Por Anet García
La Habana.- Soy cubana y quiero tomar café. No es adicción, no es monería, no es fantasía: quiero tomar un buen café, así de simple. Creo que tengo el derecho a satisfacer un antojo.
Me gusta el café dulce, aunque sin exagerar. Quiero un buen café endulzado con azúcar. ¿Por qué no puedo tomar el café que quiero?
Puedo seguir añadiendo deseos: un café en familia, con amigos, en algún lugar bonito de La Habana, de Camagüey, de Santiago, o en algún pueblito antiguo cerca de la costa. Quiero un cafecito de esos a cada rato.
Pienso que no es mucho lo que pido, si tenemos en cuenta que nací y vivo en un país que fue el primer productor de azúcar y café del mundo a finales del siglo XVIII. En Cuba se desarrolló toda una cultura del dulce en el XIX gracias a la industria azucarera y soy, somos, herederos de esa tradición… Entonces, si el café y el azúcar son parte de la cultura nacional, consumirlos diariamente debe ser un derecho del ciudadano común y no un privilegio.
Quiero tomar café pero no hay, tampoco hay azúcar… Necesito relajarme, compartir tiempo con familia y amigos de vez en cuando, pero no puedo, no están… No sé si me entienden.
Quiero tomar un café, y dos, y tres, con todo lo que le cuelga, y ser capaz de pagar por ellos con mi salario y no depender de nadie que venga de afuera o de un marido pudiente. Quiero ver a mis seres queridos y vivir en un ambiente próspero… ¿Soy ambiciosa? ¿Soy demasiado idealista? ¿Soy una amenaza?
Sólo quiero tomar un café en un sitio bonito sin tener que gastar la tercera parte de un salario, sin tener que pedir La Llave para satisfacer mi paladar. Quiero café, no polvo de oro. Quiero algo básico, no un lujo.
O tal vez no… No. Ya no quiero café sólo para mí, quiero más, quiero café con respuestas definitivas, café colado en un sistema diferente, café con azúcar, café abundante, café para todos.
(Texto tomado de por ahí…)
