Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Es lo peor del mundo y me ha pasado. Es como si quisieras que te tragara la tierra. En cuanto te da la primera «punzá con destello» en la guagua, el cerebro inmediatamente se convierte en una computadora superfast con Quadcore i12 y discurre varios procesos fundamentales.
Por un lado… Analítica de últimas comidas y bebidas que pueden haber provocado el desastre estomacal… Por otro: Prueba/error mental de la magnitud del cagazoncidio. Más: Elementos aleatorios posibles que demoren llegar a tu parada-objeto… Y finalmente, cálculo no lineal de trayecto hasta el inodoro más cercano desde la puerta del ómnibus.
Hay algo que realizas inconsciente e instantáneamente y es aferrarte a los tubos, como si te prepararas para un terremoto.
Inmediatamente, justo entre el pírolo y la guasamba del estómago, ahí donde se arma la burumba, un gipío épico de tripas, rodillas flojas, más erizamiento que en un pueblo del Oriente cubano, sudoraciones, una sensación terrorífica de que el viento refresca tu piel exageradamente y el trasero más encogido que boca con marañón.
Piensas (igual inconscientemente) en el escenario probable de no poder aguantar ahí mismo en la guagua y eso te «friza» nivel galáctico.
Y como en una película, todo se ralentiza… Miradas que atribuyes a alguna peste que se te escapa, chofer que detiene la guagua porque la gente no deja cerrar la puerta, gordo inmóvil en el pasillo. La cabrona guagua que te parece va a paso de caracol sin ánimo.
Habrá torturas más dolorosas. Pero si me ponen ésta, hablo hasta por los codos.
