres mil años, en Mesoamérica se desarrolló una manera propia y diferente para decidir hacia dónde orientar sus principales templos y el trazo urbano de sus ciudades”, asegura el también investigador titular en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Entre las diversas culturas mesoamericanas, los mayas son quizás los más conocidos por sus avanzados conocimientos astronómicos. Gracias a su sistema de escritura jeroglífica y a que no fueron víctimas de la destrucción cultural por parte de los conquistadores, muchos de los secretos de su cosmovisión y su relación con el universo se han podido desentrañar. Sin embargo, otras culturas como la zapoteca, mixteca y mexica también desarrollaron sistemas astronómicos igualmente sofisticados.

En Cholula, Puebla, la gran pirámide olmeca y su ciudad tolteca están orientadas hacia la salida y puesta del sol durante los solsticios de verano e invierno; en Monte Albán, la antigua capital zapoteca de Oaxaca, la Estela 18 marca el trayecto de la estrella Polaris y la posición del polo norte celeste; en Teotihuacán, Estado de México, la pirámide del Sol está relacionada con el movimiento de las Pléyades, y en Chichén Itzá, Yucatán, los equinoccios se celebran con la llegada de Kukulkán, cuando la sombra de la serpiente emplumada baja los 365 escalones del calendario solar maya.

Los antiguos mesoamericanos también registraban fenómenos celestiales en sus códices y arte rupestre. En el Códice Mendoza (de tradición mexica, resguardado en Reino Unido), la bóveda celeste se representa como un domo repleto de ojos que simbolizan las estrellas, una característica presente en otras culturas. En los códices mixtecos como el Nuttal, el Bodley y el Vindobonensis (los primeros en Inglaterra, el último en Austria) se retratan eclipses, observadores astronómicos y estructuras con ojos estelares que aluden a observatorios, tales como el templo de Venus, en Tenochtitlan. Cometas e incluso auroras boreales se registraron como avisos de eventos funestos o portentos celestiales.

Los murales de Bonampak, en la selva Lacandona de Chiapas, son una de las obras maestras del arte maya y narran la vida cotidiana, religiosa, política e histórica de la élite gobernante. Entre las representaciones destacan cuatro medallones que simbolizan objetos estelares: uno con una tortuga con tres glifos de estrellas en su caparazón, identificada como la constelación de Orión; otro con una manada de jabalíes con glifos de estrellas que imitan el orden de las Pléyades; un personaje asociado a Marte, y la Vía Láctea como un borde radiante que se alinea con el edificio.

El Cerro de la Estrella, en Iztapalapa, Ciudad de México, fue testigo del antiguo rito del “Fuego Nuevo” cada vez que finalizaba un ciclo de 52 años en el calendario mesoamericano.

El Cerro de la Estrella, en Iztapalapa, Ciudad de México, fue testigo del antiguo rito del “Fuego Nuevo” cada vez que finalizaba un ciclo de 52 años en el calendario mesoamericano.Shutterstock

El calendario mesoamericano, el cosmos en la tierra

Vigente durante 3,000 años, “desde los olmecas hasta los mexicas y más allá”, asegura el doctor Galindo, el calendario mesoamericano revela la conexión entre lo divino y lo terrenal en la cosmovisión de estas antiguas civilizaciones. Transmitida de generación en generación, la leyenda de su creación varía en sus detalles según cada cultura, sin embargo, todas comparten elementos comunes que resaltan la importancia del tiempo y la astronomía en la vida de sus sociedades.

Una de las versiones más conocidas involucra a las deidades Cipactli y Oxomoco, quienes se reunieron para crear y organizar el tiempo. Según esta narrativa, en un principio, el mundo estaba sumido en la oscuridad y el caos; ante ello, las deidades se reunieron para discutir cómo organizar el tiempo y dar orden al universo. Cipactli, representando la oscuridad primigenia y el caos, se unió a Oxomoco, que simbolizaba el orden y la sabiduría, para emprender esta tarea divina.

Juntos, Cipactli y Oxomoco crearon un calendario que regiría el universo. Así concibieron el Xiuhpohualli y el Tonalpohualli, las dos cuentas que componen el sistema calendárico mesoamericano. El Xiuhpohualli, basado en la observación solar, constaba de 365 días divididos en 18 periodos de 20 días, más cinco días adicionales; el Tonalpohualli, de naturaleza ritual, comprendía 260 días organizados en 20 trecenas. Una vez creadas estas cuentas, los dioses las entregaron a Quetzalcóatl, la deidad civilizadora, para que las llevara a los hombres y les enseñara su uso. Asociado con Venus, la estrella de la mañana descendió a la Tierra y compartió el regalo del tiempo con la humanidad. Desde entonces, el calendario mesoamericano se convirtió en una parte fundamental de la vida y la cultura de estas civilizaciones, guiando sus rituales religiosos, actividades agrícolas e interacciones sociales.

