Por Kathy Eisenring ()

Basilea.- He vuelto a ver Effie Gray. Poco más de hora y media con el pecho oprimido, de vez en cuando sin aliento. Pocas veces se ha visto en el cine la historia de la ruina física y psíquica de una mujer en manos del hombre equivocado, del engreído e imbécil supuesto dueño de su vida. Pocas se ha visto la destrucción paulatina de un alma, la omisión de un cuerpo como en esta historia por demás basada en hechos reales.

Ruskin, el gran escritor, alabado por todos se enamora de una Effie de 12 años (!!!) Espera pacientemente que se convierta en mujer para llevársela como quien adquiere un cuadro o una musa a bajo precio aunque sublime, eso sí.

Este hombre, a todas vistas pedófilo, la rechaza en la primera noche porque su cuerpo le repugna (¡demasiados vellos!). ¡No la toca jamás! Y empieza el infierno. Una indiferencia agónica, un abandono absoluto hasta hacerla enfermar de frialdad, desprecio, egoísmo y estupidez del «gran escritor», que sólo sabe hablar de sí y dejarse gobernar por sus padres en extremo posesivos, incluso con más de 40 años.

Pero aparece la amistad, luminosa y sabia como solo puede darla una Emma Thompson madura, protectora y desafiante.

El matrimonio queda anulado por no consumación y Effie huye de ese horror, no sin secuelas profundas pero enamorada de EL HOMBRE, Everett Millais, el pintor prerrafaelista que la hizo modelo de muchas de sus obras. Everett le devuelve el brillo, la vida misma.

¿Cuántas hemos vivido semejantes horrores de hombres que en sociedad son adulados y queridos? ¿Destruidas o casi, aplastadas, el alma destrozada como a golpes de hacha? ¿Qué hombres miserables siguen haciéndolo, dejando a oscuras a mujeres luminosas? ¿Qué dicha que siempre haya de los otros, los que reaniman y dejan a la mujer ser sin temor a sus luces, a sus fuegos e incluso a sus tormentos¿

Si no la han visto, corran a verla. El reparto es además de lujo.