Esta historia resalta la conexión entre lo divino y lo terrenal, mostrando cómo las deidades mesoamericanas se preocupaban por el orden y la armonía en el universo y cómo compartían su sabiduría con la humanidad. “Así se creó la única ecuación calendárica universal mesoamericana, señala el astrofísico. El calendario es cosa de los dioses, por eso, el tiempo es literalmente sagrado”.

Uno de los aspectos únicos del sistema calendárico mesoamericano es la relación entre el ciclo solar y el ciclo ritual. Ambos calendarios iniciaban al mismo tiempo y, con el paso de los días, comenzaban a desfasarse lentamente; se requerían 52 años para que volvieran a coincidir y sus cuentas iniciaran un nuevo ciclo.

Este periodo de transición se recibía con el encendido del “Fuego Nuevo”, una ceremonia que simbolizaba el renacimiento temporal y espiritual, en la que se entregaban ofrendas y se hacían sacrificios a los dioses. En centros ceremoniales como el cerro de la Estrella, en Iztapalapa, Ciudad de México, se encendía un fuego sagrado para representar la continuidad del orden cósmico, la conexión entre el mundo terrenal y divino, y la energía renovada. Según las crónicas de Bernardino de Sahagún, los mexicas observaban con gran solemnidad el paso de las Pléyades para marcar este importante evento astronómico.

“Entonces, explica el doctor, las estructuras prehispánicas en Mesoamérica no solo están orientadas para marcar eventos astronómicos específicos, sino también para señalar la temporalidad cósmica”. Este enfoque se refleja en diversas zonas arqueológicas como Teotihuacan, una ciudad cuyo trazo urbano se alinea con dos ejes: el norte-sur, definido por la calzada de los Muertos, y el oriente-poniente, simétrico a la pirámide del Sol.

Aunque en un inicio se especuló que la pirámide estaba relacionada con el movimiento de las Pléyades, se descubrió que el Sol se oculta perfectamente sobre ella el 29 de abril y el 13 de agosto, fechas donde aparentemente no sucede nada en la bóveda celeste. Esto se repite también el 29 de octubre y el 12 de febrero, cuando el Sol nace sobre la pirámide. El detalle, dice el astroarqueólogo, está en el tiempo que transcurre entre estos eventos y los solsticios de verano e invierno, repitiéndose cada 260 días y, por otro lado, cada 52.

De acuerdo con el doctor Galindo, “estos números son parte de la ecuación calendárica mesoamericana y se observan en varias otras zonas arqueológicas del país”, como Edzná, Xochicalco, Tula y Palenque. En la Ciudad de México, por ejemplo, el Templo Mayor de Tenochtitlan estaba orientado a fechas específicas, durante el ocaso y el alba, separadas por intervalos relacionados con las cuentas calendáricas, que incluso se asocian con los ciclos del periodo sinódico de Venus.

La mítica ciudad de Teotihuacán, en el Estado de México, revela su profundo vínculo con el cosmos a través de su orientación según el movimiento de los astros.

La mítica ciudad de Teotihuacán, en el Estado de México, revela su profundo vínculo con el cosmos a través de su orientación según el movimiento de los astros.iStock.

Los señores del tiempo

Entre todas las civilizaciones mesoamericanas, los mayas del periodo Clásico (200-900 d. C.) fueron quienes alcanzaron un refinamiento absoluto en el seguimiento del tiempo a través de su sofisticado sistema calendárico, destacando especialmente por la introducción de la llamada Cuenta larga. Este sistema representó un gran avance en la medición del tiempo y permitió a los mayas realizar cálculos astronómicos con una precisión extraordinaria.

La Cuenta larga se basaba en un modelo numérico posicional, similar al sistema decimal que utilizamos hoy día. Consistía en un conteo continuo de los días a partir de una fecha de referencia, que los arqueólogos modernos identifican comúnmente como el 11 de agosto de 3114 a. C. Este punto de partida marcaba el comienzo de un ciclo de tiempo que se repetía cada 13 periodos llamados baktunes (unos 5,125.36 años en nuestro calendario gregoriano).

Lo notable de la Cuenta larga maya es su capacidad para registrar fechas a larguísimo plazo con una gran precisión y medir el tiempo en escalas cósmicas. Los mayas desarrollaron un sistema matemático y astronómico que les permitió calcular eventos como eclipses solares y lunares, así como la posición de los planetas. Además de su utilidad astronómica, la Cuenta larga maya tenía importantes implicaciones religiosas y políticas. Los ciclos largos estaban asociados con profecías y eventos cósmicos, y se creía que el fin de un ciclo de 13 baktunes marcaba el inicio de una nueva era. Estas transiciones eran momentos de gran importancia ritual y ceremonial para los mayas, y podían influir en la política y la organización social.

Con todo, además de la cultura maya, la astro arqueología ha revelado cómo las antiguas civilizaciones mesoamericanas empleaban su sabiduría astronómica para organizar sus sociedades, percibiendo el tiempo como algo sagrado y fusionándolo en cada aspecto de su vida diaria para comprender el mundo. Este enfoque hacia el universo les facilitó el desarrollo de sistemas de creencias complejos que reflejaban su profunda conexión con el tiempo y el espacio cósmico.

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